En el ámbito de la salud mental la reducción de la subjetividad a una clasificación arbitraria de los síntomas bajo el nombre de "trastornos" intenta referir toda manifestación humana a la química del cerebro. Por otra parte proliferan prácticas psicoterapéuticas que consideran al síntoma como el resultado de acontecimientos que incidieron en la vida del sujeto y que deben ser reducidos al sentido común para ser comprendidos y superados.

Sin embargo, un acontecimiento deja marcas que no se dejan absorber por el sentido común, marcas que alojan lo que hay de indecible en su emergencia. Por eso constatamos que pueden surgir versiones diferentes de un mismo acontecimiento. Pero todas esas versiones fallan en su captura, porque esas marcas no se borran y retornan con insistencia sin encontrar nunca su lugar en el relato. Retornan, como señala Lacan con una bella metáfora, como "una puntuación sin texto".

Comencemos entonces por afirmar que en la práctica analítica no se trata de comprender. El paranoico encarna el triunfo de la comprensión. Su certeza fatal es que puede comprender lo que nadie comprende. Desde allí se arroja a la invención de una historia sin fisuras y a cumplir con un destino excepcional asignado por una verdad revelada.

El paranoico es aquél que sabe quién es, para qué está en el mundo y quién es el Otro con el que tiene que arreglárselas. Irónicamente, estas condiciones podrían representar muy bien el ideal de salud mental que muchos proclaman.

Para nosotros en cambio, tal como Freud lo demostró, no hay armonía entre las exigencias pulsionales y las condiciones que impone la cultura. Es allí donde el síntoma viene a cumplir su función.

Si afirmamos que para cada sujeto es necesario un síntoma es porque no existe un saber programado en lo concerniente al goce, el cual se presentará siempre en forma disarmónica respecto del saber.

Hablamos del síntoma no sólo como el modo de goce singular del sujeto, sino como el medio por el cual anuda ese goce en un lazo social. No se trata entonces de garantizarle un sentido, o de reducirlo a una norma, sino de admitirle un valor.

Por este motivo la interpretación analítica no es la traducción metafórica de un saber escondido.

Lacan afirmó que lo propio de la interpretación se especifica por ser poética. La poesía produce un efecto de sentido, pero genera a su vez un efecto de agujero, un vaciamiento semántico. La interpretación analítica no consiste en una donación de sentido. Apunta a hacer resonar el goce adherido a una significación personal que no se dirige a nadie, que es solo vacío, pero que le permite al sujeto acceder a la contingencia de los acontecimientos, a los "sin porqué", que determinaron y marcaron su existencia.

Un análisis no produce poetas, pero deja captar aquello que no tiene representación en los discursos establecidos, ese objeto sin nombre alojado en el síntoma que nos singulariza. No es poco. Eso puede cambiar el destino de una vida.

* Doctor en Psicología Clínica. Analista miembro de la EOL y de la AMP. Miembro del Consejo Estatutario de la EOL. Coordinador Hospital de Día Matutino del Servicio de Psicopatología del Hospital "Clemente Alvarez".