Hasta el 10 de diciembre puede visitarse en las salas de exposición en planta baja de Crudo Arte Contemporáneo (Italia 1044, Rosario) una exposición de obras de Hernán Camoletto y Luis Rodríguez. Titulada Imagen regresiva, con curaduría de la prestigiosa crítica Florencia Battiti, la muestra se propone como "individual de a dos" y compone un conjunto articulado de piezas recientes que establecen "un contrapunto" (Battiti). 

Entre los ejes conceptuales están el espejo en tanto reflejo, copia, simetría, vanitas; la cadena, y la idea de una obra abierta que podría expandirse al infinito. Ambos artistas usan técnicas que van desde el dibujo (a lápiz y/o tinta, incluyendo la intervención mural y el trazo como gofrado invisible) hasta la escultura blanda o la instalación de pared, pasando por el rescate que hace Rodríguez de oficios como el dorado de cristales o la taracea con espejos, que irradian luz y atomizan lo reflejado en fragmentos mutables. 

La obra de Camoletto está atravesada por una reflexión sobre el lenguaje y los vínculos, donde el cuerpo es representado a través del soporte como nexo portador de huellas que a su vez generan sentido: la materia y la información, la palabra y los afectos, los símbolos y la experiencia, constituyen continuidades. Lo que literalmente atraviesa el papel o la tela (clavos, aguja de bordar, o la mirada en la transparencia del material mismo) está unido a la letra de los significantes, que se presentan como tatuados. Se destaca una pieza textil en colaboración con Michele Siquot, "Presente perfecto", que construye una narrativa con "Pretérito imperfecto" (obra prestada por un coleccionista).

El espacio posee su propia extrañeza, ya que era un banco y carga con vetustos rastros de aquella función. La arquitectura plantea una paradoja estética: es una ruina moderna de surreal desmesura. Los artistas no ignoran este efecto melancólico de base y doblan la apuesta. Un dorado carcomido deja ver el rojo debajo: oro falso que refleja el mundo a medias, con un tono crepuscular, como un ojo con sueño. La geometría insiste en las obras de Rodríguez, entre el diseño, ciertas alusiones al barroco y las referencias a una racionalidad que ya perdió su autoridad del siglo veinte y retorna proliferante como un tic, o un ADN, con la orgánica iteración del pixel. La extrema dedicación de ambos al trabajo de montaje (un mes) redundó en una exhibición controlada, con una austeridad cromática y una cuidada iluminación: sobre un fondo oscuro, blancos, negros, dorados y rojos prevalecen en una penumbra teatral, hasta que una pequeña sala en un giro del recorrido arma un "cubo blanco" donde el color estalla en toda la gama del espectro.