Desde sus inicios, una discusión atravesó al psicoanálisis. La posición de Sigmund Freud captó, de diversas formas, que la energía que nos anima es de origen sexual, por lo cual la llamó libido. Carl Jung creía que no era sexualizada, mientras que Alfred Adler la limitaba a causas sociales. Con sexual, Freud se refirió a la proveniencia de esa energía y su estabilización. Parida una criatura, las caricias, tonalidades de voz y miradas provienen principalmente de la madre. En segundo lugar, del padre y luego de familiares y otros cercanos. Van cargando así de energía a la personita.

Freud advirtió el carácter sexual de la libido cuando a su vuelta de La Salpetriere1 dejó de escuchar y observar exclusivamente como médico y psiquiatra a las pacientes y advirtió que, en sus relatos, emergían cuestiones sexuales, a veces ocurridas, otras sólo imaginadas.

La postura de Adler fue influida por el período revolucionario del imperio Austro-húngaro a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Uno de sus hermanos era dirigente socialista y él simpatizaba con esas ideas. 

Freud planteó la abstinencia del psicoanalista como una posición necesaria para que se despliegue la transferencia analítica, sin los condicionamientos que podrían suponer el conocimiento de las creencias del psicoanalista. ¿Es esto siempre posible? No, porque la instalación y sostenimiento de la transferencia exige instalar un semblante, una apariencia.

“Semblant” es un concepto que desplegó Lacan para pensar este fenómeno y que resulta muy productivo para desplegar un buen análisis, sin dejar de lado la neutralidad analítica. ¿Cómo? No es fácil, pero sí necesario. Trato de describirlo en términos sencillos. Se construye al observar detalladamente y en profundidad al paciente: su modalidad de mirar, hablar, vestirse, moverse, relacionarse, relatar sus dramas, etc. Lo que facilita posicionarse como analista, de un modo que le resulte atractivo a quien queremos facilitarle que se transforme en analizante. O sea, en alguien que tome respeto por sus decires en todas sus dimensiones: dichos, equívocos, olvidos, actos fallidos, etc. En alguien que advierta que, en los mismos, está emergiendo lo que la represión o la renegación tratan de ocultarle y que, al ocultarlo, hacen que operen en y desde lo inconsciente.

Planteados estos condicionantes, me pregunto sobre las relaciones y no relaciones, entre psicoanálisis y política.

El objetivo del psicoanálisis es trabajar con el analizante para que lleve adelante lo más posible sus deseos, con el fin de que sus goces se acerquen también a aquellos lo más posible.

Ninguna de estas cuestiones ocurre fuera de las sociedades en que viven. Sociedades sociales, permítaseme la redundancia, familiares, amistosas, de pareja, etc. Cuestiones que inciden en las posibilidades o imposibilidades de dichos objetivos.

Es la razón por la cual es inimaginable un psicoanálisis que sólo se ocupe de individuos. Se ocupa de humanos que, por serlo, inconscientemente están divididos. De ahí la fórmula escrita por Lacan, $<>a. El sujeto escindido por la conjunción y disyunción, mayor o menor, en las relaciones con sus objetos deseados. 

Lacan lo aclaró bien al proponer que practicáramos el psicoanálisis en intensión y en extensión, como dos prácticas diferentes, a la vez que en articulación. Intensión por intensidad, extensión por la utilización de lo aprendido analizando a cada analizante en singular y útil para aplicarlo a los funcionamientos de las personas en formaciones de masa. Lo que comenzó a advertir Freud y desembocó en su trabajo Psicología de las masas y análisis del yo.

Desde aquí vuelvo a lo que me pregunto en el título, lo posible, lo excluible y lo generalizable entre psicoanálisis y política. ¿Puede un psicoanalista no tener ideas políticas? Las declare o no, las advierta o no, seguramente las tiene. Aunque varíen según circunstancias, momentos de la vida, experiencias atravesadas. 

¿Puede proclamarlas? Por evidencia u omisión, no deja de hacerlo. Y los que estén interesados en él y sus ideas, a partir de sus supuestos conocimientos, decidirán buscarlo para analizarse. O buscarlo como pareja, o como amigo, ¿Por qué digo “supuestos conocimientos”? Justamente porque debido a la existencia del inconsciente y, como consecuencia, de lo inconsciente, ningún humano, incluidos los psicoanalistas más psicoanalizados y experimentados, saben todo sobre todas las ideas, deseos y modalidades de goce que los habitan. Los que, muchas veces, les traen sorpresas imprevistas. 

Entonces: ¿por qué el analista no debe relatar lo que sabe sobre él, a menos que decida hacerlo en función del proceso y momento de la cura que está atravesando ese analizante en particular? Porque su participación en ese análisis no es magisterial sino analítica.

¿Pero eso se realiza mintiendo sobre sus posiciones políticas? No, se realiza practicando el psicoanálisis, y no haciendo de las creencias políticas del analista bandera ante el analizante. A menos que particularidades muy singulares de ese análisis y sus momentos lo exijan.

Entonces, un reconocido dirigente político ¿no puede ser psicoanalista? Sí, pero debe tener en cuenta que forma parte de su apariencia, eso en lo que es reconocido. Lo que no será sin consecuencias para quien le demande análisis y de alguna forma irá emergiendo en sus asociaciones. Por lo que debe tenerlo presente en lo que vaya escuchando del analizante. También debe estar atento a cómo influyan en su propia observación del analizante las creencias políticas a las que adhiere.

¿Puede un psicoanalista, utilizando las herramientas del psicoanálisis, participar en el análisis de circunstancias sociales, y políticas? Acá toma un peso especial, la palabra participar. No debe pretender ser dueño de una verdad. Gracias al desarrollo que tomaron otras ciencias como la antropología, diferentes especialidades de las ciencias sociales, las letras y sus especialidades, etc, son muchas las disciplinas que pueden hacer su aporte a los análisis sociales. Desde estas elaboraciones podemos pensar mejor qué resulta incluible y qué excluible entre psicoanálisis y política.

* Psicoanalista.

1. El hospital francés para mujeres más poblado de aquellos finales del siglo XIX. Freud asistía a las clases de Charcot.