Papá es un exitoso asesor financiero en Chicago, mamá es ama de casa y el cuadro idílico se completa con dos hijos, uno de cada sexo. Pero a los pocos segundos de que Ozark se echa a andar, la foto se va volviendo borrosa y espesa. En esta serie, que Netflix estrenará el próximo viernes, hay una negrura cocinada en una olla a presión, con diálogos sutiles, ramalazos de violencia y lecciones turbulentas sobre el mundo material. Antes de que finalice el primer episodio, la familia Byrde habrá dejado de ser lo que aparentaba para reiniciar su vida en un resort de Missouri, mientras el FBI les pisa los talones. Porque lo que hace el pater familias (Jason Bateman) es algo más que dar consejos sobre inversión y la relación con su esposa sucumbe por lo usual: sexo, mentiras y video. “Para interpretar a una familia en riesgo tenés que hacerlo de una manera humana y vulnerable, poner al público en el mismo lugar que los protagonistas, como si les afectara a ellos. Si los hacés muy cancheros, es como que te disparen con un chaleco antibalas. Buscamos que experimenten cuidadosamente lo que se presenta”, le dice Bateman a PáginaI12, protagonista, productor y director de esta serie.  

El drama, compuesto por diez episodios de una hora, recorre el lado oscuro del sueño americano con una gran virulencia y suspicacia por los anhelos de quienes aparecen en pantalla. “El dinero es, en esencia, lo que mide las decisiones de un hombre”, asegura Marty en su monólogo inicial, y todas las acciones que tomará en el camino conllevarán  enormes riesgos. La trama madura el KO dejando en claro que no hay buenas conciencias en ninguno de sus personajes. En ese sentido, su esposa Wendy (interpretada por la siempre idónea Laura Linney) pelea por el premio mayor. No conviene adelantar demasiado sobre la historia, apenas contar que, tras una estafa a un cartel por parte de su socio, Marty debe pergeñar un plan para lavar dinero en el paraje que le da nombre a la serie. Lejos de la imagen apacible, ese lugar de veraneo brota como un precipicio. En definitiva, Marty lleva ocho millones de dólares y la obligación de transformar ese montón de billetes en muchísimos más, bajo amenaza de que los matarán a todos. La otra opción es la de terminar tras las rejas. Así de simple.

Para Bateman, este proyecto implica grandes desafíos por los múltiples roles en los que incursiona. En lo actoral, se corre de sus habituales papeles en la comedia y se muele en las escenas con Linney. “Me gustan estos personajes que están por la mitad, podés ir de la comedia al drama, del protagonista al antagonista. Disfruto ser el tipo que guía al público como en un tour, cualquiera sea la historia. Marty no es alguien extremo aunque la situación lo sea”, explica Bateman.

–Desde el primer momento, a su personaje se lo percibe como alguien pragmático, inteligente y gélido en extremo. ¿Está en una especie de trance por lo que le sucede o realmente es así?

–Creo que ese lado duro es definitivamente algo que habitaba en él, sin dudas, pero no había tenido que utilizarlo porque hasta entonces ya que había tenido una vida predecible y bajo control. Sus emociones estaban fijas porque su relación con el cartel estaba bien, luego las cosas se desenmarañan y él se ve forzado a usar un engranaje que no sabía que tenía. No es que se vuelve un mal tipo, no lo seducen las opciones que se le presentan. Estábamos seguros de que no queríamos entrar en el mundo que Breaking Bad hizo tan bien. No es nuestra intención. Es una honesta exploración de un lado que todos tenemos y usaríamos si estuviésemos arrinconados.

–La relación con Wendy está seriamente comprometida. ¿Qué es lo que ella ve en Marty como para seguirlo?

–Ella sigue viéndolo como un buen compañero de vida. Son similares en la forma en la que ven el mundo y lo que es una familia. Pero ella va a tener que lidiar con este lado oscuro de Marty, que no lo vuelve malvado per se, y como ella también es inteligente, tiene la habilidad para justificar algo que tal vez no cuadraba en su estilo previo.

–Por su tono, timing y temática, es muy difícil contrastar a Ozark con alguna serie o película. Posiblemente tenga componentes de Deliverance pero en tiempo modernos...

–Sí (se sorprende). Eso es interesante. Se podría comparar con Breaking Bad y The Sopranos, por la forma en la que un hombre común y corriente debe lidiar con un mundo peligroso. También tiene una familia y por eso los conflictos son enormes. Por suerte, no pensás en esos programas cuando ves Ozark. Te encapsula para que no pienses en nada más que en su interior.  

–En el pasado, usted participó de familias diversas, tanto en Arrested Development o en su film Family Fang. ¿Tienen algún contacto esos otros núcleos con los Byrde?

–Son más las diferencias que las similitudes, pero posiblemente sean todas profundamente fallidas. El alto nivel de disfuncionalidad las vuelve interesantes. Queremos ver los golpes y los huecos en esta gente, que quizá sean obvios de ver para el público más que para los personajes. Es ir en contra de lo predecible, eso es lo más atractivo.  

–¿Fue un desafío lograr ese tono sombrío? ¿Cómo congenió un guión intencionadamente espinoso junto con su labor como director?

–Fue un desafío mayor que otros trabajos, quizá más obvios y simples, pero esa fue la razón por la que me embarqué en este proyecto. Para dirigirlo, actuarlo y producirlo, para crear este tono y temperamento, tuve que tener una buena comunicación con todos los demás involucrados. No elegimos un entorno fácil, pero aquello que se presenta más embarrado y complicado a nivel emocional, finalmente te brinda más satisfacciones. Es un viaje profundo.

–¿Qué dice la serie sobre la relación de los estadounidenses con el dinero?

–No expresa nada muy distinto de lo que es en otras partes del mundo. El modo en que los estadounidenses lidian con el dinero es parte de la sociedad capitalista en la que vivimos. El punto es que para Estados Unidos el dinero implica un reto. Hay una fascinación con este tema. Lo cual lleva a realizar cosas cuestionables. En lo relativo a Ozark, esta familia se ve obligada a cambiar de estilo de vida, con millones a cuestas, a la vez que lidia con un cartel para hacer más y más dinero. Nada es gratis, dice el refrán. En definitiva, esta es la historia de una familia que querría volver a estar en esa zona más predecible y segura antes de tener ese montón de dinero.