Casualidades: durante este año que se termina dos largometrajes documentales dedicados a la misma pareja de vulcanólogos, los franceses Katia y Maurice Krafft, comenzaron a exhibirse en festivales de cine, compartiendo un relato vital y una parte significativa del material de archivo, a pesar de tratarse de dos películas bastante disímiles en tono y ambiciones. La primera de ellas, The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft, dirigida por el veterano cineasta alemán Werner Herzog, para quien la belleza y la furia de los volcanes no resultan un territorio novedoso, permanece inédita en nuestro país. La segunda, Fire of Love, que puede verse bajo el título en español Volcanes: la tragedia de Katia y Maurice Krafft en la plataforma Disney+, fue dirigida por la documentalista estadounidense Sara Dosa y ya pisa fuerte como uno de los posibles títulos para competir en su categoría en los premios Oscar. En ambos casos, la particular trayectoria de la geoquímica Catherine Joséphine Conrad, más conocida como Katia Krafft, y el geólogo Maurice Krafft, y su muerte bajo el flujo piroclástico expulsado por el Monte Uzen, en Japón, en febrero de 1991, reciben sendos homenajes alejados del documentalismo televisivo más tradicional. La de Katia y Maurice es la historia de un matrimonio obsesionado con una de las fuerzas de la naturaleza más poderosas y destructivas, impulsados a acercarse cada vez más a esos portales que comunican la superficie de nuestro planeta con sus calientes vísceras. Una historia de imágenes que parecen llegar de otros astros, bien lejos en el espacio exterior, pero que fueron tomadas en nuestro propio hogar en el sistema solar, protagonizada por una hombre y una mujer cada vez más conscientes de la necesidad de hacer pedagogía, de ayudar a salvar vidas humanas. Intrépidos, Katia y Maurice eran siempre los primeros en llegar al lugar de las erupciones, explosiones y fumatas, desde que comenzaron a caminar el terreno a mediados de los años 60 hasta su transformación en mega estrellas de la vulcanología tres lustros más tarde. Si la de Herzog es, como su título lo indica, una composición musical dedicada a la memoria de los muertos en combate, la obra de Dosa opta por poner de relieve el fuego de un amor que los consumía en vida y que también –juntos, siempre juntos– acabó con su existencia física

Según la Real Academia Española, la vulcanología, del latín Vulcānus, dios del fuego en la mitología latina, y logía, es el estudio de los fenómenos volcánicos. Es decir, de los volcanes en sí mismos, pero también de los géiseres, las fumarolas, las temidas erupciones volcánicas, el magma, las lavas y las tefras, esos temibles fragmentos sólidos expulsados por los volcanes cuando entran en actividad. El documental de Dosa cuenta que cuando Maurice era un niño de apenas nueve años su padre lo llevó en un viaje a visitar la isla italiana de Estrómboli, famosa por ser la locación de uno de los films más celebrados de Roberto Rossellini. La isla en sí misma no es otra cosa que la cima elevada sobre el nivel del mar del volcán que lleva el mismo nombre, y el pequeño Maurice quedó fascinado de inmediato y para siempre con los misterios de las calderas terrestres. El hecho de que Katia, cuatro años mayor que su futura pareja, también tocó base de muy joven en la isla italiana, y que ambos hayan nacido en la región de Alsacia, marca dos de esas casualidades que en manos de algún escritor melodramático podrían ser utilizadas como metáforas de un destino insoslayable. Aunque no hay una versión auténtica y confirmada del primer chispazo antes de la erupción, cuando Katia conoció a Maurice en la Universidad de Estrasburgo nació una pasión humana pero, por sobre todas las otras cosas, científica. “Cuando ves una erupción por primera vez, no puedes volver a vivir sin eso. Es tan grandiosa, tan poderosa. Sentirse como la nada misma entre tantos elementos indomables”. La voz de Katia es la que describe esa sensación que pocos seres humanos han experimentado en primera persona, mucho menos a escasa distancia. Las imágenes que acompañan el recuerdo muestran a la pareja retratada a la distancia, con unos cascos de imposible forma acampanada, recortados contra el fondo de un cielo enrojecido, marco infernal para una lluvia de piedras volcánicas. Es una de las tantas representaciones de ciencia ficción que, sin embargo, pertenecen al más estricto campo de lo real. 

Maurice era el cineasta de la pareja, a veces ayudado por algún colaborador, y Katia la fotógrafa. Siempre juntos, las imágenes fijas o en movimiento capturadas por el dúo terminaban formando parte de libros, impresos en papel ilustración de alta calidad, y documentales televisivos de gran valor audiovisual. Ese es el principal legado de los Krafft, que a partir de cierto momento de su carrera dejaron de lado el trabajo propiamente científico, la recolección y análisis de datos (“Dejan de hacer ciencia y filman a otros haciendo ciencia”, afirma Werner Herzog en su película), para concentrarse en la divulgación. Como lo hiciera otro francés devenido en estrella de la televisión y el cine, el biólogo marino Jacques-Yves Cousteau, o el astrofísico Carl Sagan.

DAME FUEGO

Volcanes: la tragedia de Katia y Maurice Krafft tuvo sus primeras exhibiciones a comienzos de 2022 en el Festival de Sundance. Allí, su directora expresó el enorme esfuerzo que le llevó a su equipo encontrar las imágenes precisas para ilustrar la historia que deseaban narrar, partiendo de horas y horas de material fílmico editado y en bruto, además de las imágenes fijas que ilustran nada menos que dos decenas de libros sobre volcanes. “Uno de los grandes temas de la película”, afirmó en la conferencia de prensa Sara Dosa, “tiene que ver con lo desconocido y, en última instancia, con esa lucha entre querer conocer más y tener que aceptar el poder del misterio. Como equipo de realizadores, en cierto momento tuvimos que decirnos a nosotros mismos que debíamos aceptar el misterio de los Krafft. Hay tantas cosas que nos hubiera encantado poder preguntarles que en cierto momento sentimos que nuestro amor por ellos no era correspondido. El viaje a lo desconocido que recorrieron Katia y Maurice les trajo mucho amor y sentido. Fue una vida llena de sentido la que eligieron vivir, sabiendo al mismo tiempo que no era correspondido. Pero bueno, ¿acaso hay algo más romántico que el amor no correspondido? Maurice solía usar la expresión ‘indiferentes’ a la hora de describir los volcanes. Algo que me parece fascinante”. 

El documental de Herzog dedica varios minutos a la construcción que Katia y Maurice comenzaron a hacer de sí mismos, la imagen pública que ofrecían en las películas y entrevistas televisivas. Dosa hace algo similar, aunque en menor medida y sin la amigable maldad del alemán. Al respecto, Dosa destaca un plano misterioso del cual no pudieron desentrañar su principal misterio: “Hay un plano, registrado durante la expedición de Katia y Maurice a Indonesia en 1971, en el cual Maurice está colgado del costado de un cráter. Y hay un hombre sujetando sus pies. Un hombre a quien nunca habíamos visto en ninguna otra de las imágenes. ¿Quién es esa persona que, literalmente, tiene la vida de Maurice en sus manos?”.

Luego de presentarse en varios festivales de cine, Volcanes fue adquirida por la National Geographic para su distribución en la plataforma de Disney, y si bien no se trata de un documental televisivo convencional, la narración de Miranda July ayuda a recorrer la cronología de los Krafft apoyada en el acervo audiovisual, varios segmentos con gráficos animados y una banda sonora que incluye a Brian Eno, Air, This Will Destroy You y temas originales del francés Nicolas Godin. Entrevistada por Slant Magazine, la realizadora recuerda una experiencia personal reciente, cuando el proyecto de largometraje ya estaba en marcha. “Estábamos desesperados por hacer algo en un lugar real, especialmente durante ese momento de encierro, en el que nos veíamos tan aislados y temerosos, con tanta incertidumbre. Poder ver las imágenes de Katia y Maurice, comprender también su filosofía, cómo se reconciliaron con el miedo, cómo navegaron a través de lo desconocido y la incertidumbre, todo eso fue un gran refugio para nosotros. Fueron una suerte de guías, no solo de la historia que intentábamos contar, sino también de nuestras propias vidas mientras lidiábamos con el desafío y la oscuridad de la pandemia. Tuvimos la suerte de viajar a Islandia en junio de 2021, gracias a una residencia de artistas. Allí pudimos ver la erupción del Fagradalsfjall e incluso subimos al volcán. Por supuesto, no nos acercamos tanto como Katia y Maurice, pero logramos observar el volcán por nosotros mismos”. Observar, oler, tocar, caminar, acercarse lo más posible a las entrañas de la tierra. Los ríos de magma recién expulsados, que en la oscuridad de la noche se asemejan al sueño afiebrado de un demonio con ínfulas de demiurgo, ofrecen un espectáculo al mismo tiempo fascinante y aterrador. Maurice, que durante la juventud se lanzó en un bote inflable a navegar un lago de ácido sulfúrico y vivió para contarlo, soñaba con crear un pequeño navío construido con materiales especiales para poder surcar la corriente de lava. ¿Fantasía pour la galerie diseñada para el asombro de los seguidores o sueño genuino, aunque virtualmente irrealizable? Sin duda Jules Verne, que en su novela Viaje al centro de la tierra iniciaba la expedición en un volcán de Islandia y culminaba la odisea en Estrómboli, podría haber descripto esa invención y la travesía con lujo de detalles.

LOS ROJOS Y LOS GRISES

“Prefiero vivir una vida breve pero intensa que una larga y monótona”. Las palabras podrían estar tomadas de la biografía de un músico en los viejos y buenos tiempos del Sexo, drogas y rocanrol, pero le pertenecen a Maurice Krafft. La muerte temprana durante la tremebunda erupción del Monte Uzen terminaría por darle sentido total a la profética frase, pero algo ocurrió unos años antes. Algo que provocó que tanto él como ella torcieran algunos grados el eje de su trabajo. De ninguna manera dejarían de lado la búsqueda de imágenes portentosas –el plano de un flujo piroclástico avanzando velozmente por una ladera, registrado a apenas unos metros de distancia, lo confirma con creces–, pero de a poco comenzaron a sumar a su agenda la importancia de confirmar la inminencia de un posible desastre y avisar a las autoridades correspondientes. “Hay dos tipos de volcanes: los rojos y los grises. Los rojos son lentos, previsibles; los grises traicioneros, peligrosísimos”. Las palabras del especialista tuvieron una triste corroboración cuando el volcán Nevado del Ruiz, ubicado a unos 150 kilómetros de Bogotá, Colombia, estalló provocando cuatro gigantescos lahares –una mezcla fatal de lodo, tierra y escombros volcánicos– que terminaron destruyendo por completo el pueblo de Armero, a 50 kilómetros de distancia, acabando con la vida de 20.000 personas, más de dos tercios de la población total del lugar. Uno de los peores desastres naturales en la historia moderna, que bien podría haberse evitado si el gobierno hubiera escuchado las advertencias de los especialistas colombianos y extranjeros, entre ellos los Krafft. Dosa dedica varios minutos al hecho y a sus corolarios, a las muertes evitables, aunque los protagonistas fueran los primeros en desoír su propio consejo. En otra instancia, alejada por completo del horror de la destrucción humana, las imágenes de un paseo en burro por el desierto mexicano son musicalizadas con una melodía de Ennio Morricone, al mejor estilo espagueti western. Es la otra cara del proyecto del dúo a la hora de acercar su producción a un público masivo.

Reflexionando sobre la imagen pública y la intimidad de los rodajes, en particular durante los momentos de peligro, Sara Dosa confirma que el material de archivo de base, los negativos de cámara 16mm de los Krafft, no tenían sonido alguno. “Todo es silencio, por lo que no podemos escucharlos hablar entre ellos. Sólo en las apariciones en programas de tevé los podemos oír, observarlos juntos. Pero parece ser que la manera en la cual se presentaban en público era genuina, similar a cómo eran como personas. Al mismo tiempo, sabían perfectamente que estaban interpretando personajes de sí mismos, pero no de manera poco auténtica. Incluso tenían sus chistes, sus grandes éxitos. Por ejemplo, Maurice solía decir que Katia había visto veinte erupciones más que él, por lo que sentía que ella lo engañaba sentimentalmente con los volcanes. Al usar ese lenguaje, al referirse a una relación romántica imposible, confirmaba de alguna manera la realidad de esa suerte de triángulo amoroso entre ellos dos y los volcanes”. 

La película abraza esa pasión compartida por la pareja de especialistas y la indiferencia de los volcanes a su presencia, más allá de la magnificencia de las vistas. De hecho, el “fuego de amor” del título original en inglés señala en la dirección de las metáforas imaginables sobre su vínculo personal y con la naturaleza. Pasión volcánica, amor tórrido, llama eterna. La muerte de ambos se anuncia al comienzo de Volcanes y es retomada sobre el final. La llegada en un auto alquilado al lugar de los hechos, el emplazamiento en un sitio ubicado en la frontera de la zona de exclusión, la posibilidad de acercarse un poquito más al monstruo, como solían hacerlo. Si en tantas otras ocasiones Maurice y Katia habían logrado burlar al destino, la muerte llegó finalmente, tal y como la habían imaginado. En un cierre trágico y emotivo, la película de Dosa vuelve a encaramarse en la idea de los científicos enamorados, uno del otro y del objeto de adoración mutuo. Una idea romántica en sus varias acepciones. Los frutos de ese amor, el de una pareja que decidió conscientemente no tener hijos para dedicar la vida a la convivencia con los gigantes más temibles de la naturaleza, son las bellas y temibles imágenes de los volcanes en plena actividad. Un fruto hecho de fuego, humo y cenizas.

 

>Los Krafft según Herzog

DONDE HUBO FUEGO

En 1975, el volcán La Soufrière, ubicado en la Isla de Basse-Terre, departamento francés de ultramar de Guadalupe, en el mar Caribe, comenzó a dar intensas señales de actividad. El cineasta alemán Werner Herzog, cuya filmografía se divide casi en partes iguales en films documentales y de ficción –amén de varias cruzas entre un territorio y otro–, tomó nota del evento y, con la cámara en el hombro, se acercó al lugar para intentar un registro cercano de la inminente erupción. Las voces más extremas afirmaban que existía la posibilidad de que la isla desapareciera en su totalidad y la evacuación del lugar fue absoluta. Con una excepción: un hombre que se negaba a abandonar su hogar, entregado al destino que la mole de piedra le hubiera asignado. El resultado de esa peligrosa experiencia humana y cinematográfica se llama La Soufrière (1977), cortometraje de treinta minutos que marca el primer movimiento volcánico en la filmografía del realizador. Cuatro décadas más tarde, Herzog acompañó al vulcanólogo británico Clive Oppenheimer –a quien conoció durante el rodaje del documental Encuentros en el fin del mundo (2007)– en un recorrido por cinco de los volcanes activos e inactivos más importantes del mundo, de Islandia a Corea del Norte y de allí a Etiopía. Hacia el infierno (2016) nunca deja de lado el componente científico, de datos puros y duros pero, viniendo de quien viene, el universo de los volcanes permite reflexionar sobre aspectos históricos y mitológicos, culturales y religiosos. El volcán como hecho natural, desde luego, pero también como símbolo divino, nada raro viniendo de un cineasta que ha hecho de lo extraño en lo natural, de lo extremo en lo humano, uno de los pilares de su poética. En cierto momento, las figuras de Maurice y Katia Krafft son mencionadas por Oppenheimer y Herzog. The Fire Within: A Requiem for Katia and Maurice Krafft es la continuación lógica de esa nota al pie en Hacia el infierno: una oración ofrendada a dos personas fallecidas que dedicaron toda su vida al asombro y el peligro, a la divulgación de la ciencia y el coqueteo con la muerte.

 

La visión de The Fire Within junto a Volcanes ofrece visiones muy diversas pero complementarias de los homenajeados. No sorprende que la película de Herzog sea muy distinta a la de Sara Dosa, más allá de compartir una porción importante del mismo material de archivo. En principio, el tono elegíaco, que en más de una ocasión roza lo ominoso, potenciado por la selección musical de composiciones originales del violonchelista y compositor holandés Ernst Reijseger. No es casual tampoco que The Fire Within le dedique más espacio a la muerte de la pareja y ofrezca imágenes fuertes de la destrucción humana provocada por el Nevado del Ruiz que Dosa omite en su relato. Los volcanes son bellos y el alemán viajero lo sabe, pero también son semi dioses del horror y la destrucción. La relación entre Katia y Maurice, más allá del amor compartido, tenía sus discrepancias, que el film destaca. Quien narra es el propio Herzog, en su habitual inglés con fuerte acento germano, como siempre en primera persona. “Lo que intento hacer aquí es celebrar la maravilla de sus imágenes”, afirma casi al comienzo. Más tarde, luego de mostrar las tomas de descarte, las repeticiones de Maurice y Katia de ciertos planos “actuados”, el director de Aguirre intenta y logra demostrar la transformación de Maurice, de vulcanólogo a cineasta, ofreciendo detalles técnicos de su cámara de 16mm, que el francés continuó usando cuando el video se imponía por su peso ligero y conveniencia general. Lo importante son las imágenes y casi nada más. Sobre el final, una frase que parece condensar el sentido de la vida de los Krafft, su misión, y la idea que de ellos tiene Herzog. “Me da la impresión de que los Krafft estaban filmando una película sobre la Creación mientras esta tenía lugar. Sólo que no tuvieron suficiente tiempo para editarla”.