Desde Mar del Plata

Pocas veces el concepto de “película sorpresa” fue tan literal como en esta edición del Festival de Mar del Plata. Recién a comienzos de semana empezó a circular un rumor que con el correr de las horas devino en certeza: el film que se proyectaría el miércoles a las 18.30 en el Ambassador 1 era ni más ni menos que La flor (primera parte). La elección del regreso de Mariano Llinás a la dirección de largometrajes después de Historias extraordinarias es una auténtica sorpresa por dos motivos. El primero tiene que ver con que El Pampero, la productora que integra junto a Laura Citarella, Agustín Mendilaharzu y Alejo Moguillansky, venía eligiendo el Bafici como plataforma de despegue nacional para todos sus proyectos, desde la bautismal Balnearios (2002) hasta La mujer de los perros (2015). Llinás es, además, el eslabón más importante de una cadena de habitués del festival porteño que este año posicionaron sus films en lugares centrales de la programación marplatense, nómina que incluyó a Matías Piñeiro (Hermia& Helena en la Competencia Internacional), Gastón Solnicki (Kékszakállú en la Latinoamericana) e incluso Eduardo “Teddy” Williams (El auge del humano, también en la Latinoamericana). El otro motivo hay que buscarlo en un recorrido de exhibición que hasta ahora venía desarrollándose en ámbitos si se quiere más alternativos: la primera función se realizó, también de forma sorpresiva, en el Festifreak de La Plata, y después le siguieron otras en Trenque Lauquen –ésta con caravana desde Capital Federal, campamento y asado incluidos–, Córdoba, San Juan, Rosario, Mendoza y Santa Fe. 
La flor es un proyecto de larguísimo aliento temporal (comenzó a filmarse hace seis años) y de aspiraciones narrativas faraónicas. O al menos eso se espera, ya que lo que se vio aquí es la primera de tres partes que conformarán una única película de una duración que rondará las ¡once horas! y cuyo rodaje aún no ha concluido (sí se sabe que la segunda parte está prácticamente terminada, por lo que seguramente se estrene en algún momento de 2017). Tal como asegura el propio Llinás en la primera escena del film, el relato estará compuesto por seis historias: “Cuatro que empiezan y no terminan, una quinta que empieza y termina y una última que empieza a la mitad y concluye”. También adelanta que todas tendrán a las mismas actrices pero en distintos roles (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes, integrantes de la compañía teatral Piel de Lava) y que cada una se encuadra en un género distinto. En palabras del realizador: “La primera es una historia de clase B como las que Hollywood hacía y ya no puede o no quiere hacer; la segunda, un musical con toques de misterio; la tercera, una de espías; la cuarta no se sabe bien qué es; la quinta está inspirada en una película francesa y la sexta es sobre unas cautivas del siglo XIX que vuelven del desierto después de mucho tiempo”.
De una duración de 220 minutos, La flor (primera parte) contiene dos de esos seis episodios. El primero transcurre en San Juan, donde un grupo de arqueólogas debe enfrentarse a las consecuencias que una momia precolombina genera en una de ellas. Rodada en el ya prácticamente extinguido formato MiniDV, aquí sobrevuela algo de ese espíritu B enunciado por Llinás, además de una bienvenida tendencia al desparpajo y el absurdo que incluye tratamientos con plumas de cóndor, espiritismo, psicotransferencias, ojos verdes brillosos como síntoma de lo sobrenatural y pequeños tótems de madera. El problema con todo esto es que se trata de un buen ejercicio de estilo que apuesta más a replicar un modelo de coordenadas ya delimitadas antes que a la relectura y la expansión, algo particularmente inhabitual en un realizador que supo hacer de esas dos virtudes las características fundamentales de sus trabajos como director y guionista. 
El segundo, en cambio, es más sofisticado en su forma y también en su desarrollo, en parte porque Llinás vuelve a construir una historia que no se parece prácticamente a nada que se haya hecho antes (o sí, pero no dentro del cine). Pero sobre todo porque, en sus mejores momentos, se percibe la voracidad narrativa de Historias extraordinarias. Sostenida en la indudable fotogenia de sus actrices (allí están los larguísimos primeros planos que soportan Pilar Gamboa y Laura Paredes) y en una cámara que apuesta al uso del foco antes que al movimiento, el relato tiene su punto de partida en el universo de la música melódica. De allí provienen sus protagonistas, una pareja de amplia reputación en los duetos románticos (Héctor Díaz y Gamboa), y también las particularidades de una relación entre ellos construida sobre la base de los sentimientos absolutos, los vaivenes amorosos y las confusiones emocionales que pueblan las letras de sus canciones. El punto de llegada, en cambio, es imposible de dilucidar: Llinás troza y rearma el relato yendo hacia un pasado ilustrado con un flashback que al rato contradice con otro, toma los puntos de fuga para desviarse, volantear y entreverar esa historia íntima con otra sobre un misterioso grupo de personas que experimenta con escorpiones y organiza reuniones secretas habladas en italiano. Habráque esperar hasta el año que viene para saber qué viene después de ese “continuará” que clausura la maratónica proyección. O quizás un poco más: a fin de cuentas, el final, aquí más que nunca, está por escribirse.