En aquellos días cruceños soñé con cerdos, soñé conmigo mismo siendo la parte superior y parental de un solo cuerpo porcino de contornos imposibles, que estaba constituido también por otros cerdos pequeños, que se le unían en lo bajo. Pero no era un ser a la manera de las bestias de H.P. Lovecraft: incapaz de provocar temor, mi animal múltiple parecía fugado de una animación simpática y lisérgica de Rebelión en la granja. En el primer intento de destete, me puse tan “combativo” (la figura épica pertenece a uno de los médicos de la terapia intensiva y la reprodujo en su muro de Facebook mi hermana Constanza) que, luego de atravesar un paro respiratorio, volvieron a conectarme a la máquina. Creo que fue durante ese pasaje del cuerpo que, vuelto a la sedación profunda, aparecí en una granja de Estados Unidos convertido en cerdo, pero con la conciencia de que estaba atravesando un segmento del tiempo en que, aún animal, me estaba volviendo humano. Supe que era 1930. En esa misma época se produciría mi evolución dentro de la especie. Un cambio que podría durar un millón de años le llevaba a mi cuerpo apenas un suspiro. Tenía, sin embargo, conciencia del absurdo de la situación, pero también de que ese absurdo era verdadero. (…)
Los cerditos, unidos a mí como órganos más o menos autónomos, eran mis hijos pero también mis obreros. Como un padre obsceno, los obligaba a producir embutidos con su propia materia; el sistema de explotación y plusvalía, además de autofágico, configura una metáfora que, por obvia, no deja de parecerme ahora inquietante. Recuerdo el sufrimiento que me provocaba lo que hoy podría denominarse en la nomenclatura jurídica trata de personas (cerdos) para fines de explotación laboral. Aunque no había rebelión en la granja, un imperativo ético para con mi propia cría me mantenía en tensión con la forma elegida o impuesta de supervivencia. El anacronismo de las condiciones y la ejemplaridad del mundo que retrata el sueño, con sus protagonistas arquetípicos y los conflictos desatados, me lleva enseguida al ámbito del mito. El sueño de una marica anestesiada, leído como mito y progresión histórica de la especie. ¡Vaya presunción! 
Se me ocurre que una metáfora posible para definir mi lugar mítico en el sueño es Abraham entregando en sacrificio a su descendencia. Me gusta ese tópico bíblico, porque finalmente el hijo -la víctima- no es culpable como en otros mitos o en la tragedia griega, y se salva, como espero que se hayan salvado mis cerditos de la muerte por autofagia. Mi salvación no puede ser legítima sin la salvación de ellos. Ojalá no haya tenido que hacerlos devorarse ad infinitum en el altar del Capital. Hay pocas interpretaciones posibles y seductoras para darme y ofrecer al lector, y que puedan convencerme y convencerlo. Aclaro que no conozco el final del cuento ni si conseguí expiar mis culpas. (…)
Apenas despierto en la terapia intensiva, después del exitoso segundo destete, veo en la televisión que las calles de distintas ciudades bolivianas están tomadas por manifestaciones de púberes con sus padres, furiosos contra la nueva ley (o proyecto de ley) que prohíbe trabajar a los menores. (…)
Creo que fue la única vez que, volviéndome extranjero en el propio sueño, me debatí en interrogantes éticos sobre el prójimo. El pasaje por la locura me ofreció, ya mi cuerpo fuera de peligro y de la terapia intensiva, el contenido de ese debate íntimo, al que ahora le doy las palabras que escribo, borro y reescribo. ¿Se puede ser prójimo de algo tan radicalmente distinto; se puede ir hacia eso, que aparece como una desfiguración? Acaso el único prójimo bueno que uno pueda amar realmente es el prójimo muerto. Es el único con el cual sabemos que estamos en pie de igualdad, que no provoca los fuegos de la envidia, ni goza, ni es presa de un goce ajeno excesivo. Con un cadáver estamos siempre en igualdad de condiciones. Mis cerditos y yo éramos un solo cuerpo y, en potencia, un solo cadáver. 
Solo después de despertar del coma (de la muerte) supe que en esa noche del mundo por primera vez había sido el prójimo ideal, que por primera vez alguien me había amado como a su prójimo. Sin condiciones, sin abuso, sin abrumarme con su goce: las azafatas que lloraban junto a un cuerpo desconocido en el avión; el cardiólogo de a bordo que lo golpeaba para revivirlo; los médicos que lo recibieron en la clínica de Santa Cruz de la Sierra; los familiares de los ignotos moribundos que conversaban con mis hermanas en los pasillos del hospital. 
Nunca más volví a ser el prójimo ideal. Ya no merezco esa dignidad.

La noche del mundo se presenta 
el martes 29 a las 19.30. Con Liliana Viola, Ricardo Strafacce, Ariel Schettini, Susy Shock, Naty Menstrual, Gustavo Pecoraro, Dr. Trincado.
Casa Brandon, Luis María Drago 236.