Hola, soy La China.

Primero que nada quiero agradecer poder expresarme contando quién soy, lo que vive mi familia actualmente y los sentimientos que hoy me revuelve la cabeza pensando en todo lo que vivo y viví desde el momento de mi detención, en diciembre de 2020, aquí en Argentina.

En primer lugar quiero hablarte de mi infancia y juventud. Mis padres se separaron cuando era joven. Puedo resumirte que durante dos años vivimos en seis casas distintas en diferentes provincias de Venezuela, para conseguir una tranquilidad tanto para mi mamá -única proveedora- y nosotros sus hijos. Más grande, durante la época de mis estudios en la facultad de contaduría, conocí a quien es padre de mi primer hijo, con quien tuvimos una relación de noviazgo por tres años. Después de ese tiempo mi mamá decidió llevarnos a mi hermano y a mi a estudiar afuera. Pero yo había quedado embarazada estando en Venezuela y ocho meses después tuve el conocimiento de ello, ya que mentalmente, físicamente y hormonalmente nunca sentí ni padecí ningún síntoma común de embarazo: tuve sangrado menstrual mensualmente, sentía un cosquilleo como de dolor de panza normal, nunca me crecieron los pechos y el aumento de peso fue algo habitual para alguien que hace el cambio de vida que yo había hecho. En resumen: puedo decirte que me di cuenta de mi embarazo porque mi mamá me vio un día y me dijo que esa panza no era de una chica de 23 años con sobrepeso sino de una joven embarazada.

Cuando supe de la noticia mi sentido de culpa fue terrible, fueron muchas preguntas, sobre todo cómo podía ser que no supiera que estaba embarazada. Regresé a Venezuela a las pocas semanas ya que el padre de mi hijo dijo que se haría cargo. Pero ese cuento solo fue un sueño porque al llegar nada de lo prometido se cumplió. En el año 2003 nació mi hijo, el amor principal de una madre a pesar de mi sufrimiento, abandono y culpa por no saber de su existencia. Viví sola con mi hijo casi dos años. Me conocían como la joven madre del carrito que tenía estrellas, porque en el barrio me dediqué a vender comida en lugares especiales, productos por catálogos, UBER. Y a la noche fui maestra de contabilidad en una universidad privada. Lo más importante: que siempre mi hijo estuviera conmigo. Cuando mi chinito cumplió dos años conocí al que hoy en día es mi esposo, un hombre sin prejuicios hacia las madres solteras, algo por lo cual me había sentido rechazada anteriormente por otros hombres.

Para mi lo más importante siempre fue armar una familia y que de alguna manera mis padres y la sociedad me aceptaran como familia ejemplo, sin ser señalada. De esta pareja vino mi segundo y precioso hijo: el chiquito de mami, el gordito, mi bebé. Un niño que llegó a esta vida con un cuadro de embarazo muy parecido al de su hermano el chinito, con la diferencia que en vez de darse cuenta mi mamá se dio cuenta mi marido. Mis sentimientos en el embarazo fueron los mismos que en el primero: culpa, dolor, tristeza, miedo, angustia y desesperación de no saber si mi bebe venía en términos normales.

El problema se me presentó al momento de la cesárea, en 2009, ya que por ese sentimiento de culpa y seis horas de espera para entrar al quirófano me encontraba muy nerviosa. Generé que el anestesiólogo me pusiera una sobredosis de anestesia. Eso provocó que mi hijo naciera totalmente adormecido. A su vez mi marido, que estaba conmigo en el parto, sentía que yo me moría ya que estuve cerca de cinco minutos sin escuchar ni sentir nada, ni los gritos de las enfermeras que me querían hacer reaccionar. Cuando desperté, vi a mi bebé sin llorar y de color gris como un papel de diario. Una enfermera se lo llevó corriendo al área de neonatal porque sus reacciones no fueron como las de cualquier niño. Fueron días de hospitalización para mi bebé y para mí. Tuve que rogarle al médico poder verlo y cuando lo hice, verlo ahí con muchos cables en su cuerpo me hizo sentir la peor de las madres. Por no saber ni sentir un embarazo normal. Le pedí a Dios que mi hijo saliera de allí sano y sin complicaciones. Cuando me lo entregaron me dijeron que estuviera pendiente porque quizá una de sus neuronas no se activó como debía. El problema se desarrolló en su niñez, le dieron un diagnóstico de trastorno de déficit de atención con hiperactividad. Desde ese momento comencé a darle un tratamiento acompañado de un plan de alimentación y de actividades.

Posteriormente a esos dos episodios de embarazos no quise saber mucho de lo que era otro bebé pero por razones del destino salí embarazada dos veces más donde presenté los mismos síntomas o cuadro de desconocimiento. La gran diferencia con los nacimientos de mis hijos es que en las otras oportunidades fallecieron en la panza antes de llegar a los centros hospitalarios. Los médicos colocaban en sus anotaciones que llegaba una mujer con determinada cantidad de semanas y sin conocimiento de su embarazo. Una de esas veces fue la más traumática ya que llegué al centro hospitalario sangrando, medio desmayada, con fuertes dolores. No me querían atender porque pensaban que no era un aborto espontáneo y tuve que ir otro centro. Me atendieron como a las dos horas, sentí que me moría. Pero Dios me volvió dar la oportunidad de estar viva. Cuando salí del quirófano fue lo más duro porque me informaron que por ser un bebé de siete meses de gestación debía tomar la decisión de enterrarlo, cremarlo o dejarlo para experimentos. Nunca olvidaré cuando en el servicio funerario me entregaron esa caja blanca y las cenizas. No pude traerlas a Argentina, pero siempre le doy la bendición a esa cajita marrón que dejé en un rincón de mi casa en Venezuela. En otra oportunidad también tuve otro aborto, pero de menos semanas de gestación.

Este es un pequeño resumen de lo que he vivido en mi país, Venezuela.

Una vez que llegué a Argentina la historia se repitió. Venezuela estaba en una situación extrema a nivel económico y político, generando poca calidad de vida para mi familia. Conseguí un trabajo que implicaba viajar mucho. Después de seis meses de trabajar en ese trabajo comenzó la pandemia y el aislamiento. Comenzó entonces un fuerte aumento de la cantidad de trabajo tanto en casa como a nivel laboral ya que el apoyo escolar se multiplicó, éramos 3 personas conectadas en un departamento pequeño, con 2 niños. La convivencia familiar fue muy compleja. La situación económica también desmejoró. La empresa en la que yo trabajaba recortó presupuesto y me despidió. Dentro mío había tanta tensión, tantos problemas, como una bomba a punto de estallar. El período menstrual me venía varias veces al mes por pocos días, comíamos comida rápida y aumentaba de peso, no podía hacerme mis controles médicos de la tiroides porque en pandemia no te daban turnos de control, solo de covid. Los dolores de cadera y los pies hinchados de tanto estar sentada se volvieron normales. Empecé con calmantes por todos los dolores que tenía.

En diciembre de 2020 mi cuerpo no daba más, no podía levantarme de la cama por los fuertes dolores de cabeza, espalda, cadera. Traté de descansar pero el lunes muy temprano arriba de nuevo, tome más calmantes. A media mañana los dolores no podía soportarlos más, mucho dolor de panza. Ahí tomo más analgésicos y me recosté un rato. Mi marido no estaba en casa porque se había ido a llevar los chicos a la escuela de basketball. Ese día sentí un sangrado común de malestar menstrual, normal para todo el estrés acumulado por todo lo vivido en los meses anteriores.

Mi gran sorpresa fue entonces mi detención el 20 de diciembre de 2020 con una carátula que aún mi mente no puede entender ni procesar o explicar qué fue lo que me sucedió, lo que leo en los hechos escritos por otra persona que nunca me conoció, que no sabe nada sobre mi persona, de las situaciones que he vivido. Todo esto atormenta mi mente durante el año y ocho meses que tengo detenida. Las palabras que más me retumban son: una vez más no supe que estaba embarazada. Y por qué no sentí, ni ví a ese bebé que dicen que salió de mi, que me acusan que nació vivo. Solo Dios y las paredes de los baños, mis noches de falta de sueño, mi psicóloga saben el dolor que vivo dentro de mi. Tampoco me olvido de la violencia que me hicieron pasar esos primeros días detenida. Tres días me hicieron pasar con los dedos negros por las huellas en la tinta y con la misma bombacha ensangrentada. “Ella no merece ni lavarse las manos” dijo la policía que me llevaba a hacerme los peritajes. “Esta mujer mató un bebé y tiene que estar presa” le dijo a la médica que hacía los estudios para peritar mi cuerpo. Todo en frente de otras personas. Desnudarme en frente de esa y otras policías. Caminar por los pasillos esposada, para mostrarme así, para que me vean. Que me traten como un animal.

Todo este dolor que describo también incluye lo que están viviendo mis hijos. Tener que venir a una cárcel a ver a su mamá. Me han negado todo tipo de beneficios, como el del arresto domiciliario o la visitas al domicilio, para que mi gordito no se viera en la obligación y la costumbre de ver a una madre en condición de presa. Solo una vez por semana, tres horas. Y no los veo todos los fines de semana, porque entre el hecho de venir con mis dos hijos y algo de comida para compartir es un gasto que suma de gran manera a la situación actual que vive el país económicamente.

Cuando me da esa nostalgia de no poder ver a mis hijos como lo hacía antes, solo me pasa por la mente que soy una madre venezolana más que salió de su país en busca de una mejora para sus hijos. Que se contenta y agradece cada vez esos 15 minutos que podemos hablar por teléfono y saber que dentro de todo, todo está bien, porque el motivo de salir de mi país era salvar a mis hijos de la crisis humanitaria. Hoy por hoy no la sufren. Me conformo con el simple hecho de que puedan tener sueños, esperanza, futuros estudios y saber que en algún momento este paréntesis en mi vida se termine, y volver a empezar de nuevo como cuando llegué a este país con un cúmulo de planes por hacer.

Quiero que se sepa que esto que me pasó a mi le pasa a muchas mujeres más. Quiero que la gente despierte y conozca que hay mujeres que no saben que están embarazadas, que no se dan cuenta. Que yo no soy la única. Que es una enfermedad. No somos 2 o 3 personas presas, somos muchas más, encarceladas por una patología. Esto no debería ser así. Son situaciones que no debe tratarse así porque no son una decisión que yo tomé o que tomaron las demás mujeres presas por esto. Quiero que entiendan que somos inocentes porque nosotras no vimos, no sentimos, no escuchamos. Porque ni yo ni las que están en mi misma situación nunca supimos que estábamos embarazadas.

Hoy estoy de pie y sigo adelante porque no puedo bajar los brazos. Me esperan mis hijos afuera, fuerte y luchadora. Tengo un Dios que me protege. De esta experiencia conozco a personas maravillosas, también episodios de que la vida no es tan linda. Sé que lo que me pasa interiormente en mi cuerpo y mente les pasa a millones de personas que somos mal vistas por una sociedad y una ley un poco ciega a las realidades que un ser humano puede padecer.

Este es un pequeño resumen de lo que es mi vida a mis 43 años. Este escrito lo tuve que hacer pegada a la reja de una celda donde me entra un poco de luz ya que mis compañeras están dormidas. La música a todo volumen ya no está.

Gracias por el apoyo que me puedan dar. Si ustedes quieren, le piden a mi marido y yo les llamo. Quiero que se sepa que no soy la única.

La China