“El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes de la vida”. Con esa cita -adjudicada tanto a Arrigo Sacchi como a Jorge Valdano- comienza Super League: The War for Football (disponible en Apple TV+). Y para los involucrados en esta historia hubo mucho más en juego que el simple amor a la pelota. El trabajo explora la Defcon 1 del planeta fútbol. Cuando hacia abril de 2021 se anunció el torneo al que alude el título, puso a la UEFA en estado de alerta y a hinchas de todas las latitudes boquiabiertos. Doce clubes europeos de primera línea -encabezados por el Real Madrid, Barcelona y la Juventus- tenían la intención de formar una competencia que ofrecería “emoción y una intensidad jamás vista hasta hoy”, según puede leerse en la página web que aún engalana el proyecto.

Los “sugardaddies del futbol”, como los define un entrevistado, tenían la intención de construir un escenario del cual podían usufructuar sin inconvenientes cerrándole el portón de entrada a cualquier aspirante que no fuera decidido por ellos mismos. Lo atractivo del trabajo pasa por su investigación sobre el ecosistema del deporte más convocante del mundo en el preciso momento que estuvo a punto de caerle un meteorito encima. Es un documental sobre los titiriteros del fútbol más que sobre la pelota en los que aparecen de soslayo el poder político, financiero y valores morales en juego. No por nada también se indaga sobre el Fifagate, la elección de Qatar como sede mundialista, junto al desembarco de magnates árabes, rusos y estadounidenses en las principales ligas del Viejo Mundo.

Superliga: la guerra del fútbol tuvo como aperitivo otras sólidas docuseries como Los entresijos de la FIFA y El caso Figo: el fichaje del siglo (ambas en Netflix). Al igual que en aquellas el valor periodístico se entronca con con testimonios top. Donde esta docuserie toma distancia –y mayor vuelo- es en su interés narrativo al estilo de un thriller corporativo. El tridente ofensivo está conformado por Florentino Pérez –“el arquitecto”-, Aleksander Čeferin –“el diplomático”- y Andrea Agnelli –“el vástago”. El mandamás del Real Madrid no teme en quedar como el antagonista, pero lo sucedido entre el capo de la UEFA y el de la Vecchia Signora toma ribetes que trascienden a la Superliga en sí. “Es una historia coral con múltiples protagonistas y buscamos los pivotes que hubo en sus relaciones. Cada episodio desenvuelve estas alianzas muy maquiavélicas en las que de socios pasan a ser rivales. A veces un mismo evento lo contamos desde dos perspectivas para tener un mayor rango y profundidad”, expresa su director Jeff Zimbalist en entrevista con Página/12.

-Más allá de lo documental, por momentos el trabajo parece jugar subgéneros de la ficción como el espionaje corporativo o drama al estilo Succession. ¿Cómo describirías a la docuserie?

-Esas dos cuestiones están muy presentes. Especialmente lo de Succession. Está muy marcada por los personajes involucrados en este proyecto tan controversial y cómo ellos van cambiando a lo largo del relato. Fueron noventa y seis horas en las que ninguno de ellos durmió, y lo contamos desde el punto de vista y la experiencia de todos. El foco particular son las alianzas particulares que habían tejido y las repercusiones de esta saga impredecible.

-La estructura sigue la misma línea de los acontecimientos, esos cuatro días desde el sorpresivo anuncio de la Superliga y su no menos inesperada marcha atrás. ¿Por qué esa elección para el relato?

-Usamos dos disciplinas narrativas. Cada episodio es un día, empezamos con el 17 de abril, la jornada en que se filtra la noticia y desde allí el tic-tac en el reloj cuando este proyecto top es anunciado a los cuatro vientos. No es menor el hecho de que uno de esos días incluye la realización de un encuentro de la UEFA en Suiza. Ese martes resultó crucial para que se le diera el visto bueno a la Superliga así que todos los actores movían sus fichas para lograr su cometido. Era el gran momento para su despegue o un clavo fulminate en su ataúd. Lo que pasó es conocido por todos. Así que la otra disciplina para el relato era igual de importante contar como se fue gestando todo esto. Es cierto que está el presente, pero hacemos transiciones con flashbacks para entender el proceso.

Aleksander Čeferin, mandamás de la UEFA.

-¿Qué aprendiste tras hacer este documental?

-Aprendí que puede haber puntos de vista diferentes sobre la moral y los negocios. Es una pregunta muy válida, ¿las relaciones de amistad pueden estar afectadas por la misma escala de valores que los acuerdos comerciales? Me encanta esa pregunta y no tiene una respuesta fácil. La desarrollamos mucho en la serie y se puede aplicar a cualquier terreno.

-¿Te sorprendió que los entrevistados se expresaran sin pelos en la lengua? ¿Cómo llegaron a esas confesiones?

-Fue una sorpresa deliciosa y un gran desafío. Creo que pudimos capturar a estas personalidades de forma vulnerable. Son personas públicas y poderosas, tienen relaciones complejas y no suelen exponerse así. El mayor de todos los desafíos era ganarse la confianza de los entrevistados y que se dieran cuenta de que no íbamos a privilegiar un lado. No hay un corte donde se percibe un héroe o un villano. Nuestro deseo era ser lo más persuasivos posibles sobre cómo se dio la controversia.

-Dirigiste el documental Los dos Escobares, que también tenía en su radar al fútbol. ¿Qué tiene este deporte como distintivo a la hora de contar historias?

-Me fascina el fútbol como microcosmos y espejo de nuestros valores en una sociedad globalizada. Hay una intersección de deportes y sociedad que es muy atractivo. Tratarlo de otra forma podría parecer pretencioso o bobo. El fútbol, temáticamente, es muy accesible y permite que gran parte de la audiencia se sienta involucrada. En este caso, gran parte de las preguntas que se podían hacer son realmente relevantes para la sociedad. La crisis de identidad que se da en el fútbol europeo permite hablar del paso de una socialdemocracia con valores de clase trabajadora, los orígenes del juego y la fundación de esos clubes en el siglo XIX, o si aceptamos de mala gana lo inevitable: se trata de un entrenamiento que factura millones. Esa guerra ente dos fuerzas se dio aquí de manera muy clara, es una crisis de identidad del deporte, pero también del orden civilizatorio. Lo que empezó como Cultura empieza a ser marcada sin tapujos por lo privado y el interés de lucro. ¿Puede la Cultura ser un producto? Y si es así… ¿cómo gobernás la Cultura?