La actual restauración neoliberal es una tóxica marejada que arroja sobre las costas argentinas una sensación de déjà vu. Una de las cuestiones que vuelven a repetirse como un mantra es aquello que Carlos Menem decía una y otra vez durante la década de los ‘90: “estamos mal pero vamos bien”. Muchos consideraban que era una muestra más de cinismo menemista, en el estilo de otra frase célebre: “siempre hubo pobres y siempre los habrá”. Sin embargo, Menem no hacía otra cosa que repetir un lugar común en el  pensamiento económico neoclásico: que el desarrollo de un país no es algo gratis, que los costos para llegar a él pueden ser altísimos. 

Quien supo darle en su momento una forma académica a esta cuestión fue Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía en 1971. Kuznets, hacia 1955, publicó el artículo “Crecimiento económico y desigualdad en el ingreso” en donde sostenía que el camino al desarrollo y crecimiento tiene tres fases bien marcadas: en la primera, un incremento sostenido del Producto Interno Bruto per cápita es acompañado por una desigualdad creciente en la distribución del  ingreso; en la segunda se alcanza un punto (llamado turning-point), en el que esta tendencia se revierte para arribar, finalmente, a la tercera parte del camino en donde los incrementos del PIB son asociados a cada vez menores valores de desigualdad. Esto último puede explicarse a raíz de que la sociedad pudo alcanzar niveles de un crecimiento sostenido en el tiempo, en particular impulsado por una industria de base tecnológica, cuyos beneficios alcanzan a toda la población. 

La curva

El argumento central de Kutznets era asimismo propagandizado por los intelectuales orgánicos del menemato. Uno de ellos, Mariano Grondona, pontificaba en las páginas de La Nación que “la tesis de Kuznets responde a una lógica económica y política. En la aldea primitiva, todos, hasta el jefe y el hechicero, son pobres. Luego, cuando la economía empieza a moverse rápidamente hacia adelante, algunos pican en punta. Ya sean banqueros, empresarios o profesionales, son ellos quienes canalizan la acumulación de inversiones que da lugar al desarrollo. Naturalmente, les va mejor que a los demás... En la etapa final del crecimiento, ya hay recursos más que suficientes para atender simultáneamente a la acumulación que exigen las inversiones y a la distribución sin la cual no habría bienestar ni consenso”. La curva representativa de esta hipótesis se denomina “Curva de la U-invertida de Kuznets”. 

De acuerdo con esta idea, Argentina en la década de los noventa se encontraba en la rama izquierda de la “U”, por ello había crecimiento pero también desocupación, pobreza extrema y distribución muy desigual de la renta. La compleja situación social que vivía el país era el costo a pagar por el crecimiento económico y el bienestar futuros. Sin embargo, se sabe cómo terminó la experiencia neoliberal. No se avanzó hacia el progreso y el desarrollo sino que por el contrario la Argentina atravesó la peor crisis política, económica y social de su historia. 

¿Lo anteriormente expresado anula la hipótesis de Kutznets? No necesariamente. Se podría argumentar que la situación en Argentina fue la consecuencia de la falta de habilidad de los políticos que no pudieron desde el Estado sostener en tiempo y forma las reformas imprescindibles que precisaba el modelo neoliberal. Visto desde esta perspectiva no hay manera de falsar (en sentido popperiano) la teoría y práctica del neoliberalismo; sus fallas siempre son fruto de la interrupción a destiempo del proceso y no de su propia dinámica. 

Sin embargo, puede ser de utilidad analizar el comportamiento de un país desarrollado, con economía de libre mercado, en donde se pueda observar durante un período prolongado los datos de crecimiento económico y distribución del ingreso. En caso de observarse inconsecuencias que pongan en tela de juicio el enfoque de Kutznets esto sí sería provechoso para una estrategia que enfrente en el terreno teórico los actuales desvaríos de los epígonos macristas del “estamos mal pero vamos bien”.

El caso EE.UU.

Vamos a analizar el ejemplo de Estados Unidos, la economía más grande y primera potencia mundial. Las estadísticas disponibles para este caso abarcan muchos períodos y además son rigurosas y confiables. El catedrático español E. Palazuelos, destacado economista de la Universidad Complutense de Madrid, analizó el comportamiento de los índices de la Renta Doméstica norteamericana en el período 1981-2000. En valores absolutos el Producto Interno Bruto prácticamente se duplicó en ese período, pasando de unos 5500 a 10.000 (miles de millones de dólares constantes al año 2000). También se registra una tendencia alcista en el valor del índice de Gini para ingresos totales, variando sus límites entre 0,37 y 0,42. 

Por otra parte, la Organización Internacional del Trabajo publicó este año el “Reporte de Salarios Globales 2016/2017”. En este trabajo se puede apreciar que para el caso de los países más desarrollados –incluido Estados Unidos– hay una progresiva separación entre productividad y salarios en el período 1999-2015. 

Conviene recordar aquí que desde la propia teoría económica hegemónica se sostiene que el proceso productivo retribuye a los factores productivos (capital y trabajo, básicamente) en términos de ganancias y salarios, de manera proporcional a su productividad marginal. Si crece la productividad de los trabajadores y estos no se apropian totalmente de la misma es un indicativo de que el factor capital lo está haciendo. Esto impactará de manera negativa, como es de suponer, en la distribución del ingreso. Los datos revelados sobre Estados Unidos muestran que las relaciones causales entre desigualdad y crecimiento no se verifican en los últimos decenios en un país en el que además hay una de las tasas más altas de inversión en Ciencia y Tecnología. El modelo de Kuznets fracasa estrepitosamente en donde mejor debería validarse.

Largo plazo

La instauración del neoliberalismo en la década de 1990 necesitaba que el Estado y el mundo empresario y mediático hicieran valer sus roles discursivos e ideológicos formadores de sentido común con el objetivo expreso de que la sociedad civil fuera la generadora de un nuevo orden político, económico y social. Hoy se pretende construir un escenario similar, en donde pululen y se difundan de manera más vulgar o más académica según sea la necesidad y la ocasión, ideas como las sostenidas por Kutznets.

Es pertinente remarcar que se pretende convencer al público de que si bien hay costos por pagar los beneficios futuros vendrán en el muy corto plazo. Kutznets, por el contrario, cuando presentó su modelo a mediados de la década de 1950 lo hizo mostrando tendencias en el largo plazo histórico (en siglos). A partir de los datos reunidos, Kutznets podía disponer de argumentos que le permitieran sostener la superioridad en el tiempo de las economías de mercado a nivel global. Sin embargo, lo irónico de esta historia es que hay una reversión de las tendencias históricas apenas dos décadas después de la publicación del artículo de Kutznets. A pesar de esto, el carácter triunfalista y propagandístico del modelo kutznesiano se mantiene hasta el día de hoy, a contramano de las últimas investigaciones.         

El economista serbio Branko Malincovic, un especialista en estudios de la desigualdad, afirma que “Estados Unidos y Reino Unido, son dos países que son modelos ejemplares del desarrollo capitalista y en donde los datos son más abundantes. Si uno mira el período 1850-1980, los resultados son casi totalmente consistentes con la curva en forma de U invertida que predice la teoría de Kuznets… El problema con el enfoque de Kuznets es que no puede explicar la creciente desigualdad que se produjo después de 1980” (Global inequality: a new approach for the age of globalization, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2016, p. 48-49).

Desde las usinas de poder se afirma que hay que pagar las cuentas del despilfarro populista; de que no se puede gastar lo que no se tiene; de que volver a la senda de la normalidad y el crecimiento es el objetivo irrenunciable y que para eso es necesario asumir los costos, aún los más difíciles y dolorosos. Toda esta vocinglería aturdidora es una muestra palpable de que se está inoculando desde el Estado y sus voceros mediáticos la ideología neoliberal a toda la sociedad, las veinticuatro horas del día. Es una tarea irrenunciable, por consiguiente, desenmascarar estos mitos. Uno de ellos, de los más peligrosos, es precisamente el de Kutznets.

* Ingeniero, Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional del Comahue.