Ni bien el tiro de Gonzalo Montiel atravesó la línea del arco y Argentina tuvo su momento cero como campeón mundial, todos fuimos felices sin saber que ahí comenzarían las primeras tristezas. ¿Volveremos a vivir algo semejante? Lo que sigue es la caída después de la adrenalina en un domingo de resaca, aunque dando algunos manotazos más para que el estado de felicidad no nos abandone.

El fenómeno Sqatarneta 2022 es intenso, nos invade y nos desborda. Nos supera en cada momento. A los futboleros de siempre y los que se conectaron recién por igual. Y arrasa de una manera tan determinante que deja en el lumpenaje cerebral a quienes se oponen, generalmente con recursos residuales, poco esmerados.

Quizás no haya existido otro hecho en la historia argentina tan expansivo y universal como éste. Ni la Semana de Mayo de 1810, ni el 17 de octubre de 1945, ni la vuelta de la democracia del '83. Y no fue igual a la vuelta de Perón solo porque de tanto machacar cábalas, rezarles a santos e invocar brujes quizás hoy martes 20 de diciembre los dioses decidieron estar de nuestro lado cuando el desorden iba derecho a una tragedia sin escalas.

Ya no se trata únicamente de fútbol. Ni de su juego, ni de su cultura. Ni siquiera de su negocio, ya más o menos claro para todos a esta altura del partido. Trasciende como nunca en un hecho social que se manifiesta a menudo popular y convocante en este país desde hace casi un siglo, pero jamás como ahora. Como hoy.

Y es un hecho social que ocurre en un momento histórico de altísima tensión, después de una pandemia voraz, en plena crisis de representatividad y bajo una nueva era de consumos culturales y recreativos respecto al Mundial anterior. Messi haciendo lo imposible: la conciliación de masas, aunque sea por un ratito, desde el IG de Nicolás Otamendi después del partido contra Francia. Aunque abundaban botellas de champagne, el plantel prefería la birrita en porrón para el momento máximo de distensión: ya no había más partido por jugar y todo era risas, chistes, cantitos, abrazos. Hasta la alegría, siempre.

Muchos libros de massmedia se quemaron cuando las grandes corporaciones mundiales tuvieron que poner en sus pantallas lo que generaba el celular de un jugador en el vestuario campeón del Icónico de Lusail, sitio vedado a sus cámaras llenas de inútiles licencias y derechos para la ocasión.

Durante el mundial, también, miles de argentinos padecieron las latencias de algunos operadores, hasta que las redes sociales (especialmente Twitter) dieron la solución: buscar la TDA de cualquier forma, incluso pelando el cable coaxial para que el cobre funcione de antena. Así tuvimos que rebuscárnoslas para ver el gol al mismo momento que el vecino que nos lo spoileaba. Increíble pero real.

En celus o cámaras, en reposo o en tránsito, al frente o en la luneta: FIESTA | Foto: Alejandra Morasano

Esta historia tiene héroes. Pero también villanos: una cosa es sentirnos desbordados por este fenómeno, pero otra más penosa y lamentable es no estar a la altura. Periodistas, dirigentes, funcionarios y otros intérpretes del poder demostraron cuán desconectados están del wifi con la realidad, lo mal que sintonizan con la sensibilidad popular, lo lejos que quedaron de un suceso que no terminan de entender. Sus roscas e internillas los degradan a la vista de todos. Cuando el tiempo pase y se calme este fervor, tendremos aún más claro quién fue quién. Algunos, incluso, siguen esmerándose para subirse a ese barco sin rumbo con los hechos más recientes.

El Messismo como superación del Maradonismo no es del todo malo como concepto, como idea-fuerza. Siempre y cuando, claro, superar no se reduzca a una cuestión competitiva (elegir "el mejor") sino que implique ampliar, llevar aquello tan sagrado hacia un nuevo lugar de iluminación suprema. Tenemos una suerte fantástica: fuimos contemporáneos de ambos (a Diego más como exjugador, aunque lo mismo influyente) y ellos, además, tuvieron sus instancias de conexión. La narrativa de transición, naturalmente, se aceleró a partir del 25 de noviembre de 2020.

Cada cual representa un recorte generacional y social de una época distinta, difíciles de comparar entre sí. Tal vez la superadora sea entenderlos como dos entidades integrales que se favorecieron mutuamente, engrandeciendo sus historias con la presencia del otro: Maradona es el mito fundante, Messi la profundización de este estilo de futbolista que, a su forma, rompe todo y rediscute la manera de entender el fútbol de ahí en más.

Messi rompió muchas marcas. La mayoría de ellas eran récords. Pero también un mito: el de Tilcara. Aquella promesa que habría hecho el plantel del '86 y jamás cumplió. Un fenómeno sobrenatural que obligó a mandar réplicas de la copa del mundo a la Virgen de Copacabana, visitas fugaces y hasta una publicidad de la Coca-Cola disfrazada de milagro. Todo eso es pasado desde el domingo. Hasta la propia virgen fue sacada de la iglesia quebradeña para dar su propia vuelta por todo el pueblo. "Es que decidió perdonarlos", teorizan los más fanáticos.

No fue el único capítulo místico: desde todas las coincidencias que fundaron el amplio movimiento "Elijo creer" (figurado con el 5 de copas que solo Maradona y Messi lograron sacar del mazo de naipes), los rituales que cada uno repitió en su casa. Y el movimiento de hechiceras, médiums, magias de colores y esoterismo. Anotar el nombre de un rival y meterlo en el freezer, acabar pensando en un gol de la Selección. No había tiempo para anotar todas las sugerencias, las actualizaciones eran permanentes. Algunos quedaron en el camino. Otros siguen hasta hoy.

A 36 años de México 86, ya eran más los argentinas que nunca vieron a la Selección campeona del mundo que los que sí. A partir de ahora, se vuelve a escribir una nueva historia, casi de cero. Si vamos a pedir, pidamos ser felices. Y si la ilusión de la célebre canción ya se cumplió ("Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial"), si creemos que no quedan medallas por luchar, acaso la próxima entonces sea pensar en un Messi casi cuarentón, experimentado, incluso con alguna cana, dándole vida a su leyenda en una próxima épica. Elijo creer, una vez más.


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