El místico y el anarquista, el poeta desgarrado por su visión trágica del mundo, el psiconauta entusiasta, el “maestro zen” que pregona el silencio y el pensador díscolo convergen en la figura del escritor y filósofo argentino Oscar del Barco. Aunque ha tenido una singular gravitación en la historia política e intelectual de las últimas décadas, sus textos aún permanecen ocultos o no han recibido la atención que merecen. Hay una desmesura indómita en la vida de este intelectual de 94 años que fue docente, investigador, editor y traductor. Como si todo intento de reducirlo, estuviera condenado al fracaso. Militó en el Partido Comunista Argentino hasta que fue expulsado en 1963. Fue miembro fundador de la revista y editorial Pasado y Presente. En el exilio mexicano (1976-1983) trabajó como profesor y editor de una colección de libros sobre marxismo y teoría política en la Universidad Autónoma de Puebla. Cuando volvió a la Argentina, dio clases en la Universidad Nacional de Córdoba y fundó la revista de filosofía Nombres. Publicó ensayos, críticas y varios libros de poesía y desde hace tres décadas viene sumando una voluminosa obra plástica. Un resplandor sin nombre (Tercero Incluido) reúne textos sobre política, filosofía y mística de “uno de los mayores exponentes vivos de la cultura política de izquierdas de los últimos sesenta años en Argentina”, como lo define Martín Hendler en el prólogo del libro.

La recopilación de ensayos a cargo de Hendler es una muestra representativa de la articulación entre política, filosofía y mística que Del Barco ensaya desde la década de 1980. Diseminados en diversos libros y revistas, gran parte de los escritos escogidos fueron publicados originalmente en el exilio mexicano, como “Post-scriptum”, “Lenin y el problema de la técnica”, “Desde el fragor del mundo”, “Racionalidad y represión”, “Prefacio a La intemperie sin fin”, “Protocolos nietzscheanos I”, “El viaje de Artaud a México” y “El caballito blanco”. Otros textos son de los años ‘90 y 2000, como “Consideraciones sobre la violencia”, “Crisis de la política”, “Una nota sobre el budismo zen” y “¿La muerte?”, entre otros. El escritor, filósofo y pintor cordobés llevó a cabo una importante tarea como editor y traductor de pensadores como Antonin Artaud, Roland Barthes, Georges Bataille, Maurice Blanchot, Jacques Derrida. Louis Althusser y Julia Kristeva. Entre sus ensayos se destacan Esencia y apariencia en El capital (1977), Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninistas (1980), El otro Marx (1983), La intemperie sin fin (1985), Juan L. Ortiz. Poesía y ética (1996), Exceso y donación. La búsqueda del dios sin dios (2003). También publicó los libros de poemas Variaciones sobre un viejo tema, Infierno, dijo, espera la piedra y sin nombre, entre otros.

Del Barco (Bell Ville, Córdoba, 1928) polemizó sobre la violencia armada y las organizaciones de izquierda en los años setenta. La revista cordobesa La intemperie publicó a fines de 2004 fragmentos de una entrevista a Héctor Jouvé, en la que el ex integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo relataba el fusilamiento de dos miembros de la agrupación por sus propios compañeros, ocurrido en 1964, en Salta. Al número siguiente, se publicó una carta de Del Barco en la que planteaba que “no existe ningún ideal que justifique la muerte de un hombre” y asumió su responsabilidad sobre aquellas muertes, así como la de todos los que participaron, apoyaron o simpatizaron con el EGP, el ERP, FAR o Montoneros. “Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay ‘causas’ ni ‘ideales’ que sirvan para eximirnos de culpa”, agregó en esa carta que generó un extenso debate en el que intervinieron León Rozitchner, Eduardo Grüner, Nicolás Casullo, Horacio González, Jorge Jinkis y Diego Tatián, entre otros.

En “Post-scriptum”, Del Barco pone el dedo en la llaga de la polémica. “El ‘marxismo’ fracasó porque a través de un largo y contradictorio proceso devino una forma más de la razón y cuando ‘en el fondo de lo desconocido’ se enfrentó con lo nuevo sólo atinó a levantar los viejos escenarios de la violencia y el horror -analiza el filósofo cordobés en este trabajo publicado originalmente en El otro Marx-. En lugar de ‘territorios libres’ levantó paredones en los que crucificó al pueblo que era su Absoluto (…) Los ‘marxistas’ sostuvieron que las máquinas y la Ciencia iban a salvar a la humanidad, creyeron que la historia avanza hacia el paraíso terrenal, que el mundo progresa y que las últimas sociedades en una escala temporal son las mejores en un orden ético. Todo lo que habían dicho los capitalistas cuando comenzaron a arrasar el planeta lo repitieron a voz en cuello los ‘marxistas’ y, como paródicamente se creyeron los depositarios del sentido último de la Historia, la vanguardia de la clase obrera, la encarnación de la Verdad, en una palabra actuaron como lo han hecho y lo hacen siempre los fanáticos: suprimiendo a quienes no piensan lo que ellos (…) El régimen capitalista junto con el régimen ‘socialista’ han llevado al mundo al borde de la catástrofe. No ven quienes no quieren ver (…) El ‘marxismo’ ha muerto, eso es todo. Los fuegos sobrevivirán hasta el fin. Los hombres seguirán rebelándose (¿o alguien todavía cree, ¡por dios!, que la rebelión es propiedad de los ‘marxistas’?)”.

Un resplandor sin nombre, título extraído del texto autobiográfico “ma a” (originalmente en el catálogo ma a-Obra Pictórica, 2008) es como un puente que permite transitar por el itinerario de un pensamiento reacio a la autocomplacencia, al cinismo y a la deshonestidad intelectual.