Pablo Díaz ya había cumplido los 22 años cuando salió de la Unidad 9 de La Plata. Había pasado los últimos cuatro años de su vida alternando entre centros clandestinos de detención y prisiones. Antes de la liberación, recibió una clara advertencia de un jefe militar que lo visitaba: “No vuelvas a la escuela”. De allí lo habían sacado a él y a sus compañeros secuestrados en lo que se conoció como la Noche de los Lápices. Pasaron décadas pero finalmente Pablo, que tiene 64 años, logró vencer ese designio de la dictadura: el miércoles 30 de noviembre rindió, gracias al programa FinEs, la última materia que adeudaba de la secundaria.

“Ahora estoy llorando”, escribe por WhatsApp Pablo Díaz después de que la profesora de Matemáticas de la escuela de las calles 7 y 32 de La Plata le firma el certificado con un honroso 7 (siete). Finalmente terminó la escuela secundaria. Algo que no pudieron hacer los compañeros y compañeras de quienes se despidió en diciembre de 1976 en el centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield.

La redada de los estudiantes secundarios en La Plata había comenzado cinco días antes de que le llegara la hora a Pablo, que entonces tenía 18 años. A él se lo llevaron el 21 de septiembre. Como sus compañeros pasó por el campo de Arana y él fue parte del grupo de estudiantes secundarios a quienes llevaron al campo de concentración de Lomas de Zamora. De ese grupo, Pablo fue el único que sobrevivió. En ese lugar quedaron Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Daniel Racero, Claudio de Acha, Horacio Ungaro y Francisco “Panchito” López Muntaner.

Pablo, para entonces, cursaba en el colegio España, conocido en La Plata como “La Legión Extranjera” porque aceptaba a estudiantes que habían repetido o tenían problemas de conducta. Tiempo antes lo habían expulsado del Colegio Estrada por haber intentado conformar allí un centro de estudiantes. En los primeros años de los ‘70, Pablo militaba en el peronismo, particularmente en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Después de la muerte de Juan Domingo Perón, creyó que el peronismo había muerto y se afilió a la Juventud Guevarista, que era el brazo estudiantil del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). “Nunca me sigas porque no pego una”, se ríe por su pronóstico casi 50 años después.

El mandato

Mientras estaba detenido en la Unidad 9, Pablo se enteró de que ninguno de sus compañeros había vuelto a su casa. Allí, solía visitarlo un militar, Carlos Sánchez Toranzo, que oficiaba de enlace entre las cárceles y el Primer Cuerpo de Ejército. Fue por él que Pablo supo que los chicos y las chicas de la llamada Noche de los Lápices habrían sido fusilados en el sótano del Pozo de Banfield, pocos días después de su traslado.

Sánchez Toranzo también le preguntó qué planes tenía para su futuro, ya que finalmente iba a ser liberado. “Él te interrogaba para ver si estabas ‘recuperado’. Generalmente te decía que, si salías en libertad, te fueras, no te quedaras en la ciudad o que no volviera a la escuela. Pero yo me quedé en La Plata. Durante más o menos seis meses pensé que me estaban vigilando y no hice nada”, cuenta Díaz.

Pese a los “consejos” de Sánchez Toranzo, Pablo consiguió una reunión con el Padre Juan Velasco, de los salesianos de La Plata. Después de escucharlo, el párroco le ofreció cursar los cuatro años de la nocturna en el colegio Don Bosco. “Yo llego a una negociación con el Padre Velasco de que no les iba a contar a mis compañeros de cursada dónde había estado ni qué me había pasado. Pero, como éramos todos adultos, lo terminaron sabiendo”.

Cuando Pablo estaba terminando el cuarto año, se presentó a declarar ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) para contar lo que había vivido. Primero lo hizo en La Plata, pero después empezó a viajar hacia el Teatro General San Martín, donde tenía su sede el organismo en el centro porteño. “Empiezo a viajar. En el Don Bosco me bancan las faltas. Termino pero me queda la previa de Matemáticas de tercero”, recuerda.

–¿Y después qué pasó?

– En el ‘85 me anoto en la Facultad de Derecho, pensando que iba a dar la previa, pero muy rápidamente viene el Juicio a las Juntas. Después viene la película de La Noche de los Lápices en 1986 y después me becan durante tres años en el Servicio Universitario Mundial para poder dar testimonio. La verdad es que en el trabajo nunca me pidieron el analítico, pero, en un momento determinado, sentí vergüenza. Pensé: en la fundación en la que trabajo estoy motivando a terminar la escuela secundaria para que ingresen a la universidad o a un terciario y yo tengo una previa. Me pareció meritorio hacer el esfuerzo para que mis compañeros de trabajo también sepan que yo estoy terminando la escuela al igual que ellos.

Pablo Díaz volvió a las aulas después de décadas para terminar lo que quedó inconcluso.

–¿Siempre había querido ser abogado?

–No, nunca pensé qué quería ser. Me anoté en abogacía en el ‘85 con el tema de lo que se venía. Ahora pienso en estudiar periodismo o letras.

–¿No toma la finalización de la escuela como una victoria sobre el mandato de la dictadura, que no los quería a ustedes en las escuelas?

– Eso también. Ellos trataron de que no termináramos, que saliéramos de las aulas. Ahora estoy terminando como una reivindicación de los chicos. Yo creo en los simbolismos. Para mí, no es casual que días atrás hayamos ido a la inspección ocular en el Pozo de Banfield y que haya podido contar dónde los mataron.

–¿Pensó en ellos y en ellas cuando le firmaron la libreta?

– Al haber sido sobreviviente de La Noche de los Lápices siempre pensé en quedarme en la adolescencia un poco como homenaje a mis compañeros desaparecidos en el Pozo de Banfield. Una de las fantasías –o los miedos– que siempre he tenido es si me encontraré con ellos cuando la vejez me lleve. Me gustaría preguntarles si hice todo lo que tenía que hacer. Por supuesto que el miedo es verlos tan jóvenes como los dejé –en sus quince, 16 o 17 años–. No habían terminado la escuela. Un poco mi rebeldía de no terminar la escuela fue en ese sentido: quedarme ahí.

Pablo se emociona, como se emocionó cuando la profesora Fernanda lo felicitó por haber cerrado el ciclo de la secundaria. Para él, la llegada de diciembre viene con muchos recuerdos que se agolpan: en pocos días se cumplirán 46 años desde que se despidió de los pibes y de las pibas en el Pozo de Banfield. “Se me viene el tema de por qué no están acá, por qué no se pudieron recibir, por qué no pudieron tener familia o estar con nosotros cumpliendo el ciclo de la naturaleza”, dice. Conoce al dedillo la respuesta: porque los genocidas así lo decidieron. Algunos de ellos están en el banquillo de los acusados en el juicio de las Brigadas y podrían recibir condena el año próximo.

“Para muchos compañeros en su adultez, el tema de recibirse pasa por tener un certificado para compartir con la familia. Yo lo tengo en la intimidad como un certificado para mis compañeros de La Noche de los Lápices. Se recibieron conmigo. Como los sostengo en las condenas o los contengo en el juicio y castigo a los culpables. Sí, se mezcla todo pero el tema es que rindieron la última materia conmigo”.