Desde el Mirador de la Cruz, uno de los puntos más altos de Iruya, en Salta, veo un rectángulo amarronado, bien delimitado. Lo rodean casas sencillas, de paredes sin revocar, algunas en construcción y al fondo las imponentes montañas con tonalidades rojizas y de verde seco. El rectángulo parece iluminado como un escenario. El sol de la tarde que apenas calienta produce ese efecto. Es la única cancha de fútbol de Iruya. Y está vacía. El pueblo parece dormido después de las ceremonias por las fiestas patronales que congregaron desde la mañana y hasta algo después del mediodía a lugareños y turistas en la pequeña plaza seca, de piso de lajas irregulares, frente a la pintoresca iglesia de techo azul.

Iruya es un pueblo colgado de la montaña. Se llega hasta allí por un camino de ripio, que se toma desde la Ruta 9, unos pocos kilómetros al norte de Humahuaca, en la provincia de Jujuy. Ripio, cornisa, y muchas curvas. Cada tanto desde el camino se ve algún sembradío de papa andina. El paisaje deslumbra. Mucho más si el recorrido se hace en bicicleta desde el Abra del Cóndor, el punto más alto, a 4000 metros sobre el nivel del mar, para iniciar el trayecto de 21 kilómetros en bajada hasta la entrada de este pueblo, que fue fundado en 1753, y está rodeado por los ríos Colazulí y Milmahuasi. Ahora el lecho de los ríos está seco, completamente seco, hasta que lleguen las lluvias a partir de diciembre y por algunos meses.

En el recorrido, que hacemos en grupo, hay unas pocas subidas: la altura te deja sin aliento en las trepadas, con la respiración acelerada y tratando de incorporar oxígeno a bocanadas. Es lo que más me gusta: concentrarme en la respiración mientras pedaleo en subida y voy soltando los cambios, para alivianar la marcha, y tratar de mantener el ritmo hasta el final de la pendiente para volver a empezar a bajar.

Hay que regular la velocidad porque la bajada tienta y es pura adrenalina: sostengo los frenos con los dedos índice y mayor de cada mano. Por momentos se me acalambra la mano derecha, por la tensión, la posición y el frío. La sacudo para perder el entumecimiento. Una mala maniobra --nos advierte con tono de amenaza el guía-- podría llevarnos al precipicio. Nadie lo quiere.

Vuelvo a la cancha de fútbol porque desde el Mirador me tiene extasiada. ¿De qué club será? ¿Quiénes la usan? ¿Cómo es jugar en altura? ¿Será que la pelota no dobla como dijo algún DT? Voy bajando hacia el pueblo. Quiero llegar a la cancha. Está del otro lado del río seco, ahora convertido en calle o avenida: sobre el lecho, que es muy ancho, se ven autos estacionados.

Al llegar a Iruya había visto el puente colgante. Allá voy, por callecitas angostas y empinadas. Camino junto a una amiga y su hija, con quienes compartimos los cuatro días de travesía grupal en bicicleta por el norte. Iruya es nuestro último destino. Mañana emprendemos el regreso ya en combi hacia Salta y de ahí a Buenos Aires en avión.

El puente, calculo, tiene unos setenta metros de extensión o tal vez, cien. Lo empezamos a atravesar. Lo sostienen unos enormes cables tensores de acero. A medida que nos acercamos a la cancha observo que se está jugando un picadito. Y me sorprendo y mucho cuando descubro que es un partido de chicas. Están jugando mujeres. Uno de los equipos lleva camisetas a rayas verticales, celestes y blancas, como las de la Selección. El sol ya se ocultó y el frío se siente. Una de las arqueras tiene una campera negra larga, abrigada.

La cancha es de tierra y piedras. Tres ovejas se cruzan mientras sigue el partido. Dos perros las corren. La pelota va y viene. El partido va cero a cero. Dos adolescentes en bicicleta rondan uno de los laterales, y se meten en el campo de juego. El partido sigue con ovejas, perros y los chicos en bicicletas. No tenía idea de que el fútbol femenino también se jugaba en este pueblito perdido en las montañas, a 2780 metros sobre el nivel del mar, a 307 kilómetros de la capital salteña.

En una pared sin revocar, a metros de la cancha, se lee el nombre del club al que pertenece la cancha: Deportivo Iruya.

Es domingo y los equipos femeninos de Los Andes y Estudiantes juegan un amistoso. En Iruya, averiguo luego, desde 2012 hay fútbol femenino y actualmente hay ocho equipos que disputan el torneo local, entre ellos uno que me llamó la atención porque se llama “Club Atlético Docentes” y lo integran 25 jugadoras, todas maestras y directivas de la escuela del pueblo, la N° 4739 Padre Claret: hasta la directora y la vice juegan, me cuentan en el pueblo. Fútbol y vóley recreativo son las opciones de deporte que tienen mujeres y varones en Iruya. La cancha del Deportivo Iruya se comparte entre equipos femeninos y masculinos. Hay torneo Apertura y Clausura.

La pelota se eleva en el cielo, vuela, parece la luna en el contraste con el cielo celeste, diáfano. No se ve ni una nube. Atardece. Antes de que oscurezca el partido termina sin goles. El fin de semana próximo hay fecha de torneo.