En el año pasado, que ya se llevaron tanto el sol como la luna, la Editorial Municipal de Rosario no sólo no se dejó arredrar por el aumento del costo del papel y la reducción de presupuesto, sino que afinó el ingenio y la laboriosidad para sacar a la luz un tesoro literario recobrado. Publicado en una edición artesanal de 250 ejemplares numerados, Ensueño, de Fausto Hernández (1897-1959), constituye el testimonio poético de una figura elusiva, protagónica de su campo cultural pero a la vez distante; y además es uno de esos grandes libros que cambian la historia de una literatura. Si bien se suponía que debía haber alguna pieza faltante o perdida en la producción poética de Hernández (él hablaba de una trilogía de la que solo había editado dos volúmenes, Pampa y Río), su obra póstuma esperó casi 60 años en la sombra, entre los papeles y otros materiales de archivo del pintor Julio Vanzo. En la nota necrológica que sus compañeros del diario La Tribuna le publicaron en ese medio el 5 de mayo de 1959, se anticipaba la edición por la editorial santafesina Castelví del libro, titulado Ensueño. La muerte la llevamos dentro

"Esto no ocurrió", dice la investigadora Érica Brasca en el prólogo. A comienzos de 2018, gracias a Mercedes Naidich (sobrina de Vanzo y custodia de su archivo), Brasca tuvo acceso a un manuscrito firmado y final, datado en marzo de 1959. Por esa fecha, dos meses antes de morir, el poeta se lo habría dejado al pintor, listo para su edición: "56 poemas mecanografiados en hojas tamaño oficio de papel finlandés, con correcciones y tachaduras realizadas por el propio Hernández". Ensueño no es el tercer libro perdido de la trilogía In mente; pertenece (se nos aclara) a otro proyecto. La culminación de In mente iba a ser el tomo "Alma", que el poeta nunca escribió. "De Pampa se conocen dos versiones", escribe Brasca; "la primera de 1938 y la segunda, muy modificada, de 1958".

Liliana Ruiz, la directora de Baltasara Editora, que le publicó en el siglo XXI a Hernández tres piezas teatrales y dos ensayos (parte de esa obra había sido editada por su padre, Laudelino Ruiz, en vida del autor), conservó la edición de 1943 de Río, por La Canoa. El legado Ruiz testimonia las amistades del escritor entre los artistas de la ciudad. Una foto documentaba la visita a Rosario, en abril de 1939, del poeta Pablo Neruda, en busca de ayuda para los republicanos españoles que estaban prisioneros en los campos de concentración franquistas: en la toma posan su esposa Delia del Carril, el mecenas Lelio Zeno, el escritor y editor rosarino Ricardo Montes y Bradley, y los poetas Hernández y Arturo Fruttero. Brasca, por su parte, describe la foto publicada en el Boletín de Cultura Intelectual en mayo de 1939, tomada en la presentación de Pampa y donde reconoce, junto al homenajeado, a Simón Neuschlosz (presidente de la asociación antifascista AIAPE) y a Arturo Fruttero, Alcides Greca, Carlos Carlino y el escultor Erminio Blotta.

Liliana Ruiz conoció a Fausto Hernández cuando era muy chica. "Era un hombre muy reservado", contó en una entrevista de 2014. "Lo que me llamaba la atención era su cabellera". Le parecía fiel y preciso el retrato de Leónidas Gambartes que ilustra su "Autocrítica" publicada en 1941 en la revista Paraná, que editaba Ricardo Montes y Bradley. Allí también, según Brasca, se publicaron versiones anteriores de algunos poemas de Ensueño. Brasca sitúa a Hernández en el panorama de la poesía del '40. Otra forma de categorizarlo es dentro de la "poesía metafísica", muy influyente por entonces.

Con investigación y prólogo por Érica Brasca, Ensueño se presentó el 19 de agosto en la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, en el marco de las II Jornadas “La ciudad que yo inventé”, que organiza el Centro de Estudios de Literatura Argentina de la Universidad Nacional de Rosario. Hablaron Érica Brasca, Osvaldo Aguirre y Daniel García Helder.

Ya desde el título, Ensueño dialoga con la poesía y la dramaturgia del Siglo de Oro: "La vida es sueño con sol", apunta el poeta en un verso que alude al drama barroco La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Este es el libro de alguien que siente que le queda poco tiempo, no sólo para vivir, sino para completar su obra magna secreta: no sólo la obra poética sino el trabajo de preparación para la muerte que lo ocuparía, a juzgar por las referencias a aquella y por el desarrollo de una cosmovisión propia en los poemas.

Los 56 poemas, hondos y hermosos pero no de fácil lectura, alternan en su forma entre la reiteración de probadas convenciones modernistas (verso medido, rima consonante) y la exploración de estilos nuevos. El paisaje urbano que llega a traslucirse en filigrana por entre las visiones 4D es una ciudad de Rosario que deja atrás su fisonomía bucólica de aldea y emprende una acelerada modernización, plasmada en los altos edificios. El soñar, en los poemas, es una fuente importante. El poema "Entrepisos" (el 35) narra el vértigo de un ascensor como símbolo de una búsqueda espiritual concreta. Inspirado tal vez en un sueño, despliega recursos como el verso libre y el criptograma. El poema 24, "Albo sueño en vida obscura", retoma las ideas de la vida como sueño y la muerte como despertar. Figuras de una geometría sagrada como pauta de lo vivo son recurrentes en las imágenes del caracol, la espiral y algo que "parece una S, pero es un ovillo" (la doble helicoide). Asombran las metáforas científicas y técnicas: "Un viento seco borra los datos de la vida", anota el poema 17, "El tiempo es una sensibilidad". Una obsesión por saber y conocer la verdad última detrás de las apariencias sensibles alienta en toda la obra. Si llegó allí el poeta, lo ignoramos. Pero agradecemos el magnífico legado de estos versos.