Casi todos los que pasamos por la vida de Hebe en algún momento, largo o corto, terminamos distanciados, otros peleados, sin embargo hoy la lloramos.

No hay dirigente popular, militante de los setenta, ochenta y noventa, sobreviviente de la dictadura, familiar de víctima de la dictadura, dirigente político de esas décadas, joven atraído por la militancia política en esos años, para los cuales Hebe haya pasado inadvertida. Difícil en el recorrido por esos años encontrar a alguien que no la haya amado y que no la haya puteado también.

Los grandes personajes de la historia tal vez tengan eso, intensidades permanentes y decisiones en las que sólo se puede acompañar o partir.

Hebe no fue una mujer de consensos, ahora que esa palabra parece el salvavidas de nuestra vida democrática, ahora que nos visitó Felipe González para reforzar que necesitamos consensos, acuerdos.

Quizás sea así, pero Hebe no fue la persona para eso, su función en los años de la dictadura y en los larguísimos primeros años de la recuperación democrática fue la contraria: separar la paja del trigo, desnudar agachadas, denunciar hipocresías, visibilizar historias de silencios y complicidades con los genocidas, de muchos de los que venían a limpiar su currículum en democracia.

Reivindicar a los hijos de todas y sobre todo ser una referencia radical, en el más duro sentido de la palabra, para miles de adolescentes, jóvenes que despertamos a la política bajo su intensidad, sus palabras, su contundencia intransigente. También bajo su enorme amor y generosidad con quienes ella elegía cobijar, por el tiempo que ese amor intenso durase hasta que, muchas veces, se rompiera.

Pasé junto a muchas y muchos compañeras y compañeros años intensos junto a ella, durante cientos de jueves fue cita obligada la ronda, pasase lo que pasase. Esa ronda de los jueves a las 3 de la tarde en Plaza de Mayo es una de las imágenes en movimiento más fuertes de nuestras primeras luchas democráticas. Imagen en movimiento que ninguna foto puede detener y donde circulaba en cada etapa gente diferente, donde se podía vislumbrar, pensar presentes y futuros diversos, pero donde había poco margen para negociar la interpretación del pasado.

Hebe resuena inquebrantable ahí: los desaparecidos no eran "inocentes" ni ángeles, sino militantes populares y por eso justamente se los llevaron, por eso justamente se los reivindicaba. Eso retumba como las primeras cosas que escuché de ella, formateando en muchos y muchas de nosotros y nosotras durezas necesarias para no ir detrás de tantos cantos de sirena. La idea de que en la Argentina hubo un genocidio planificado y no una cacería improvisada nació en su intensidad y su convicción allí, en esas plazas, mucho antes de que se convierta en concepto.

Años 85, 86, 87, 88, rondas de los jueves, noches en la Marcha de la Resistencia y acercamiento a ella con charlas que aún recuerdo por su calidez y cuidado cuando la violencia para algunos podía ser una opción. Pensar que tantos seres pequeños la acusaron a ella justamente de violenta. Ella nos cuidó y aconsejó: la lucha era política y de construcción. Gracias Hebe.

La política convocaba para lugares distintos, pero los cimientos que ella construía marcaban líneas de donde no se podía salir: “Aparición con vida”, cuando todos sabían que estaban muertos y parecía una consigna fuera de la realidad, cobraba sentido en esa firmeza de no claudicar.

Si con vida los llevaron, con vida los queremos, decían. “Castigo a los culpables” y “Cárcel a los genocidas”, cuando el alfonsinismo que ella tan duramente castigaba nos llevaba de aquel 1985, hoy justamente revalorado, a años de impunidad. Esto que para muchos jóvenes rompía, si bien no el pacto democrático del que nos burlábamos inocentemente entonces, sí un pacto ético que achicaba, y mucho, la ya debilitada democracia. El Astiz asesino de la adolescente DagmarHagelin, el que secuestró a Azuzena Villaflor haciéndose pasar por hermano de un desparecido y ganándose su confianza para secuestrarla, el asesino de las tres monjas francesas, Miguel Etchecolatz, el asesino y torturador de, entre otros, los chicos de La noche de los lápices, eran perdonados y sus condenas quitadas. En el caso de Astiz inclusive ascendido en 1988 por el Congreso de la Nación, a partir de lo que las leyes de impunidad del gobierno radical, hoy tan amorosamente recordado, permitían.

Llegaron los noventa y la militancia político estudiantil a la que pertenecí tuvo a Hebe como una figura central, nunca en relación a donde queríamos ir (“el socialismo” sólo en términos genéricos) sino de adonde seguramente no íbamos. Hebe no era una referencia por ese lado: no unificaba en torno al qué hacer, ni con quiénes, sino que marcaba bordes que hoy aparecen tan frágiles y necesarios.

Éramos chicos pero tuvimos la independencia de criterio de qué tomar y qué no y Hebe, creo, valoró en silencio eso. Nuestra relación ya organizacional y también personal fue creciendo en velocidad e intensidad. Años 92, 93, 94. En el 94 juntamos plata para traer al Perro Santillán, emblema de la lucha contra la aplanadora menemista en Jujuy y lo juntamos con Hebe en nuestra querida aula 100 de la Facultad de Sociales de la UBA, repleta y con mucha gente afuera. Mi agrupación me eligió a mí para presentar la actividad y Hebe me dijo después al oído que quería que fuese orador en la Marcha de la Resistencia de diciembre de ese año. Con la democracia que la caracterizaba, esas palabras eran casi órdenes.

En esos días de finales de 1994 Hebe me puso en un lugar exagerado pero que llevo en mi alma el resto de mi vida, compartiendo un escenario junto a ella, junto al Perro Santillán y un dirigente minero de Río Turbio, que estaban resistiendo la privatización. Años de reparaciones económicas que agrietaban, para acercar términos actuales, como nunca a la militancia de derechos humanos.

Hebe en esos primeros días de diciembre de 1994 pronuncia un discurso tremendo, durísimo y conmovedor, cuestionando a los que cobraban las reparaciones que daba el gobierno de Menem a quienes la dictadura les había destrozado la vida, les había quitado a sus padres o uno de los dos y estos bonos de deuda externa que daba el menemismo les permitían a muchos, por ejemplo, comprarse por única vez en la vida, una casa.

Estábamos ahí con ella, compartíamos su mirada dura de no cambiar plata por pedido de justicia, pero nunca el ataque a los que cobraban. Esa diferencia estaba presente y ella, tan inclaudicable, parecía que valoraba nuestra pequeña disidencia.

En el año 1995, varias agrupaciones estudiantiles logramos arrebatarle el Centro de Estudiantes a los radicales de la Franja Morada y, como un retrato más de las referencias de época, decidimos darle la presidencia honoraria del Centro a las Madres. Nosotros trajimos a las madres de Hebe, los otros compañeros, a la Línea Fundadora y se putearon de lo lindo en el escenario.

Llegaron los 20 años del golpe en 1996. Era momento de unidad democrática contra la impunidad, con una movilización que se organizaba en torno a la recientemente nacida CTA.

Hebe y las madres que ella conducía armaron otro acto la noche del 23. Nosotros, con otros grupos estudiantiles armamos la seguridad --porque ella no quería ni un policía-- y fuimos también al acto oficial del 24 con todo el resto de los organismos. Noches divididas por arriba pero unidas por abajo. Pocos fueron sólo a un acto.

Esos 20 años partieron aguas y armaron el surco, ya más visible, de que el fin de la impunidad era posible.

Veinte o treinta mil personas la noche de las madres de Hebe. Cien mil por lo menos al día siguiente, en plena impunidad y con la irrupción tan radical, fresca y potente de los HIJOS. Se abría el camino al fin de la impunidad, que sería mucho más pronto de lo que todos podíamos imaginar. A partir de ahí los 24 son días de marcha masiva y encuentro.

Hebe, siempre radicalmente en contra de Alfonsín, de Menem, de De la Rúa, que con su tono moderado acrecentó la impunidad de los genocidas y se fue con 40 muertos, se hizo casi en seguida kirchnerista.

Los debates en torno al rol que debe tener un organismo de derechos humanos frente a un gobierno nunca me interpelaron demasiado, tampoco seguí su --como siempre intensa-- adhesión sin matices al nuevo gobierno. Ya en el 2001 nuestro espacio político había separado caminos en una de las tantas rupturas inevitables con ella, sobre todo después de que un personaje tan oscuro se apropiara de tanta lucha e historia. Un personaje oscuro que, como pecado nuestro, ayudamos a que se acercara en tiempos en que él todavía estaba en la cárcel. Todos tenemos cosas de qué arrepentirnos.

El kirchnerismo, después de tantas derrotas y fracasos, habilitó el "Cárcel a los genocidas", que era un grito despiadado emergiendo como una barrera que no se traspasaba. El kirchnerismo, apoyado en la lucha de tantos años, habilitó sin duda que ese grito casi utópico se tornara realidad. Tenemos juicios y condenas que son un ejemplo mundial y que tan poco hemos sabido valorar. Hebe y el kirchnerismo se conectaban fundamentalmente por ahí. Hubo gritos "Cárcel a los genocidas" y hubo muchos años después, realidad efectiva.

Hebe, de tu voz y tu tono salieron columnas y bordes inamovibles para tantos miles en los que orgullosamente me encuentro. Nada de los desencuentros tapa esto hoy.

Hasta la Victoria Siempre.

Guillermo Levy es profesor UBA / UNDAV.