Si hay algo en lo cual no se suele pensar cuando se piensa en el porno es en la melancolía. El movimiento constante, la piel rozando otras pieles, los sonidos incitantes, los planos cerrados sobre zonas abiertas a la sensibilidad, impulsan toda clase de emociones fuertes, pero el abatimiento o la tristeza no son usualmente de la partida. Sin embargo, Pornomelancolía, el título compuesto/neologismo del nuevo largometraje de Manuel Abramovich, no implica contradicción alguna en los términos. Por el contrario, su visión confirma que la práctica del sexo ante los ojos del mundo no excluye la posibilidad de los sentimientos melancólicos. Luego de su estreno mundial en el Festival de San Sebastián, donde formó parte del contingente de largometrajes de la Competencia Oficial, y de clausurar hace algunos días el Festival Asterisco, la película del director de Soldado y Solar recibe un lanzamiento local en salas de cine, el próximo jueves 15. Una excelente oportunidad para reencontrarse con el universo de un cineasta que siempre ha mezclado las aguas del documental y la ficción, de manera que los límites entre ambas formas fílmicas resulten casi indiscernibles. En sus propias palabras: “Me interesa no definir binariamente el concepto de ficción y documental. Las mías son películas no binarias, porque justamente me gusta esa confusión, en el buen sentido de la palabra. Uno tiende a encasillar, pero lo que me interesa es ese terreno difuso, de transición, sin bordes, donde podemos poner en evidencia las ficciones presentes en lo real. Las ficciones que construimos acerca de nosotros mismos”. Tal vez la escena que abre Pornomelancolía sirva para ilustrar esa idea sobre el cine: un hombre es visto a través de un ventanal al nivel de la calle, que sigue su bullicioso curso detrás suyo. Personas, autos, conversaciones, gritos, bocinazos. La mirada de Lalo Santos, el protagonista, es intensa y de a poco la desazón y el llanto comienzan a inundar su rostro. ¿Está Lalo actuando para la cámara de Abramovich o este logró capturar esa instancia de soledad en medio de la multitud? La pregunta no tiene demasiado sentido si se la piensa un poco: el cine documental es también una construcción narrativa, y el de ficción –al menos cuando participan actores de carne y hueso– no puede sino tomar elementos concretos de la realidad.

Lalo es mexicano y tiene todo el porte del machote nacional y popular, con bigote a tono. Trabaja en una fábrica con maquinaria pesada y las conversaciones con los colegas son las clásicas y esperables. Pero cuando el resto de los trabajadores termina su turno y se retira para volver junto a sus familias, Lalo se baja los pantalones y el calzoncillo en medio de la factoría desierta, y comienza a tomar fotografías de su cuerpo, con especial énfasis en el miembro, el de ahí abajo, que luego publicará en las redes sociales. Lalo es un sex-influencer, o algo por el estilo. Un “chongo” fotogénico con miles de seguidores. Alguien que en determinado momento inicia una posible carrera en el porno industrial para volver, luego de esa experiencia, a la producción artesanal de imágenes y sonidos sexualmente gráficos, siempre para el consumo de otros. Manuel Abramovich divide los 365 días entre su Buenos Aires natal y Berlín, desde donde responde, a la distancia, las preguntas de Radar. “Mi vida está dividida entre los dos lugares y ahora tengo un proyecto en España. Pornomelancolía fue filmada en México, así que estoy siempre entre ciudades”. El director de Soldado refiere precisamente a aquella película de 2018, que seguía los días y noches de un aspirante a cadete militar durante las primeras semanas de entrenamiento en un regimiento porteño, para afirmar que “venía investigando ese concepto, el de los personajes que todos interpretamos para vivir en ciertos contextos familiares, institucionales o sociales. A veces son personajes que elegimos y otras tantas nos son impuestos. Nos podemos sentir cómodos o no dentro de esos personajes. Siempre me interesó la tensión entre el movimiento de ser persona y personaje. A partir de Soldado, además, venía pensando en la masculinidad, la idea de ser un hombre, como cierto tipo de personaje que nos imponen desde que nacemos. La definición de género como un guion que nos es dado y que tenemos que seguir. Mis últimas películas tienen que ver con eso, la masculinidad en crisis. Está Soldado, desde luego, donde la masculinidad está incluso exacerbada por el contexto, y luego dirigí en Berlín Blue Boy, protagonizada por trabajadores sexuales, inmigrantes rumanos en Alemania. Lo interesante allí es que muchos de ellos desarrollan un trabajo sexual con otros hombres, pero eso no se condice con su deseo, su orientación sexual. El trabajador sexual también es un personaje que intenta seducir a sus clientes, a una audiencia”.

FOTO DE EDUARDO ESQUIVEL

¿QUÉ ES LA INTIMIDAD?

Lalo sube sus últimas fotografías en cueros a Instagram, responde algunos tuits, chatea con admiradores. Entre las obligaciones laborales y la posibilidad de monetizar su imagen debe hacerse tiempo para un chequeo médico: Lalo tiene VIH, pero la enfermedad está controlada. Cada tanto le deja mensajes a su madre, a quien el espectador nunca ve. De pronto, la posibilidad de un casting para una película XXX. Profesional, con cámaras e iluminación ídem. Y un guion, que pretende reconstruir el pasado histórico mexicano, el de la revolución de comienzos del siglo XX, mediante escenas porno con escenografías y vestuario acordes. Pancho Villa y Emiliano Zapata cogiéndose todo lo que se les cruza por delante, ellos mismos incluidos. “Viajé a México por cuestiones de trabajo”, recuerda el realizador, antes de detallar el origen del universo de su última obra. “Es un país donde el concepto de la masculinidad está muy presente. Así llegué a Diablo, que es el productor y director de porno gay que aparece en la película. Su trabajo me pareció fascinante, porque a través del porno reflexiona sobre muchos temas ligados a la identidad nacional mexicana. Hace veinte años que está en esa industria y sus trabajos, con humor e ironía, siempre hablan de la identidad nacional. A través de él se comenzó a gestar Pornomelancolía”. 

¿Existe o no existe la película (porno) dentro de la película? “Siempre pienso en un espectador como alguien que se hace preguntas, alguien activo, que sospecha de lo que está viendo. ¿Cómo se filmó, está actuado? Me gusta esa idea de la película que incomoda, y que a partir de esa incomodidad nos hace cuestionar este sistema perverso en el que vivimos. De todas formas, la película sí existe y, hasta donde sé, tendrá como título final Viva Zapatilla ”. ¿Eres escort? La pregunta se la hace a Lalo un compañero de reparto, mientras observan la preparación de una escena inminente. No, responde el protagonista. “Ah, porque estaría chido que trabajaras de escort y además hicieras porno. Como escort puedes ganar en una hora lo que aquí ganas en un día, poniéndote trajecitos y cogiendo delante de cámaras”. Para Lalo el mundo del porno profesional es un mundo nuevo, que tal vez le esté ofreciendo algunas claves para seguir con su vida. Mientras tanto, la imagen viva del hombre mexicano como fuente de masculinidad tradicional se destruye y reconstruye en el rodaje como ícono gay. El mostacho no es solamente de macho.

El rodaje de Pornomelancolía, film que reflexiona sobre la/s identidad/es y la soledad en el siglo XXI, sólo fue posible a partir de la confianza con todos los involucrados. “Conocernos, pasar tiempo juntos, fue indispensable. A partir de esa confianza, de compartir experiencias, comenzamos a imaginar un posible guion. Algo que yo llamo ‘guion hipotético’, que es apenas una guía, porque después muchas cosas cambian y se produce mucha improvisación en el rodaje. Lo que sí tenía claro desde un primer momento era la idea de descubrir el exhibicionismo del protagonista como una forma de generar ingresos y poder vivir de eso. Que el personaje que él construyó, ese macho mexicano prototípico, podía ganar más seguidores y dinero. Contar esa transición, de las redes a un porno más comercial –donde se da cuenta de que en un rodaje de esa naturaleza se sufren presiones y limitaciones–, para llegar a un tercer estadio de emancipación, de un porno donde él es su propio jefe. Aunque tal vez sea una ilusión de libertad. Las redes sociales cambiaron todo. No somos esos avatares que construimos online, pero sí son extensiones de nuestra identidad. Es algo muy loco de estos tiempos: existimos a partir de estas representaciones de nosotros mismos. Al mismo tiempo, cada vez estamos más solos”. El título Pornomelancolía fue una idea de Lalo, recuerda Abramovich, y surgió a partir de un tuit que él había escrito, en el cual afirmaba que, si alguna vez se escribía su biografía, debería llamarse “Lalo Santos, historia de la pornomelancolía. Una palabra inventada que “define perfectamente de lo que trata el film. Y además describe este mundo, en particular después de la pandemia. Es como que todo el sistema nos pide tenerle un poco de miedo al resto de las personas. Vemos al otro como un riesgo, un peligro”. ¿Qué es la intimidad? “En estos días, la intimidad es quizás dejar que esos personajes que vivimos interpretando, consciente o inconscientemente, se derritan y poder así develar algo de nuestras emociones y miedos. Poder compartir las emociones, los deseos”.

FOTO DE EDUARDO ESQUIVEL

LALO EL ARREPENTIDO

La presentación de Pornomelancolía en el Festival de San Sebastián se vio ensombrecida por un evento inesperado. Unos días antes del estreno mundial en el encuentro donostiarra, Lalo Santos escribió una serie de tuits en los cuales reconocía sentirse arrepentido de haber participado del film. “No estoy de acuerdo con las condiciones en las que se realizó la película, hubo graves fallas en la planeación, además de falta de capacidad y sensibilidad por parte del director y la producción. La película recrea los sucesos de una persona deprimida y que hace porno, es decir, un lapso importante de mi vida. Nunca hubo especialistas en salud mental como parte del equipo y ese fue un gran error”. Un tema delicado, que Abramovich no tiene problemas en abordar. “Fue algo desconcertante y muy triste, que además ocurrió tan cerca del estreno. Construir la película fue un proceso creativo de casi cuatro años juntos, y creo que la historia refleja esa confianza. De otra forma no podría haber sido hecha, con otros actores y un equipo grande de personas. Fue importante, de todas formas, escuchar y tratar de entender qué pudo haber sentido Lalo para tener semejante cambio de perspectiva, incluso después de haber visto la película terminada y con él conforme. La tristeza, la mía y la del resto de los participantes, viene de pensar que un proyecto como este, donde fue tan importante la intimidad, termina con alguien arrepintiéndose. Por supuesto que es válido, así que el estado de escucha y de reflexión continúa. ¿Qué cosas podemos hacer de otra manera en una experiencia futura? Mis películas existen porque existe la confianza, de otra manera sería imposible”. Antes de la despedida, Manuel Abramovich vuelve al personaje/persona de Lalo y a una conclusión que Pornomelancolía transmite sin filtros: “Todos somos personas frágiles. Todos somos un poco Lalo Santos, porque estamos solos, porque sentimos miedo. Y vivimos en un sistema que nos pide esconder esos sentimientos, no mostrarlos. En el fondo, lo que todos deseamos es ser queridos”.