Está en el aire.

Esta vez pasó otra cosa, y no tiene que ver con la Copa.

Tenemos la costumbre intensa de que los Mundiales sean algo más, de que inauguren una dimensión temporal otra. No sólo se juegan partidos.

Pero esta vez las semanas que vivimos en situación de futbolismo explícito tuvieron algo tan fuerte que pasó desapercibido: dejaron que circulara libre, en público, en lo mainstream la evidencia de una nueva sensibilidad. No se trata del descubrimiento masivo del amor de y entre los varones (¿en serio podría haber asombro?), sino de lo que puede intuirse detrás de esa evidencia compartida en redes sociales y entrevistas televisivas.

Sabemos que el arquero respeta y necesita tanto el entrenamiento físico como hablar con su psicólogo, que la vulnerabilidad de dos penales no atajados lo angustiaron y sin embargo la charla con el analista le cambió la perspectiva. Y lo sabemos porque lo compartió el mismo Dibu Martínez. Parece una pavada pero no lo es: lo contó él, no fue una infidencia ajena ni un chisme.

Sabemos que los abrazos y besos que se dan los jugadores en la cancha se extienden a la vida cotidiana. Que se quieren y se lo demuestran también en redes, inclusive en chistes que no parecen chicanas sino pruebas de cariño entre amigos. Se dicen “te amo”; se ríen porque Papu Gómez se hizo un corte de pelo para parecerse a Beckham, y el aludido participa de todo el episodio. En un streaming con una audiencia global altísima, Messi y Agüero se dicen que se extrañan; como en una buddy movie, en medio de un torneo celebrado en un país homofóbico y misógino, alguien gestionó el permiso para que volvieran a compartir habitación la noche antes del partido final, aunque uno de ellos está definitivamente alejado del fútbol profesional.

Tenemos tan naturalizada la costumbre del bravuconismo en escenarios futboleros, que todavía nos cuesta creer que Lionel Scaloni haya dedicado parte de una conferencia importante a hablar de su pueblo, enlutado por una tragedia pocas horas antes del partido que había ganado. Días después, lo vimos emocionarse y llorar. Verlo fue liberador. Muchos -quizá todos- jugadores contaron sus historias de vida: pobreza, esfuerzo familiar, madres, padres, hermanos apostando a sus futuros por amor. No es nuevo el camino del héroe salido del barro, menos aquí: la novedad está en los modos de compartirlo. Lejos de la revancha, del exitismo, del relato del que llegó y hoy se rodea de lo que le faltó en la infancia. También vimos a todos los jugadores pasando un día libre con sus familias después de cada partido; a Messi tomando fotos a su esposa cuando ella besaba la Copa, ese trofeo que tocan pocos y que esta selección compartió con sus seres queridos. En algunos casos, esos amores, involucran a mujeres con carreras profesionales públicas y exitosas.

En Argentina, la Primera del fútbol masculino sigue sin tener jugadores fuera del closet. Más que una coincidencia, pareciera que el negocio del profesionalismo los prefiere rabiosa, tradicionalmente héteros en la vida pública. Y sin embargo se van colando otras cosas.

Todo eso, como miles de imágenes y virales de este diciembre tan extraño, son más que anécdotas. Me gusta pensarlas como paisajes de un mundo que venimos construyendo. Que, sin que lo notemos, sin que lo esperamos, eso asoma en lugares, en chispazos inesperados.