La monumentalidad del arquitecto Francisco Salamone desarrollada en la década del 30 es el foco de Salamone, Pampa, un documental filmado en la Provincia de Buenos Aires en noviembre de 2021 por Heinz Emigholz, que se presentó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en una sección dedicada a una suerte de trilogía latinoamericana del cineasta alemán. Con la misma mirada analítica que viene desplegando su serie La arquitectura como autobiografía, Emigholz hace otro documental de observación para registrar construcciones que, influido por el art decó y el futurismo italiano, Salamone hizo en paralelo entre 1937 y 1939: toda una serie que se podría denominar arquitectura de la muerte, donde dominan los mataderos y los cementerios. 

Si Emigholz se propone pensar cómo una obra arquitectónica puede contener la biografía de su creador, en este caso, las construcciones que sobreviven son más un relato fúnebre: erosionados, en algunos casos abandonados en la llanura pampeana y convertidos en un esqueleto de lo que fueron, la grandiosidad de cada edificación es una estampa crepuscular, la huella apagada de su espléndida esfinge. Sin más información que los nombres y las fechas de cada edificación, el documental parece instalar una perplejidad frente a cada arquitectura reutilizada o abandonada y a la relación con el territorio que la rodea, no como mero registro de lugares sino como un estudio del espacio a modo parábola testimonial entre la vida y la muerte.

El territorio que indaga Geographies of Solitude también parece ser un intento de reunir espacio y autobiografía como formas de la experiencia. En este caso, el retrato documental de Jacquelyn Mill sigue a la naturalista Zoe Lucas, quien hace cuatro décadas vive en soledad en Sable, una pequeña isla canadiense en el Atlántico alejada del contienente, donde interactúa con la poca flora y fauna autóctona, especialmente la valiosa especie de caballos salvajes característica del paisaje insular. En medio de la hostilidad del clima y la aridez del terreno, las investigaciones y rutinas diarias son recorridos por la isla donde la directora y la protagonista llegan a un intimismo de una cercanía que es un diálogo abierto al aprendizaje constante sobre las manifestaciones presentes y pasadas del territorio, porque la memoria también se instala en ese paisaje en transformación constante. La biografía de la naturalista termina mimetizada con la forma de una isla.

Sin proponérselo, la película aventurera Errante. La conquista del hogar, de la fotógrafa Adriana Lestido, que se estrenó en el Festival de Mar del Plata y obtuvo el premio de la asociación de Directores de Cine PCI a la “Innovación artística”, dialogó con las de Emigholz y Mill, incorporando tanto la rigurosidad del documental de observación del primero como el intimismo con el paisaje de la segunda. Pero la virtud principal de Lestido es lograr un nivel de experiencia con el territorio retratado que va abriendo un espesor inmersivo. 

En un viaje alrededor del Círculo Polar Ártico donde se internó sola durante meses con un equipamiento reducido para registro audiovisual, Lestido enfrenta con su mirada la inmensidad de los paisajes y la violencia climática en cada plano. La gran mayoría de las islas, ciudades y pueblos de Islandia y Noruega donde filmó eran lugares que nunca exploró, que conoció por primera vez con su cámara a cuestas. Terrenos inhóspitos, tan inhabitados como de difícil acceso, se van revelando plano a plano, pero siempre son paisajes de una transformación, no tienen la rígida belleza estilizada de ciertas fotografías panorámicas. 

Aunque la película sigue un viaje solitario de Lestido, la mayoría de los planos son fijos, pero eso no quiere decir estáticos. No se trata nunca de una devoción contemplativa al paisaje, a su belleza pétrea de postal, sino a una posibilidad de que en ese territorio se puedan percibir los cambios, sutiles o estruendosos, se capturen esos momentos donde se juegan distintos grados de una intensidad dinámica del espacio.

Como una búsqueda cinética profunda, los ojos de Lestido interacturan con los lugares cuando están activados, con una sensibilidad para encontrar distintas formas de movimientos que muchas veces van descomponiendo los paisajes. Nevadas, lodazales eruptivos, ráfagas de humo, cielos oscuros y amenazantes, neblinas, el mar que castiga las costas, distintas formas donde el clima amaga catástrofe. En gran parte del recorrido visual esas transformaciones tienen los signos del riesgo y el peligro, al punto de capturar una naturaleza apocalíptica. 

Otras veces esa dimensión de cambio entrega alucinaciones como el registro de la aurora boreal, donde la luz verde se agita para transformar los cielos en estallidos de esmeraldas; o como el deshielo que termina generando esculturas transparentes que las olas van arrimando a la orilla como criaturas geométricas diamantinas. Hay también un registro múltiple del ciclo del agua donde las distintas formas y movimientos de lo líquido, sólido y gaseoso van creando, estación a estación, toda una dramaturgia mineral.

Errante. La conquista del hogar comienza en una primavera y termina en la siguiente, son cinco estaciones que no cierran un ciclo anual sino que abren el siguiente, como un movimiento que no se detiene ni se clausura sobre sí mismo. No hay ninguna persona retratada en todo ese período, el cuerpo de Lestido también está ausente, o presente como una mirada que más que reflejada en el paisaje, es una mirada que se vuelve territorio. Y allí, los animales van apareciendo con más frecuencia en la última parte de la película, en la segunda primavera, lo que termina creando una fábula de fecundidad y renacimiento. Es una película ecológicamente optimista.

Con unas cinco citas breves que acompañan cada estación, y en unos poco fragmentos de canciones, Lestido pone otras perspectivas en las imágenes tormentosas y sensoriales. Una de esas citas es un verso de Luis Alberto Spinetta, como si esos paisajes extremos solo pudiesen ser nombrados con su poesía. O por la de Nick Cave, que suena sobre una imagen con una contundencia como si la canción perteneciera a esa oscura voluptuosidad ártica. O por la canción de Gabo Ferro, “Sobre madera rosa”, que cierra la película y describe una insólita colección de objetos que incluye “un espejo que atesora el origen del sueño”, junto a otros trofeos extraños de tierras lejanas que son también un reservorio de afectos. Una colección donde vibran tantos sentimientos como en los planos del viaje transformador de Adriana Lestido.