Nació en La Coruña, murió en Avellaneda y fue una de las estrellas del cine mudo argentino. Su biografía contada en pocos renglones la despunta pionera, dice que no tenía formación actoral, que debutó en Campo ajuera (1919) de José Agustín Ferreyra y que después de filmar ocho películas con él -Melenita de oro (1923) fue la última-, “cayó en el olvido” porque dejó de ser su actriz favorita y su pareja. La vida de Lidia es la vida de una mujer narrada entre los límites de una relación amorosa con un director de cine, simetría de paréntesis que deja a la intemperie los años despejados de planos en blanco y negro. Antes de “caer” Lidia filmó Y era una noche de carnaval (1925) con otro director, Enzo Longhi, después nada más, ausencia y un final de escena delineado por el patrón de la cámara y la ruptura. Comedia rota. Adentro del paréntesis, el eco de un chisme hace memoria y nombra a la cantante, actriz y bailarina Fanny Loy, amiga de Ferreyra, como celestina del set (con Lidia primero y con la actriz María Turgenova inmediatamente después). Un gossip del cine mudo que los años sonoros -solo cambian los nombres de las protagonistas- comparten con puntual regocijo por las convenciones y las peleas entre mujeres. 

En la marca que deja el silencio que mantuvo a Lidia fuera de cuadro aparecen como sortija de última vuelta dos elogios, uno de Leopoldo Torres Ríos -guionista además en algunas películas de Ferreyra- diciendo que en la pantalla Lidia encarnaba una sobriedad y una firmeza de gesto poco común, y otro de Horacio Quiroga publicado en Caras y Caretas: “posee una excelente cualidad: cara cinematográfica”. ¿Cuántas Lidias fue Lidia en las películas de Ferreyra mientras era Alcira, la vendedora enamorada de La chica de la calle Florida (1922), Magdalena, la prostituta de La muchacha del arrabal (1922) y Elena Carter de Palomas rubias (1920)? ¿Cuánta anticipada sombra? ¿Fue su doble de cuerpo en escenas de amor y desengaño? ¿Por dónde buscaron camino su vocación y su deseo cuando las luces dejaron de iluminarla? ¿En qué cajón o en qué cuadrito colgado en la pared se guardó la crítica que la llamaba “simpática y discreta artista argentina de la escena muda”? 

Un obituario avaro dice que Lidia Liss (se llamaba Lidia Encarnación Avilés) murió “de muerte natural un día domingo”. No hay mucho más. La biografía de los paréntesis cuenta su vida a través de la obra del Negro Ferreyra y lo hace con una de las frases dramáticas de La chica de la calle Florida (en la película después de la odisea llega el final feliz donde las mujeres se ayudan entre ellas y el amor vence) que se lee sobre el fondo negro de la pantalla: “romper mi vida para siempre, así lo quiso el destino, no hay más remedio” ni datos, podemos agregar mientras la vemos componer a Alcira, la chica que vive sola en una pensión y trabaja en un negocio del centro donde el gerente es un abusador. 

Se escribieron y se están escribiendo ensayos -bienvenidos los textos nuevos que buscan información en las hemerotecas- sobre el cine mudo y sobre el trabajo de las mujeres delante y detrás de cámara; tal vez en uno de esos tornasolados recortes resecos y quebrados aparezcan como tesoros de bargueño nuevas pistas sobre Lidia y las mujeres del cine argentino. Cuando eso pase corregiremos las líneas fantasmales para provocar la anécdota y el recuerdo.