The Last of Us no es la típica adaptación de un videojuego a la televisión o el cine. Donde fallan la mayoría de las adaptaciones de este tipo es en creer que las mecánicas de juego son el videojuego mismo, cuando lo que se debe llevar de una pantalla a la otra es una historia. En este sentido, los showrunners Neil Druckmann y Craig Mazin acertaron plenamente aquí, de modo que los gamers de la primera hora pueden reconocer el material original, y quienes no se pusieron jamás en las pieles de Joel y Ellie también pueden disfrutar la serie. The Last of Us se estrenó el domingo 15 por HBO y está protagonizada por Pedro Pascal (The Mandalorian) y Bella Ramsey (Game of Thrones), que conforman una dupla de gran química. Ramsey, además, ratifica lo que ya se advertía desde su rol como Mormont en Westeros: va a ser una actriz para tener muy en cuenta en los años por venir.

Esencialmente, The Last of Us es una serie de terror, de zombies. De un día para el otro, un hongo –no un virus, ni una bactería ni algo mágico- muta y no sólo puede sobrevivir dentro de los seres humanos, sino que afecta su sistema nervioso y los convierte en criaturas hiper agresivas y que van desarrollando una suerte de colonia de hongos en su cuerpo, lo cual los convierte en los zombies visualmente más originales a la fecha.

De ahí a la hecatombe social generalizada hay un paso. Dos décadas más tarde, la humanidad vive recluida en ciudades aisladas que temen al exterior. La historia tiene algunas cosas originales y otras no tanto, y es tributaria de esa suerte de subgénero de la ciencia ficción que podría definirse como "road movie por una Norteamérica en ruinas". Pero, más allá de eso, lo interesante es el clima, el tono y la ambientación que plantea. Y ahí nuevamente hay un acierto enorme de la adaptación. El videojuego original pertenece a ese género o categoría que se da en llamar “survival horror” (algo así como “terror y supervivencia”), un género que según el caso oscila entre que se vengan todos los bichos encima del personaje al mismo tiempo, o que el juego dosifique en qué medida aparecen para generar más sorpresa y sobresaltos. La adaptación adhiere a la segunda idea, al punto que hay capítulos enteros casi (énfasis en “casi”) sin zombies, pero que no por eso dejan de tener la sensación de que todo puede irse al cuerno de un segundo al otro. La serie consigue sostener esa tensión capítulo tras capítulo y hay ahí un mérito enorme que sin duda disfrutarán los fanáticos del género.

Nuevamente: este es uno de los motivos por los cuales The Last of Us no es una adaptación como la de cualquier otro videojuego. Mientras que en las adaptaciones ordinarias guión y producción se fijan cómo reflejar las mecánicas de juego (el típico poder de Street Fighter, la fatality de Mortal Kombat, los viajes por las tuberías de Mario Bros., por ejemplo), aquí con suerte el ojo entrenado podrá distinguir un “headshot” en un tiro bien puesto a la cabeza de un zombi. En lugar de eso, lo que la adaptación supo retomar es la sensación que el juego debía producir en su público.

Más allá de eso, es una serie notable en otros aspectos. Las actuaciones son muy buenas, incluso en personajes secundarios sin mayor trascendencia. La reconstrucción del mundo también es buena, y aunque a veces algunas cosas se sienten demasiado nuevas en sus colores o inmunes a veinte años sin mantenimiento adecuado, no llega a romper el clima general de la serie. Y esos zombis-hongos que se vienen encima, pasados de rosca, tropezando con todo y chocando con las paredes, para levantarse y seguir persiguiendo a los protagonistas son perturbadores.

De yapa, la producción de la serie sumó a Gustavo Santaolalla para hacer la banda de sonido. No es que el argentino sea ajeno al universo: ya había realizado la música de las dos partes del videojuego. Aquí, como allá, su aporte es clave para potenciar los climas que propone el relato. La única diferencia entre una experiencia y otra es que en la anterior, el jugador ponía todo de sí para llevar a los protagonistas a destino. Aquí sólo cabe prepararse para lo peor y que no caiga la pantalla de game over. A veces, temer y disfrutar una serie es la misma cosa.