Está en curso la 28ª edición del Festival de Cine Latinoamericano que organiza el Centro Audiovisual Rosario, y entre las novedades destaca la categoría Largometraje Santafesino. Ya pudieron verse dos de los tres largos seleccionados: Amando (El Genio de los Acuario) con dirección de Fernanda Otero y Juan Pablo Menchón, dedicado al último maquinista de trenes a vapor del país; y Gonzalo., en donde el realizador Gonzalo Giuliano indaga en su historia de vida en una película zigzagueante, que es un hallazgo. Este sábado (a las 20 en Nuevo Monumental) la triada se completa con Bajar, Subir, Bajar, un trabajo dilemático y bienvenido, en donde el director Elad Abraham bucea también en su propia historia mientras entreteje una mirada urticante sobre el sionismo.

“La película tiene un punto de vista político que no pasa desapercibido, pero lo trabaja a partir de un registro un poco autorreferencial. Me pongo como motor dramático, y a partir de mi historia doy paso a una reflexión un poco más profunda sobre lo que sucede en Israel y Palestina. Yo soy nacido en Israel, durante el exilio de mis padres; cuando volvió la democracia a la Argentina ellos vinieron para acá, que es donde me crié. En el año 2001, durante la crisis económica y jurídica, me exilié yo, mi familia tenía una fábrica que quebró y quedamos en la lona. Me fui al ejército de Israel, también porque, al haber nacido allí, me tocaban tres años de servicio. Pero después de algunos cuantos episodios críticos me encerraron en un psiquiátrico, no estaba dispuesto a hacer servicios en lo que son los territorios ocupados y no pude soportar más esa maquinaria bélica sobre mi cabeza”, comenta Elad Abraham a Rosario/12.

Bajar, Subir, Bajar plantea un formato intimista, tendiente a pensar el contexto y los motivos por los cuales el mundo interior del director hizo eclosión. “A raíz de esa expulsión del ejército por presunta locura, empiezo el camino de desarmar cómo fue que había llegado hasta ahí. En esas indagaciones tuve que preguntarme cómo había sido educado, cuáles eran esos mandatos a los cuales había acudido sin pensar, que entraban en una contradicción profunda con cualquier tipo de ética. La película hace ese recorrido a través de mi vivencia personal y en cómo, a partir de eso, pude empezar a pensar cómo funciona el sistema de propaganda del estado de Israel y el del sionismo, así como en el genocidio que hay en Palestina, masacres que Occidente omite o trata de esconder bajo la alfombra cotidianamente”, continúa.

-Tuviste que encontrar, también, una forma cinematográfica que contuviera todo esto.

-Cuando uno empieza a producir un film, inicialmente hay muchísimas ideas y hay que hacer un recorte, también porque para hacer cine en la periferia los recursos suelen ser escasos; además, al ser una temática álgida, enfría cualquier tipo de discusión, nadie quiere hablar sobre lo que pasa con el sionismo. Eso hace que se limite la capacidad narrativa a lo que tenés; al guion lo escribí 19 veces.

-¿Durante cuánto tiempo estuviste con el proyecto?

-Desde que arranqué el proceso, fueron ocho años. La película está terminada desde hace un año, pero como en el 2015 ganó el concurso Raymundo Gleyzer, entró en la línea de audiencia media y tuvimos que hacer un camino distinto. Ahora fue seleccionada por el Festival de Cine Latinoamericano y se va a poder ver en Rosario, pero también se va a estrenar en diciembre en Buenos Aires, en el Gaumont.

-¿Cómo llegaste a los entrevistados y por qué?

-En líneas generales, los entrevistados son personas que se cuestionan su propio vínculo con el sionismo y el judaísmo; como Silvana Rabinovich, ella es directora de la carrera de Filosofía en la UNAM, en México DF, es rosarina y con un background similar al mío; se formó en los movimientos juveniles sionistas y a raíz de sus investigaciones pudo comprender lo que ella llama la heteronomía de la justicia, es decir, comprender la justicia no como la forma en que uno la concibe, sino comprendiendo que del otro lado también hay maneras diferentes de pensarla. Está también Illán Pappé, uno de los primeros historiadores que pudo organizar la información que se descubrió a principios de los años ’80, respecto de los planes sistemáticos de expulsión de los palestinos de su tierra. También está el músico Gilad Atzmon, que tiene una manera muy particular de concebir la cuestión del sionismo, algo que lo lleva a un plano vinculado a los orígenes del judaísmo; hay quienes lo nombran como antisemita pero no es así, lo que propone es una reversión de lo que dice Marx sobre las religiones como el opio de los pueblos, pero con otros matices que amplían la discusión y llevan a la pregunta de hasta dónde estirar la idea del “pueblo elegido”. Mi intención no es que el judío sea marginado; de hecho, yo soy de origen judío y no puedo no sentirme parte de eso. Lo que hacemos es criticar cómo, al amparo de una religión, el sionismo deviene una doctrina nacionalista.

-¿Cómo fue el trabajo de archivo, habida cuenta de que hay registros personales, algunos de ellos durante tu estadía en el ejército?

-El trabajo de archivo personal implica darle un sentido nuevo a esas imágenes, como las del momento con amigos, tocando la guitarra y tomando una cerveza, apenas vuelto de Israel. La intención original no era otra que la de registrar un momento de alegría, pero uno no sabe la potencia que tiene eso a lo largo de una narración. Es esa calidad pésima que tiene la imagen y su textura, la que lo pone en un lugar cercano del espectador, porque estoy narrándome a partir de lo que hay; las imágenes están y trato de encontrarles sentido.

-Un sentido que parece surgir a medida que el film transcurre, como una sumatoria de varias piezas que finalmente logran una imagen general.

-Como en cualquier proceso, uno tiene que romper todo lo que es; y al poner todo sobre la mesa lo que aparece es un collage. Hay que aprender a narrar con eso, a narrarse uno, y uno no es lineal. Yo parto de la premisa de que el archivo está roto; sea personal o histórico, siempre hay un sesgo. Narrar linealmente lo llevaría a un plano en donde se pretendería tomar al objeto en la observación y convertirlo en una mirada lejana, pero yo estoy involucrado en este proceso, así que la forma de narrar está necesariamente rota, es emocional, visceral, y tiene saltos como el pensamiento propio. De alguna manera, la película se puede leer en clave de una carta personal que le dejo a mis hijas, en donde transmuto lo que me pasó en algo que irradie belleza: ése es mi sueño, que de toda esta miseria y angustia que sufrí en lo personal, y lo que denuncio a raíz de mis investigaciones, haya una chispa de luz.