Diario de un defensor de pibes chorros es un libro difícil de encasillar. ¿Se trata de un ensayo, una colección de relatos, una propuesta legislativa, una serie de entrevistas, una descripción cruda y valiente de la Justicia de menores y de los edificios en los que funciona? La respuesta es sí, todo lo anterior y más.

Ese remolino de propuestas lo convierte en un testimonio impresionante que, además, se las arregla para romper constantemente las expectativas de los lectores. El autor cuenta con esa técnica diversa su experiencia como defensor de menores, utilizando en cada caso diferentes tipos de textos y técnicas de escritura pero transmite ideas muy coherentes, muy pensadas sobre los temas que le interesan.

Desde mi punto de vista (fui profesora de la carrera de Letras en el programa uba xxii de enseñanza en cárceles), Julián Axat utiliza esas herramientas para explicar en profundidad por un lado los mecanismos de la Justicia (a la que él pertenece como abogado), y por otro, se pone en la piel de los pibes que defiende para describir sus sentimientos, necesidades, sufrimientos e impotencias cuando pasan por las cortes y los “institutos” de menores; sentimientos, necesidades, sufrimientos e impotencias muy semejantes a los que yo vi en mis estudiantes adultos.

El libro nace de la necesidad imperiosa de contar estas historias, es decir, de dar a los “pibes” una voz que los represente (en ese sentido, para su autor, Diario es una parte del trabajo legal). Contar es necesario porque lo que se cuenta existe en el presente, porque es un “pasado que se sigue repitiendo” y porque, para cambiar ese estado de cosas, hay que intentar que la sociedad vea a esos “otros que se parecen demasiado a nosotros”. Esa es una tarea difícil porque hay muchos que niegan desesperadamente el parecido entre cualquier “chorro” y ellos mismos para lo cual deshumanizan a los pibes. Y no son solo jueces, abogados y policías. Axat explica su escritura con la cita de Primo Levi que encabeza el volumen: “Nada queda de él: el único testimonio de su existencia son estas palabras mías”.

En capítulos descriptivos como “De pasillos y laberintos” (donde se pinta un escenario muy parecido al de El castillo de Kafka), en relatos como “Javier llama dos veces” o en reflexiones como “La bala en las palabras”, Axat traza un único mapa del “infierno” del sistema. Al mismo tiempo, narra su historia como defensor de menores, desde el primer día hasta el momento en que renuncia para hacer realidad la idea que había tenido al llegar a la defensoría y que le habían rechazado de plano: acercar la justicia a los vulnerables (el proyecto atajo de acceso a la justicia en las “villas” que encabezó bajo Gils Carbó). En ese hilo narrativo, Diario es un testimonio “cronológico” en el que se ponen en escena no solo los hechos de cada chico o chica sino también el contexto que los explica.

La negación de la humanidad de los “pibes” es una de las raíces de la situación “infernal” que se muestra en estas páginas. Muchos de los jueces, fiscales y policías los consideran “otros” peligrosos a los que hay que castigar. Del otro lado del mostrador, los chicos tampoco entienden lo que les pasa: el sistema y sobre todo el lenguaje legal, específicamente pensado para confundir, les son absolutamente opacos. Por eso, una de las tareas del defensor es la traducción de ese lenguaje a sus defendidos. Y también conseguir que se expresen, y darles aunque sea “un brevísimo momento de alegría”.

Es una historia repetida. Las mujeres de la cárcel de Ezeiza decían que las clases del uba xxii eran un refugio porque “ahí no somos presas sino estudiantes”; porque “ahí podemos hablar”. En uno de sus casos, Axat consigue que el “pibe chorro” se exprese con un método de escritura en el que se eligen palabras de un expediente legal para formar poemas. Los resultados son impresionantes (hay ejemplos) pero además, el borrado del resto del expediente es un símbolo más de la incomprensión flagrante que sufren los chicos. Cuando el pibe consigue expresar lo que siente, dice que el poema es “como un vómito”. En algunas de mis clases de literatura en la cárcel mis alumnas también decían que necesitaban “vomitar” el espanto en las charlas grupales que organizábamos. En todos los casos, ser capaces de contarse frente a otros (otros que sí escuchan) es un paso hacia la curación.

Para que el centro del sistema sea la cura y no el castigo, tiene que haber cambios. Axat lo repite cuando relata los casos; cuando describe los edificios o la ropa (el traje y la corbata obligatorios) que exige el Poder Judicial para marcar claramente una diferencia visible entre el acusado y el acusador; cuando cuenta sus peleas con sus jefes. Y hace propuestas concretas. Un ejemplo: se pregunta si no sería mejor dejar de lado la idea dominante –hay que castigar hasta el robo de una hogaza de pan para que quien lo roba no pase a crímenes mayores- y empezar a preguntarse si, al contrario, el robo hormiga no desaparecería si se persiguieran solo los crímenes grandes.

En un extremo de este panorama del sistema, están las torturas que sufren los chicos: entre otros, el caso de uno que deja de hablar porque, en el patrullero, le meten una pistola en la boca. En el otro extremo, Axat cuenta una utopía desgarradora en “Teoría del cielo estrellado”, donde cuando visita un instituto de menores, pide a los pibes que escriban “deseos” para el 2014. Varios piden “libertad” pero muchos eligen cosas “más sencillas” como “poder mirar las estrellas”. El deseo está directamente relacionado con la puerta que les abre la educación: habían hecho un taller de astronomía. Cuando expresan ese deseo, dice el autor, los chicos están rechazando el confinamiento “tipo Guantánamo”, en “jaulas bajo techo donde se pierde la diferencia entre noche y día, donde el infierno se impone sobre el cielo”.

En un aula con ventanas taponadas con metal desplegado del Centro Universitario, una de mis estudiantes de la cárcel de Ezeiza me explicó que, con eso en las ventanas, “ni siquiera puedo sacar la mano para saber si llueve”. En el libro de Axat, otro chico del instituto le dice “me gustaría sentir la lluvia en el cuerpo”. En ambos, la misma protesta por la prohibición de los gestos más inocentes. Por esas prohibiciones, hay seguir contando y Axat lo sabe. Esperemos que lo siga haciendo en un “diario” sobre su siguiente experiencia a la cabeza del programa atajo.