El Museo Nacional de Bellas Artes exhibe una muestra del gran grabador y pintor Eduardo Iglesias Brickles (1944-2012), a modo de homenaje, por cumplirse diez años de su muerte. El curador de la exposición es Guillermo David.

Las obras de Eduardo Iglesias Brickles presentan atmósferas de ficción, inquietantes, enrarecidas, metafísicas, mágicas, políticas, pero también detectivescas, forenses, enigmáticas. Usa colores chirriantes y fuertes contrastes. El artista construye escenarios urbanos sintéticos y teatrales, en los que ubica un núcleo pictórico y narrativo que pinta y cuenta sucesos del país y del mundo, muchas veces en clave; otras, de manera más explícita. El mundo del arte y el mundo real constituyen un horizonte continuo que se confunde y fusiona, como si se estuviera ante extrañas crónicas. La proyección de sombras se suma al relieve expresivo que en las “xilopinturas” dejan las incisiones de la gubia. Esos trazos marcados en la madera, esos canales y surcos se abren paso con la habilidad de un gran dibujante que va esculpiendo y tallando las líneas.

De sus obras emerge una teatralidad de historieta, o de afiche político (desde, por ejemplo, una estética soviética) acentuada por el trazo, la talla, la línea, el relieve y el color, siempre fulgurante, con acento en los colores primarios. La historieta es un género clave a lo largo de toda su producción –y de sus inicios en el mundo del arte–, que le sirve para tomar distancia y al mismo tiempo evocar el estado del mundo en clave irónica o paródica, también pictórica y literaria. Ese acercamiento al cómic genera climas de serie negra, de modo que el espectador busca pistas para desentrañar aquello que parece anunciarse de un modo enigmático en varias obras.

Los trabajos de Iglesias Brickles, sus xilopinturas (maderas talladas, luego pintadas, que transforman el taco de la xilografía en soporte protagónico) ponen el acento tanto en la imagen como en la realización y la técnica. El artista eligió pintar y exhibir los tacos a partir de la década del noventa. Se trata de una afirmación de lo manual y de la materialidad significativa del arte, a contrapelo de la época y en contra también de lo que era el recetario más purista del grabado. Era un gesto que en los noventa resultaba saludablemente anacrónico y provocador y que luego se sostuvo por su calidad, por su lugar de género aparte, de híbrido entre grabado y pintura.

Su obra podría verse como una interminable serie de retratos urbanos, que el grabador y pintor sintetiza en su facciones más recias. Caras angulosas, sombrías, subrayadas en sus gestos y actitudes por notorias incisiones que se leen como marcas de la experiencia; ojos que nos miran de manera frontal, muchas veces altanera, retando al espectador a que sostenga la mirada. EIB combina la bastedad de la madera tallada con la sutileza de su virtuosismo de dibujante y genera trazos tan elocuentes como sintéticos, con los que resume escenas, gestos y situaciones de expresión fuerte.

Muchos de los rostros que talla y pinta emergen de un paisaje de la ciudad vista en ángulo apretado, poblado de edificios en bloque, un tanto asfixiantes. Esas caras están colocadas como si el paisaje fuera soñado por ellas, y a su vez funcionan como apariciones producidas por el paisaje. La trama y el revés de un recurso que en la historieta sirve para situar al narrador omnisciente asomándose al mundo para contar lo que pasa (pasó o pasará), es utilizado por EIB al mismo tiempo que establece una suerte de gramática del rostro para incluir en la obra caras familiares de su mundo.

A través de la impactante realización de sus xilopinturas, el grabador y pintor también realiza varios homenajes y citas, en los que evoca a maestros y amigos -y a sí mismo- tanto como retrata facciones populares y líderes políticos. Precisamente, el corte de la exposición, una buena parte de la selección, se corresponde con obras de la última etapa del artista y con su costado más político.

Su repertorio heterogéneo funciona como un modo de afirmación de una tradición tan amplia como ecléctica, a través de la cual el artista divulga su procedencia, sus convicciones, sus fuentes. En este sentido el artista establece una galería de modelos artísticos y de vida que considera afines. Con ellos arma una suerte de árbol genealógico dentro del cual se coloca a sí mismo, a través de múltiples autorretratos.

A lo largo de los años Iglesias Brickles realizó una largo conjunto de cabezas. En oportunidad de uno de los reportajes que el artista le concedió a quien firma estas líneas, EIB explicaba su atracción por los rostros: “En principio me atrae la conformación que da el tiempo en cada persona. El tiempo real y el tiempo emocional. La edad y las cosas que le han pasado. Eso marca cada cara de una manera o de otra. Uno tiene esa frase, oída de chico, que dice que todos son responsables de su cara después de los treinta años. Al mismo tiempo, cada cara arrastra una historia y una tipología que la excede, así como una geografía. Uno siempre encuentra parentescos entre diferentes caras de distintos lugares del mundo. En este país de inmigrantes el tema de los rostros se vuelve especialmente interesante. Esa relación entre la historia personal y la historia general, entre la tipología y la antropología, me fascinan... Por momentos soy un poco lombrosiano y la mía es casi una fascinación malsana, aunque nunca llegué a pensar en una clasificación estatal de los distintos tipos de caras”.

Como escribe el curador de la exposición, “la Argentina ha sido una de las naciones que dio cauce a las derivas más interesantes del arte de la estampa. Eduardo Iglesias Brickles fue uno de sus grandes exponentes; su obra convoca aquellas dimensiones de la experiencia gráfica para narrar la historia presente; sus producciones respiran una libertad radical desde la cual releen la gramática del ser social y tornan elocuentes las torsiones que definen una época”.

* En el Museo Nacional de Bellas Artes, Av. del Libertador 1473, hasta el 12 de febrero.

Itinerario del artista

Eduardo Iglesias Brickles nació en Curuzú Cuatiá, Corrientes, en 1944. Fue Pintor y grabador. También fue diseñador gráfico y se dedicó al periodismo. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Visuales “Manuel Belgrano" y en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón". Ejerció la docencia como ayudante en el taller de Aída Carballo a fines de los años 70, y se desempeñó como profesor de grabado y dibujo. Entre 1977 y 1978, fue jefe de arte de Expreso Imaginario. Luego trabajó en varios medios de comunicación como El Periodista, El Cronista Comercial y Página/12. Tuvo una columna de arte en Revista Ñ.

Realizó exposiciones en la Argentina y en el exterior, y obtuvo numerosas distinciones, entre ellas, el Premio Manuel Belgrano y el Gran Premio de Honor del Salón Nacional. Murió en Buenos Aires en 2012.