¿Los ejemplares subastados a mediados de diciembre por la casa Sotheby's eran los mismos robados hace 21 años de la Biblioteca Popular “Bernardino Rivadavia” de Yavi, en la Quiaca, Jujuy? Hay parecidos entre la fotografía de las ediciones vendidas el 15 de diciembre por 504.000 euros y aquellas que documentó una revista dominical en diciembre del 2000, meses antes del robo. Cualquier ojo no entrenado en adivinar diferencias entre libros antiguos impresos en papel, podría confundirlos. Incluso conjeturar que uno de los sospechosos del robo, un ciudadano belga citado en los reportes policiales jujeños de la época, finalmente los vendió al mejor postor.

En 21 años la investigación policial no recolectó pruebas suficientes que permitan señalar quién o quiénes le quitaron al pueblo el orgullo de tener en su biblioteca dos ejemplares de la primera novela de circulación masiva. Tampoco alcanzó para diagramar un derrotero verosímil de aquellos ejemplares robados. Constantina Lamas, la bibliotecaria de Yavi al momento del robo, se dió cuenta que faltaban los libros y lo denunció a la policía local. Sin embargo, los informes policiales de consigna en el lugar y averiguaciones sobre el robo datan del 10 y 16 de abril, es decir, más de un mes después del robo. La única certeza es el origen de los dos volúmenes subastados el 15 de diciembre pasado en tierra de Kylian Mbapee y Emanuel Macron. Esa información descarta que se trate de las ediciones sustraídas el 9 de marzo de 2001 de la Biblioteca de Yavi.

Uno de los ejemplares subastados en París (Imagen: AFP).

Los libros recientemente subastados pertenecieron a Jorge Ortiz Linares, embajador de Bolivia en Francia por 1947. El diplomático los había comprado en 1936 en una librería situada en Londres, que todavía se especializa en libros antiguos: Maggs Bros. Lo que Ortiz Linares adquirió en su momento, fue una copia de la tercera edición y última versión corregida por Miguel de Cervantes Saavedra de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, publicada en 1608. Compró también la primera edición de la segunda parte de “El Ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha”, fechada en 1615.

Los ejemplares de Yavi, en cambio, fueron donados en 1915 a la Biblioteca Popular que por entonces tenía el nombre de Centro La Unión Aspirante. Fue un vecino de La Quiaca, de nombre Mario Castelli. El actual comisionado de Yavi, Víctor Borja, especula que aquel vecino pudo ser un integrante de ese Centro que se conformó en 1911. Los libros de Cervantes eran ediciones facsímil. Es decir, copias de copias de los primeros libros impresos y subastados en París. Las de Yavi fueron impresas en 1875 en Barcelona (España) por Montaner y Simon editores. Ese dato lo dió la periodista Miriam Molero en un artículo del 31 de diciembre del 2000. Si los hidalgos de Yavi guardaban similitudes con los subastados en París, era por la tipología o fuente de las letras utilizadas en las planchas de impresión y ciertos detalles del diseño.

¿Eran o no incunables? La duda todavía recorre el imaginario colectivo jujeño. Silvia Rey Campero, presidenta de la Biblioteca Popular de Jujuy con sede en la capital provincial, San Salvador, relativizó las explicaciones que dió en su momento la secretaria de Cultura y Turismo de Jujuy sobre aquel robo. “No sé de dónde sacó Liliana Fellner que no eran incunables”, respondió la historiadora a la consulta de Salta/12 sobre aquel hecho. Incunable es una categoría que se asignó a los libros impresos en la vieja Europa entre 1450 y 1500 por las primeras imprentas de tipos móviles ideadas por el alemán Johannes Guttemberg. Después de esas décadas, la tipología asignada a los libros ya como objetos de arte, varía según el tiempo que demoraron en expandirse las máquinas de Gutemberg por todo Occidente, es decir, desde Alemania hasta Salta, Jujuy o La Quiaca.

Liliana Fellner.

“Incunable fue un envase”, respondió la ex secretaria de Cultura y Turismo de Jujuy, Liliana Fellner. En esa frase sintetizó la vorágine de acusaciones en su contra que rodeó al caso. Cuando el robo se transformó en noticia, generó tensiones políticas en su área de gestión. Había asumido en ese cargo en 1999, y su hermano Eduardo Fellner gobernaba Jujuy. Aunque investigó el tema en profundidad, y ubicó los ejemplares robados en una categoría precisa, ganaron las versiones en su contra. “Eran facsímiles. Llevaban la firma de una persona que vivía en La Quiaca. Él los donó en 1915 a la Biblioteca del pueblo”. Para finales del siglo XIX, ya circulaban copias (como las robadas de Yavi) en Argentina. Eran objetos de arte en bibliotecas domésticas, aunque impresas en Madrid o Barcelona y con los tipografías iguales o similares a las usadas cuando se imprimieron las primeras ediciones de la legendaria novela hispana en su cuna: las máquinas de Gutemberg.

Un cuento ingenioso

Fellner compartió dos momentos claves en la trama alrededor de un robo que nunca fue aclarado. El primero ocurrió a días del hecho delictivo. El interlocutor fue el escritor jujeño Héctor Tizón (1929 - 2012). Por esos años, ya había colgado algunos trajes (exiliado, diplomático). En 2001 era juez del Superior Tribunal de Justicia de Jujuy y al mismo tiempo ejercía el oficio por el que hoy es recordado. “Doctor, todo este lío se arma por esto”, le reclamó Liliana Fellner cuando pudo hablar con el magistrado personalmente. La secretaria de Cultura sostenía un ejemplar impreso de un libro que Tizón había publicado en 1998: Tierras de frontera.

Constantina Lamas, la bibliotecaria de Yavi que advirtió y denunció el robo. 

En esa selección, un título era señalado como la raíz de todos los males: “El ingenioso Hidalgo en Yavi”. El escritor esbozó una sonrisa. En su cuento siempre dejó a libre albedrío del lector creer o no que en la Biblioteca de Yavi hubo un incunable. Fellner todavía atesora el recuerdo de Tizón como “una gran persona con quien era un placer dialogar”. Su respuesta no tomó atajos. Fue directo al corazón de todo aquel ovillo de interpretaciones. “Pero ¿vos no sabes lo que es un cuento? Sobre algo real yo puedo hacer lo que quiera”. A dos décadas del caso, entre risas y como si todavía tuviese al juez/escritor frente suyo, Fellner acotó: “el que se hizo un gran festín fue Tizón. Yo lo conocía mucho, aunque no era amiga. Me dijo luego: ¿viste cuando la política mete una cosa?”. El escritor sintetizó en “cosa” lo que hoy corresponde a “fake”: los mecanismos mediáticos para instalar un tema en la agenda, sin importar su veracidad.

Aquel episodio con el escritor conectó con otro momento vinculado al robo de los ejemplares de Cervantes. Esta vez en la escena aparece el legislador provincial por el Frente Justicialista de Unidad Popular (FREJUPO) Raúl María Noceti. Compartía el mismo espacio político con el gobernador Eduardo Fellner. Liliana ubicó al diputado en un lugar incómodo: “usó políticamente el caso de los facsímiles de El Quijote. Me mataban con declaraciones y el diputado pedía mi renuncia. Fue un golpe espantoso. No podía entrar a la Biblioteca de Yavi. Todo fue un armado. El legislador era de nuestro espacio, pero son esas cosas que tenemos en Jujuy: a veces no nos queremos entre nosotros”.

Copia del servicio de prensa del gobierno de Jujuy (Archivo LIliana Fellner).

Noceti cuestionó a Liliana Fellner por un artículo publicado el 31 de diciembre de 2000 en la revista dominical del diario La Nación en su edición en papel, en el que la periodista Miriam Molero incluyó una extensa entrevista a Héctor Tizón, la crónica del viaje a La Quiaca, luego a Yavi, la visita a la Biblioteca y el encuentro con los ejemplares de esa obra de Miguel de Cervantes. Noceti acusó a Fellner de no haber leído esa edición dominical y de no tomar los recaudos necesarios desde la Secretaría de Cultura jujeña. “Vos te equivocaste”, le reprochó Liliana Fellner a Noceti tiempo después. “Me contestó que en la política todo vale. El dijo que eran incunables y no era cierto, pero así quedó en el anecdotario jujeño”.

El arquitecto Ramón Gutiérrez, en ese momento integrante de la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos, investigó la posibilidad de que los ejemplares fuesen incunables. Se valió de los documentos que logró reunir Fellner. No dudó: “de ninguna manera en Yavi o en Jujuy (podía) haber un incunable. El número de esos libros es finito”, repetía Gutiérrez. La ex funcionaria recordó otra frase del patrimonialista: “¡Cómo van a estar firmados por Cervantes! ¡No sean brutos!”. Hasta las imprentas de Gutemberg (antes de la llegada de Cristóbal Colón al continente americano), los libros manuscritos (muchos firmados) circulaban por la vieja Europa en pequeños círculos: solo podían tocarlos quienes sabían leer.

¿Original después de la imprenta?

“¿Qué recuerda usted de aquel episodio del robo en Yavi?”, le preguntó Salta/12 a la viuda del escritor, Flora Guzmán de Tizón. “La verdad es que no lo tengo muy fresco. Recuerdo el hecho en sí. No recuerdo detalles”. Filóloga experta, se guió por los hilos del cuento de su marido, mientras seguía las preguntas que le hacía este medio. “Héctor y yo estábamos en La Quiaca cuando ocurrió, cuando él se da cuenta”, respondió. “A partir de ahí se constituye esa obsesión ¿cómo resuelvo ésto? Él se dió cuenta en La Quiaca. Héctor era un obsesivo”, repitió, “especialista en bibliotecas y en libros. Empezó a analizar dónde podría estar El Quijote”. “¿Logró reunir material para abrir una causa judicial?”, le consultó este diario. “No, que yo sepa. No hubo causa judicial. Nunca se supo con certeza qué pasó. Sí hubo de su parte una búsqueda que nunca llegó a nada concreto. Los buscó en pequeñas bibliotecas, entre algunos coleccionistas, entre aficionados a los libros antiguos que tuvieran algun ejemplar. El suponía que por ahí podían estar. Pero no se los pudo recuperar”.

Hèctor Tizón. 

En el cuento de 1998, Héctor Tizón describió un viaje a La Quiaca con un amigo “que viene de afuera” y dejó librado al lector suponer si era o no extranjero. Los dos visitan Yavi, a 16 kilómetros al este de la localidad fronteriza. La biblioteca todavía mantiene la ubicación del cuento del escritor jujeño. Es decir, dentro de la gigantesca casona colonial de lo que alguna vez fue una de las residencias del extenso Marquesado del Valle de Tojo. “Mi amigo es incrédulo pero discreto”, dice Tizón, y prosigue, “hasta que nos acercamos al fanal (por la caja de vidrio que protegía los ejemplares) donde desde no hace mucho está puesto a buen recaudo y lo ve: «El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha - Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra - Dirigido al duque de Béjar, marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar...», etcétera. Y al verlo, comprobando que no era de mi propia invención, no acaba de salir de su estupor”.

En su artículo, Molero le otorgó el beneficio de la duda al escritor jujeño. “Claro que es verdad. Yo los he visto. La primera vez (...) fue en los años setenta”, le respondió él. “Yo los saqué del estante y les dije: a este libro cuidenlo”. Tizón relata a Molero que “alguien” le recomendó: “no lo repitas ni publiques ninguna nota porque van a venir y se los van a robar lisa y llanamente, o lo van a comprar por 100 o 200 dólares, entonces vamos a tener que ir a consultarlo a una biblioteca de Wisconsin (Estados Unidos) o algo así”. En diálogo con este medio, Molero recordó que los ejemplares que citó Tizón en aquel cuento, “al menos cuando yo fui, no estaban. Los que yo vi eran ésos (por los robados) que valdrían unos 500 dólares”. En marzo de 2001 un peso con casi diez centavos correspondía a un dólar norteamericano. “La fecha no se veía a simple vista. Yo advertí que no tenía candado el fanal y me dije: lo abro y reviso la fecha de edición. Y eso hice. Recuerdo que tenían una dedicatoria. Está en las fotos. Lo que más recuerdo de ese viaje fue la desilusión”.

Compré dos ejemplares idénticos a los que estaban en Yavi en una librería de usados en la calle Corientes, en Buenos Aires”, mencionó Liliana Fellner en el tramo final de la entrevista. Se desempeñó entre 2003 y 2017 como diputada y senadora nacional por Jujuy. “Muchos años después, quise llevarlos a Yavi. Pero luego pensé que podía desatar otra ola de acusaciones y decidí no hacerlo”, confesó. “Creo que esa comunidad quiere su ejemplar, su ingenioso hidalgo, el que donó aquel vecino de La Quiaca a la biblioteca del pueblo. Quizás algún día aparezcan. Lo que no tengo dudas, es que el único que seguramente sonríe desde donde esté, por su cuento y el robo, es Héctor Tizón”.