A mi 81 años pertenezco al grupo sujeto a discriminación más numeroso en Argentina. Somos 9.000.000 de ancianas y ancianos que sufrimos el acoso del “viejismo” , es decir el extendido y secular prejuicio ante la vejez, que homologa la ancianidad con una enfermedad incapacitante y la postre letal, que hace que la personas mayores seamos consideradas inactivas (somos la clase pasiva), monotemáticas, vulnerables, aburridas, habitualmente una carga afectiva y económica para sus familias.

Esa postergación social es particularmente cruel en los sectores sociales sumidos en la pobreza o en la miseria, en los que viejas y viejos son los más cruelmente vulnerables, pobremente asistidos por el Estado, condenados a la subsistencia y la precariedad, en familias carenciadas que no pueden hacerse cargo de sus personas mayores.

Otro motivo del “viejismo” es que rompemos la colectiva estrategia de negación de la muerte típica de la cultura occidental veneradora de la juventud. Porque la ancianidad “amenaza” con la muerte. Nos recuerda que todos vamos a morir a pesar de los esfuerzos por negarlo con cirugías, tinturas o botox.

La certeza de la muerte es intolerable para el ser humano. Las grandes territorios de la creación humana están dirigidos a negarla: la filosofía se propone explicar y comprender, y ojalá conjurar, el absurdo destino de nacer para morir. Según Platón, la filosofía consiste en aprender a morir. En cuanto a la ciencia, brega por alcanzar la inmortalidad aunque por ahora solo ha logrado, meritoriamente, prolongar la vida de las personas mayores en los países o sectores desarrollados. La religiones, por último, se afanan en prometernos otras vidas, una forma de inmortalidad que requiere una asombrosa fe en algo jamás comprobado.

El “viejismo” está exacerbado en la sociedad capitalista en que lo humano se subordina al valor comercial, sociedad de consumo que nos descarta por ser malos consumidores debido a nuestra magra posibilidad de comprar a raíz de nuestra incapacidad de generar ingresos y a las injustas jubilaciones.  Eso es evidente en la televisión y en las redes en las que las publicidades de viajes, autos y electrodomésticos están dirigidas a los jóvenes y adultos, nunca a personas mayores.

Las arrugas y las canas nos denuncian que el tiempo transcurre y nuestra estadía sobre el planeta se acorta. Es necesario integrar la muerte a la aceptación de nuestra condición humana. Aceptar que la muerte da sentido a la vida. Naturalizar la muerte, resignarse a ella, incorporarla como una contingencia más de la vida, valorizar el tiempo del que disponemos. Eso es perder o disminuir el rechazo a la vejez.

El “viejismo” se ensaña especialmente con las mujeres, que en el curso de la Historia no han tenido tiempos de alivio como sucedió con los hombres cuando se valorizaba la sabiduría acumulativa que daban los años de experiencia y conocimiento, hoy desplazada por los saberes tecnológicos.

La cultura occidental espera primordialmente de las mujeres que sean bellas y fértiles. Desde la perspectiva androcéntrica de la sociedad capitalista la vejez de las mujeres se identifica con la fealdad, además la menopausia las convierte en asexuadas. No es banal como inscripción y determinante psicológico que abona el “viejimo” femenino, que los cuentos clásicos infantiles personifican la maldad en viejas repugnantes, expertas en brujerías, que acechan niñas y niños como en Blancanieves, Hansel y Gretel y otras.

No es vano, para aportar a la comprensión de la postergación discriminatoria de las ancianas de hoy, apelar a la memoria de la caza de brujas en Europa y América entre los siglos XV y XVII. Entre el 70% y el 90% de las personas acusadas de brujería fueron mujeres y la mayoría ancianas. Esto se explica en gran medida por el fuerte carácter misógino de muchos de los tratados sobre la brujería escritos en la época que consideraban a las mujeres moralmente más débiles y presas más fáciles para el Diablo.

La Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, prohíbe la magia y la adivinación: "No realizaréis adivinación ni magia" (Levítico 19:26) y establece la pena de muerte para los magos: "Los magos no los dejarás vivir" (Éxodo 22:18). Esta formulación fue traducida en género femenino por Lutero, “Las magas no las dejarás vivir", lo que marcó de misoginia al protestantismo.

La mayoría de las mujeres acusadas de brujería eran solteras o viudas, y en general pertenecían a los niveles más bajos de la sociedad. Muchas fueron torturadas para confesar sus pactos con el diablo y no pocas condenadas a horrible muerte en la hoguera. Según algunos historiadores, fue una estrategia del Estado de adoctrinamiento y disciplinamiento que se actualiza hoy en formas más sutiles de sumisisón. Una combinación de factores, como la suba generalizada de precios, épocas de carestía y factores climáticos, hacen que Europa viva a lo largo del XVI y del XVII una graves crisis demográfica que hace estragos en la población, ciertas zonas pierden hasta un tercio de su población. De ahí la creciente preocupación por la sexualidad de la mujer y la necesidad de encaminarla hacia la reproducción, dejando los asuntos públicos y recaudatorios a los hombres.

En el siglo XVI el proceso de creación de estados modernos imponía centralizar el poder político y económico y la consolidación familiar era un elemento indispensable. Se imponía entonces disciplinar tanto los comportamientos públicos como los privados, enseñar a cada uno cuál debía ser su rol en esas nuevas sociedades. La inquisitorial caza de brujas, que castigaba la anormalidad, la diferencia, fue expulsando a las mujeres de la esfera pública para arrinconarlas en la esfera doméstica bajo amenaza de tortura y hoguera. Ello permitiría crear y criar nuevos cristianos pero también nueva mano de obra y nuevos consumidores necesarios para el muy incipiente sistema capitalista. A todas aquellas que rompiesen o pudieran poner en peligro este nuevo orden que se estaba estableciendo se las disciplinaría mediante la acusación de brujería. Las mujeres, sólo por el hecho de ser mujeres se volvían sospechosas. Mucho más si eran ancianas viudas o solteras, sobre todo si pretendían mantenerse sexualmente activas, lo que solo era posible con un pacto con el demonio.

La feminista marxista Silvia Federici sostiene que la demonización de las mujeres, en especial ancianas, “fue instrumental a la construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control del Estado y transformados en recursos económicos”.

En un contexto de expropiación de tierras campesinas para su privatización, la caza de brujas fue un intento consciente de las clases altas por disciplinar y frenar cualquier intento de sublevación de los campesinos: “Se trató de una guerra de clases llevada a cabo por otros medios”, sentencia, e indica que “la mayoría de los acusados eran mujeres campesinas pobres y ancianas mientras que quienes les acusaban eran miembros acaudalados y prestigiosos de la comunidad”.

 

En estos tiempos de combate contra la discriminación a la mujer, a la homosexualidad, a la diversidad sexual, a la obesidad y demás debemos incorporar acciones contra el “viejismo” , la discriminación a la vejez, en particular la que victimiza a la mujer anciana, sujeta a un doble acoso, por ser anciana y por ser mujer.