Apenas un año después de la disolución de la Unión Soviética, las máximas autoridades de Estados Unidos, Canadá y México, ultimaron los detalles para consumar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) –mejor conocido como NAFTA, por sus siglas en inglés–, desbrozando así el camino hacia un mundo unidimensional que encontrará en este tipo de acuerdos una piedra de toque para la realización de su proyecto.

Firmado en 1992 e implementado finalmente dos años más tarde, el NAFTA fue el modelo de un tipo de relación entre Estados, de aplicación masiva durante las últimas tres décadas, con cláusulas que lejos de limitarse a los vínculos comerciales, se constituyen en verdaderos “candados para cualquier intento de cambio de política económica” en los países de nuestra región. Así lo graficó Luciana Ghiotto, investigadora del CONICET con sede en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) e integrante del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), en diálogo con el Suplemento Universidad.

De cara a los 30 años del inicio de estos procesos y con el objetivo de visibilizar sus impactos negativos sobre las comunidades, desde CLACSO lanzaron una convocatoria para ofrecer becas a investigadoras e investigadores que estudien los efectos de estas políticas en América Latina y el Caribe, y Ghiotto está entre sus impulsores. “Debemos fomentar la formación de gente joven que se incorpore a debatir estos temas desde una mirada integral”, destacó la investigadora, que también se desempeña como docente en la carrera de Relaciones Internacionales de la UNSAM.

-¿Cómo surgen y qué caracteriza a los tratados de libre comercio?

-Empiezan a funcionar en los años 90, en un momento en el cual, entre otras cosas, se desploma la Unión Soviética, nace la Organización Mundial de Comercio (OMC) y Estados Unidos queda como el país victorioso en el escenario mundial. En ese contexto, se empiezan a firmar los tratados de libre comercio con el modelo del NAFTA, que en realidad son acuerdos que no son solamente sobre comercio, sino que incorporan otras temáticas asociadas que tienen que ver con la capacidad regulatoria de los Estados sobre una gran cantidad de sectores de su economía: los servicios públicos, las compras gubernamentales, la inversión extranjera directa, los derechos de propiedad intelectual y oros más nuevos, como el comercio electrónico y los procesos de digitalización. También incluyen normativas sobre energía y materias primas. En ese sentido, estamos frente a tratados que son omniabarcativos.

-¿Cuáles son sus efectos entre los países que los integran?

-En términos generales, lo que han hecho es profundizar una matriz extractivista en los países de América Latina. No podemos echarle la culpa de 200 años de inserción subordinada en el comercio mundial a los tratados de libre comercio, pero sin duda actualmente son un candado para cualquier intento de cambio de política económica en el interior de los países de la región, ya que consolidan una posición basada en la producción de materias primas: la extracción de minerales, de petróleo, de gas, de productos vinculados con las selvas, con el mar, y todo lo que tiene que ver con el campo (soja, cereales, carne). Los tratados lo que hacen es asegurar la matriz extractiva frenando cualquier capacidad de diversificación productiva y de industrialización, porque la base sobre la cual se sostienen los acuerdos es que cada país debe especializarse en aquello en lo que es “fuerte”. Entonces, si los países de América Latina y el Caribe, no pueden insertarse en las cadenas globales de valor y no pueden ser parte de la incorporación de tecnología a los procesos productivos, entonces deben dedicarse a proveer al mundo materias primas. De esta, forma se garantiza una forma subordinada y dependiente de inserción al mercado mundial, que se vincula con el cierre masivo de pequeñas y medianas industrias en los últimos 20 años y con la tendencia a la creación de poco empleo en sectores vinculados con el extractivismo.

“Hoy, materias primas como el litio, el níquel, el cobalto son claves para la transición energética que está haciendo la Unión Europea. Los tratados, en la actualidad, buscan garantizar el acceso a esos materiales. Hay pocos países que no han entrado todavía en estas relaciones”.

-Recientemente en Chile el Senado aprobó el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP-11), ¿qué otros proyectos hay en curso y cuál es el panorama actual para estos tratados?

-Hoy, materias primas como el litio, el níquel, el cobalto son claves para la transición energética que está haciendo la Unión Europea. Los tratados, en la actualidad, buscan garantizar el acceso a esos materiales. Hay pocos países que no han entrado todavía en estas relaciones. Se está negociando una asociación entre Mercosur y la Unión Europea, que todavía está en vilo; todavía no se sabe qué va a pasar con ese acuerdo. En Colombia, los acuerdos con la Unión Europea destruyeron al sector de la leche, afectando directamente al sector ganadero de familias. También en Perú, los tratados han hecho que ese país, que ancestralmente ha desarrollado la producción de papa, exporte papas que van a Holanda y de allí de nuevo a Perú en forma de papa frita congelada. Los impactos sociales y productivos son muy perceptibles. Por eso es que, desde la sociedad civil y las organizaciones campesinas, sindicales y feministas, se exigen estudios independientes de impacto para ver los efectos de los tratados sobre las poblaciones, las mujeres y los campesinos. A partir de esto, se requiere abrir la discusión. Es necesario que se realicen auditorías con participación ciudadana para evaluar de manera consciente y racional, con datos científicos, el contraste entre las promesas y los impactos reales de estos tratados.

-Frente a esta situación, ¿qué se puede hacer para oponer resistencia?

-Los tratados han proliferado a nivel mundial y muchos países de América Latina han entrado casi sin discutirlos. Estamos muy atrasados con respecto a otras regiones con respecto a los debates que se dan dentro de la academia y dentro de la sociedad civil en general en torno a este tema. Desde la academia nos debemos una actualización real sobre las implicancias de los tratados de libre comercio, que incluya una mirada abarcadora, moderna, no meramente centrada en los efectos comerciales o económicos, sino desde un cruce de disciplinas que contemple temas claves como la ecología y el feminismo, porque no se pueden ignorar las consecuencias ambientales y los efectos sobre las mujeres de esta forma de integración al comercio mundial. Desde ese lugar, debemos fomentar la formación de gente joven que se incorpore a debatir estos temas con una mirada integral. Instituciones como CLACSO, junto a algunas universidades están teniendo un rol pionero en empujar este tipo de reflexiones. Desde el 2000 se desarrolla dentro de CLACSO un proceso de formación con llamados a becas y cursos. En septiembre cerramos una última convocatoria que forma parte de esa experiencia crítica.