Esta es la sociedad más horizontal entre las que conozco y sin embargo ha aparecido un político que denuncia la existencia de castas. Las cuales, ni oficial ni oficiosamente, existen en nuestra tierra desde el fin de la época colonial. Luego, su historia de aportes originarios, inmigratorios, étnicos, familiares, personales, ideológicos y políticos fundan esta sociedad actual. Y si algo quedaba de aquella rémora, con el peronismo se borró. Es lo que se siente al subir a cualquier colectivo, al entrar en cualquier sitio más o menos poblado: una suerte de democratización en los tratos, en los hechos y en las pieles, en las costumbres y los ritos.

Pero aquí tenemos cualidades dramáticas. Siempre sucede lo que en ninguna parte del mundo, sus hechos son los más graves, sus colores, los más oscuros; sus consecuencias, devastadoras. Las diferencias se juegan a ruptura y a quiebre; las distancias sociales, a envidia, odio, inquina mayor; los enfrentamientos políticos, a muerte. A veces, se exagera; los argentinos somos exagerados. Llamamos a una tormenta tempestad, a una crisis caos, a un tropiezo caída. Si hay un accidente natural, produce, más que un pozo, un abismo; si por unos días no llueve, es sequía, y ello deja en la tierra un desierto: en efecto, y bien exaltados, así le llamamos, aunque no lo sea, a la mera pampa. En cambio, si llueve más o menos copiosamente, es inundación, y luego diluvio; si aclara, se produce un encandilamiento; si oscurece, eclipse. No conocemos los matices, las medias tintas. La delicadeza oriental es tan ajena a nuestros hábitos como su lengua o su música.

Es nuestra forma de ser, ni mejor ni peor que otras en el vasto mundo. Pero no hay ninguna relación de nuestras mínimas diferencias con esa división, con esa nomenclatura que cabría mejor en sociedades europeas y, ni qué hablar, en asiáticas. Aquí, ahora, nuestra sociedad se ha vuelto más suave que antes con el trato nominal a los descendientes de los “indios” de América: comienza a aceptar llamarlos “pueblos originarios”. En un paradójico cruce semántico, y por tanto también conceptual e ideológico, los verdaderos indios de la República de la India son menos considerados con los nativos: a sus originarios les llaman “pueblos de la noche”, lo que ciertamente asigna distancia, oscuridad, misterio, ocultamiento, honda diferencia.

A pesar del nombre, estos no son los peor considerados. Debajo (hay, todavía, un debajo), están “los intocables”. Llamados así no porque no se pueda, como a los reyes o a ciertos dignatarios, acercárseles o tocarlos, sino porque los demás no deben hacerlo (puede traer peste o algo aún peor). Si bien la jerarquía entre las castas es muy estricta, “los intocables” no son siquiera una categoría inferior; otrora habitantes de la noche, castigados por antiguas insumisiones, están fuera de aquéllas, degradados, excluidos. Son tan indignos, tan impuros, que los demás corren peligro, por su contacto físico o por su visión, de ensuciarse, de mancharse. Por tales razones, estos hombres y mujeres son objeto de prohibiciones humillantes: se les impide circular o atravesar de noche una ciudad o un pueblo importante, tomar agua de los pozos públicos porque podrían corromperla, preparar comidas o servirlas, y menos aún compartirlas con otros. Les están reservados los trabajos más difíciles o más ingratos: enterradores, curtidores, poceros, limpiadores de baños… Deben vivir fuera de las ciudades, ni poseer más bienes que ciertos animales domésticos, no pueden llevar otras vestiduras que las arrebatadas a los cadáveres.

¿Cómo fue formándose el sistema que permite estas verdaderas aberraciones sociales? Las castas y su organización datan de tiempos remotísimos; esas nuevas subdivisiones parecen más recientes. Es muy probable que la creación de las castas sea de naturaleza sobre todo religiosa. No se sabe por qué fechas exactas los valores brahmánicos se fueron consolidando y generalizando en la sociedad india, aunque el brahmanismo, reconociendo su origen en la armonía del orden cósmico y en la dignidad de las vidas anteriores, lleva a que el nacimiento de alguien dentro de una casta sea necesario y no azaroso.

En la parte superior del orden jerárquico estaban los brahmanes, que eran principalmente maestros e intelectuales y que se creía provienen de la cabeza de Brahma, luego vinieron los Kshatriyas, o los guerreros y gobernantes, presumiblemente de sus brazos. El tercer lugar fue para los Vaishyas, o los comerciantes, creados a partir de sus muslos. En la parte inferior estaban los Shudras, que vinieron de los pies de Brahma y hacían todos los trabajos serviles. Las castas principales se dividieron en unas 3.000 castas principales y 25.000 sub castas, cada una en función de la ocupación específica. Fuera de este sistema estaban los achhoots, los dalits (que quiere decir “parias”, a menudo víctimas de la violencia, frecuentes linchamientos, asesinatos y violaciones) o los intocables.

Durante siglos, la casta ha dictado casi todos los aspectos de la vida religiosa y social, y cada grupo ocupa un lugar específico en esta compleja jerarquía. Las comunidades rurales se han organizado durante mucho tiempo sobre la base de las castas. Las castas superiores e inferiores casi siempre vivían en colonias segregadas, los pozos de agua no se compartían, los brahmanes no aceptaban ni bebida de los shudras y uno solo podía casarse dentro de su propia casta. El sistema otorgó muchos privilegios a las castas superiores, mientras permitía la represión de las castas inferiores por parte de los grupos privilegiados. Es un sistema que a menudo ha sido criticado por ser tan injusto y regresivo. Y aún así permaneció prácticamente sin cambios durante siglos, dejando atrapadas a las personas en órdenes sociales fijos de los que les era imposible escapar.

Por supuesto que la moderna India no reconoce constitucionalmente la existencia de castas, pero ellas continúan impregnando los hábitos, los comportamientos, los prejuicios. La Constitución de 1950 ha reemplazado el término “intocable” por el de “harijan” (pueblo de Dios); ello no obsta para que en la esfera económica sigan subordinados, constituyendo las clases más pobres: campesinos sin tierra, mano de obra no calificada, desocupados sin asistencia social.

Por todo ello, nada menos que hablar de castas aquí, en la horizontal sociedad argentina (claro que refiriéndose cuidadosamente solo a los políticos, nunca a los patrones, a la judicatura, a los religiosos o a los militares), forma parte del delirio, por ahora solo verbal, pero ya es grave, de ciertos sectores de la ultra derecha política, y constituye uno de los inventos, hiperbólicos, de los exaltados, con el deseo de obtener votos de gente incauta o desorientada.

 

*Escritor, docente universitario.