Desde Curitiba

Pasaron dos semanas desde que Lula Da Silva fue electo por tercera vez presidente de Brasil. Dos semanas desde que Lula hizo realidad el sueño de la mitad más dos millones de brasileños, pero que también enfureció, o bien dejó “desanimado , al resto del país. “Es como una final del mundial de fútbol. La mitad está contenta y el resto de luto, con mucha tristeza”. Un brasileño resume de esta manera la situación actual de un país en el que hoy conviven dos, muy opuestos.

En el Estado de Paraná, ubicado en la parte más rica de Brasil -el sur-, Bolsonaro sacó el 62 por ciento de los votos. En Curitiba, la ciudad capital del Estado, el resultado se ve reflejado en los autos y las ventanas de los departamentos flameando banderas brasileñas, en las calcomanías con la cara sonriente de Bolsonaro y la insignia “Honestidad, habilidad y mucho trabajo!” pegadas en las vidrieras de los comercios, en las ventanas de algunas casas empapeladas, de nuevo, con la bandera de Brasil. “Esto de las banderas no pasaba antes de Bolsonaro, los brasileños no eran tan nacionalistas. Bolsonaro le devolvió el nacionalismo a Brasil”, dice orgulloso Enzo, un jubilado paulista que, ante la pregunta acerca de si es bolsonarista, responde que no, que él no es bolsonarista: “Yo no soy bolsonarista, soy brasileño y no voté comunistas”.

Después de los bloqueos

“Nao tem frango. No chicken”. El puesto de pasteis de uno de los barrios más exclusivos de Curitiba, el Jardín Botánico, explicaba en portugués y en inglés que no consiguieron pollo para rellenar el famoso pastel brasileño, una especie de empanada frita rectangular que se vende en ferias y lugares al paso. Había de carne y de queso, pero en aquellos días posteriores al ballotage, el pollo no logró atravesar los más de 300 bloqueos provocados por camioneros seguidores de Jair Bolsonaro en las rutas de entrada de las ciudades más importantes de Brasil. 

Júlia atiende el puestito de pasteis y apoya a Bolsonaro, pero no a los bloqueos: “No me gustó que corten calles, porque eso afecta a todo Brasil, a la economía”. Enzo, el jubilado también votante de Bolsonaro, completa: “Eso fue una estupidez, porque nos terminó afectando a todos los brasileños. Un camión que cortaba una ruta no dejó pasar a una ambulancia y la persona murió”. “Los disturbios los causaron unos pocos bolsonaristas que hicieron mucho barullo”, dice Ciro, un empresario brasileño simpatizante de Lula. 

Democracia, divino tesoro

Parece haber otro límite en el que encuentran un punto de consenso los dos países adentro de Brasil: el respeto por la democracia. Será por su pasado -la dictadura militar aquí duró 21 años, desde 1964 a 1985, y fue la más larga del Cono Sur-, o por un futuro que quieren prevenir, pero la referencia a la democracia aparece en las primeras líneas de todas las conversaciones con los brasileños en los días posteriores a las elecciones, sin importar el papel que metieron en la urna.

“No estamos contentas con el resultado, pero la democracia es la democracia, y se respeta”, contestan dos jóvenes brasileñas que antes votaban a Lula y ahora apoyaron a Bolsonaro porque “está a favor de la familia, en contra del aborto y de la legalización de las drogas”. “El día de las elecciones fue tenso pero el resultado es lo que es, porque se votó en democracia y a la democracia la respetamos. Es una porquería pero es el mejor sistema”, redobla la apuesta Enzo. “Lula es democracia”, cierra Ciro, el empresario.

En línea con el propio presidente, cuya primera reacción fue no reconocer la derrota pero asegurar jugar “dentro de los límites de la Constitución”, Enzo sigue desconfiando de los resultados: "Fue muy poca la diferencia y no tenemos certeza de que realmente haya sido así", asegura. Su esposa, que prefiere no decir a quién votó, no duda: “Fueron dos millones de votos de diferencia, quedamos muy desanimados pero no hubo mucho que discutir”.

Un país rayado

Los resultados de la elección pusieron en números lo que los brasileños vienen sintiendo desde hace por lo menos cinco años, pero nunca tan fuerte como ahora: “El país está rayado, 50 por ciento y 50 por ciento en dos proyectos totalmente distintos. También por Estado: al norte la gente sencilla vota a Lula y al sur están los más ricos y conservadores, en donde Bolsonaro ganó por hasta diez puntos de diferencia”.

Fake news

En la previa a las elecciones hubo peleas, hubo fake news, hubo armas, hubo muertos.

Sobre todo fake news que hoy forman parte del listado de respuestas que se siguen repitiendo ante la pregunta: “¿Por qué votaste a Bolsonaro?”. Que Lula es un dictador, que Lula robó. Que quiere instaurar baños unisex en todo Brasil. Que va a llenar al país de droga. Que en el norte tienen menos educación y por eso votan a Lula. Que “no voto comunistas”. Que Lula favoreció a los más pobres, y se olvidó de los que tenían algo.

Germano, un joven que votó a Lula pero “no lo dice mucho, para no pelearse”, reconoce que desde hace un mes que evita a su familia, a pesar de que hicieron el pacto de no hablar de política: “La sociedad está dividida en dos pero solo se manifiestan los bolsonaristas”, asegura. No es el único brasileño que llevó la final del mundial a la mesa familiar. Tras los resultados conocidos, coinciden que el clima más tenso ya no está en las calles, pero se concentró en las redes sociales: “Me fui de muchos grupos de WhatsApp y decidí dejar de postear sobre política en Instagram, porque no voy a convencer a nadie ahí. Sólo subo fotos de mis gatitos y de mis plantas”, cuenta.

Una alianza de doble filo

Además de asumir en un país partido al medio, Lula tiene otro gran desafío puertas adentro: organizar su propia coalición, esta vez, para gobernar. Es que una de las estrategias para ganar las elecciones fue realizar una amplia alianza que empezó a su izquierda y abarca hasta el centro-derecha. Para limar asperezas con el poder económico, Lula resucitó a su histórico adversario Geraldo Alckmin, futuro vicepresidente de Brasil y antigua figura del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Se alió también con el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), el Partido Comunista de Brasil, Rede de Marina Silva, entre otros.

“Lula es más que el PT. Lo que rescato de las frases cuando asumió es la que dijo que ganó la coalición”, explica Ciro, el empresario del Sur que simpatiza con Lula y espera que su ministro de Economía “no sea alguien que gaste más de lo que tiene”. Germano, que puso el mismo papel en la urna, desconfía: “ El centro es peligroso. Está escrito en la biblia: ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, recita. Igual, aclara que confía en la inteligencia y la experiencia de Lula “para no tener que llegar a vomitar”.