Desde Marrakech

Falta nada para el Mundial, y sin embargo la ciudad de Marrakech no respira el oxígeno futbolero del mundo de la pelota, más allá de que los televisores de todos los bares y restaurantes devuelvan imágenes de noticias deportivas, entre ellas las del anuncio de la lista de 26 jugadores conformada por Lionel Scaloni, larga y muy adustamente analizada por especialistas en mesas redondas (o eso parecía, pues este cronista no está familiarizado con el árabe). Quizás se deba a que Marruecos la tendrá muy difícil, casi imposible, compartiendo el grupo F con dos poderosas selecciones europeas como Bélgica y Croacia, esta última subcampeona en 2018. O más probablemente a que las vísperas del evento deportivo que pausa calendarios y rutinas cada cuatro años coinciden con la 19º edición del Festival Internacional de Cine de Marrakech, que desde el viernes y hasta el próximo sábado congrega más de un centenar de películas de todo el mundo –la única representante argentina es la coproducción con Paraguay EAMI, de la documentalista Paz Encina– en seis espacios distribuidos por la ciudad.

Entre esos espacios está la Plaza Yamaa el Fna, uno de los símbolos de la ciudad desde su fundación durante la época en la que toda esta región era dominada por el Imperio Almorávide, allá por el siglo XI. Además de uno de los mercados al aire libre más grandes y populares del mundo, es un aleph cultural árabe y punto turístico ineludible donde noche a noche confluyen, entre otras especialidades, vendedores de comida, acróbatas, músicos, bailarines y aquellos que aún practican el tradicional hikayat, esto es, la narración de cuentos a viva voz.

¿Cuentacuentos en pleno siglo XXI? Pues claro, si la huella de la tradición oral en la milenaria historia marroquí es tan fuerte que en una reunión de la UNESCO con intelectuales locales en 1997 se definió el concepto de "Patrimonio oral de la Humanidad”, puntapié para que en 2008 la Plaza fuera catalogada como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”. Un lugar cargado de historia donde se escucha una polifonía de acentos y el rey, al menos durante estos días, no será el regateo de productos de todo tipo sino el cine, como demuestra el armado de una pantalla gigante para las proyecciones nocturnas de algunos de los títulos que integran el catálogo escrito en árabe e inglés.

Pero el epicentro del Festival no está aquí sino a un par de kilómetros (imposible referenciarse por cuadras o alturas de calles, en tanto la traza urbana está lejísimo del estilo damero que impera en la Argentina). Más precisamente en el Palais des Congrés, una faraónica construcción realizada en el centro marrakechí en 1989, bajo el reinado de Hassan II, que funciona como espacio de usos múltiples y cuenta con una decena de salas para albergar desde asambleas y conferencias hasta seminarios y eventos culturales. Todo el lugar está copado por el Festival, con cuatro espacios para proyecciones y las oficinas de todas las áreas de la organización.

Fue en la sala principal, la Salle des Ministres, donde el viernes por la noche se realizó una ceremonia de apertura que congregó a centenares de periodistas e invitados y contó con televisación en vivo para todo el país. Allí hubo presentación de jurados -cuyo presidente no es otro que el realizador italiano Paolo Sorrentino (La grande bellezza, Fue la mano de Dios)-, un homenaje para la superestrella de cine indio Ranveer Singh, recibido con una fanfarria que más de un actor o actriz de Hollywood envidiaría, y la proyección de la película de apertura, honor que recayó en la notable Pinocho de Guillermo del Toro.

Pinocho, de Guillermo del Toro

La monstruosidad como penitencia

La escena no es real, pero bien podría serlo. A mediados de los ’70, un chico guadalajareño llamado Guillermo del Toro Gómez lee por primera vez Pinocho y conforma las bases de una manera de ver el mundo que décadas después lo convertiría en un reputado cineasta internacional, de esos que ganan Oscar y viajan por el mundo presentando sus películas: la monstruosidad afecta mucho menos a quien la observa que a quien la padece; el dolor de ser distinto, de ser incomprendido, es un factor ordenador de la vida. No por nada el director de Hellboy, El laberinto del fauno, Titanes del Pacífico y La forma del agua montó una muestra artística en su Guadalajara natal con piezas que han servido de inspiración para sus trabajos llamada “En casa con mis monstruos”, título homónimo al del libro de autoría publicado en 2014. El último eslabón de ese ideario es su notable adaptación del clásico de Carlo Collodi, que luego de exhibirse en una de las secciones paralelas del Festival de Mar del Plata tuvo un par de pasadas en el evento marroquí.

El título es Pinocho de Guillermo del Toro. Que esté su nombre es una señal inequívoca de que será una versión personalísima –que incluye, entre otras cosas, números musicales a cargo de sus protagonistas– y no (solo) la mera recreación de las principales postas narrativas del relato publicado originalmente de manera serializada entre 1882 y 1883. Mucho menos una “remake” de la famosa versión animada de Disney 1940. Todo aquí está teñido de una tristeza casi penitente, fruto de confluencia del duelo eterno de un padre que ha perdido a su hijo, además de a su esposa, y la certeza del muñequito de madera que cobra vida gracias a un hechizo de que, haga lo que haga, tendrá el rótulo de “distinto” colgado del cuello. O, claro, de esa nariz de la que crecen ramas con cada mentira.

Alejada de todo atisbo de moraleja, y deliciosamente animada mediante la técnica stop motion, la película de Del toro es de una nobleza superlativa, tan genuinamente emotiva como comprensiva de las particularidades de esas criaturas solitarias que enfrentan la misma batalla que casi todos sus monstruos: encajar en la lógica de un mundo que no concibe la posibilidad de su existencia, mucho menos de que puedan sentir. Pinocho llegará a Netflix el 9 de diciembre, pero tendrá un paso previo por los cines argentinos desde el 24 de noviembre. Se suplica –porque “recomendar” queda corto– verla en salas, porque las pantallas hogareñas quedarán más chicas que nunca ante esta película que sonará con fuerza durante la inminente temporada de premios de Hollywood.