Primero que nada: desde hace unos 25 años vengo afirmando que en nuestro país, y en el resto del mundo también, solo hay dos leyes que se cumplen inexorablemente: la ley de gravedad (“nos caemos de arriba abajo, y no viceversa”) y la ley de Murphy (“si algo puede salir mal, sale mal”), y que, si ambas leyes se contraponen, se impone la de Murphy. Segundo: Francia.

Estas dos aclaraciones son necesarias, porque permiten explicar algunas cosas. Por ejemplo, un portavoz desafortunado de gente afortunada puede afirmar: “No es que no haya movilidad social, la hay y mucha, pero es descendente, y eso se debe a la ley de gravedad; el día en que logremos vencer la gravedad, acabaremos también con la pobreza”. “El día en que podamos vencer la gravedad” es un subterfugio, un eufemismo o texto vil para reemplazar a “el día del arquero”, que no se puede usar más, porque en cualquier momento se establece tal efeméride el 18 de diciembre –por los penales atajados– o el día del cumpleaños del Dibu.

Si les parece poco verosímil que podamos vencer la gravedad, es porque desconocen las otras explicaciones que nos tenían preparadas:

· el día en que se cumpla la teoría del derrame

· el día en que el monetarismo favorezca a los humildes

· el día en que los grandes empresarios respondan con el corazón y no con el bolsillo (que sí saben dónde lo tienen)

· el día en que el dinero vuelva a ser un medio de intercambio y no una mercancía

· el día en que los marcianos pidan un crédito al FMI (según las novelas de ciencia ficción, son crueles, pero no bolús)

Y otros días semejantes, cuya verosimilitud contrariaría a la ley de Murphy, lo que los vuelve muy improbables.

Hubo otras afirmaciones complejas, a la vez reales y absurdas (la ley de Murphy permite estas contradicciones), como: “La inflación está en la cabeza de la gente, es subjetiva”. No por triste deja de ser cierta. Quiero decir, por ejemplo, si el taxi en la Capital aumenta un 30 por ciento, esto afectará para mal a la clase media porteña: a algunos les parecerá mucho, y a otros, los taxistas, les parecerá muy poco, ya que los tomates aumentaron el 50 por ciento, lo que afecta para mal a todos los que compramos tomates (incluidos los taxistas); y los verduleros dirán que no les alcanza, ya que aumentó el costo del flete, que no complica a taxistas ni transeúntes porque no lo usan –salvo si se mudan–, pero sí al verdulero.

Aumenta el alquiler, y perjudica al inquilino, pero no beneficia mucho al propietario, que con ese nuevo monto no puede comprar muchos tomates y, si compra menos, se perjudica el verdulero. A su vez, quizás el inquilino sea taxista, y para pagar el nuevo alquiler deba comprar menos tomates, o menos nafta.

Y es cierto que hay mucha gente que no alquila (ni como propietario ni como inquilino), no come tomates ni toma taxis. ¿Podríamos decir que a ellos la inflación no los afecta? Podríamos, pero sería un disparate, ya que sí comen choripanes, o rúcula, o queso port salut, o gaseosas químicamente elaboradas, o viajan en colectivo, o se psicoanalizan, o usan electricidad, o se ponen algún tipo de indumentaria, o van al cine, o les dan leche a sus hijos/as, o prepagan su salud. Y todo eso también aumentó. Cada uno/a se verá más afectada/o por alguno de los aumentos que por otro, pero al final todos y todas van a los penales sin tener un Dibu que los ataje y permita prolongar otros treinta minutos el sueldo o aquello que lo simule.

Cada uno tiene, entonces, su propia inflación, pero todas son terribles.

Mientras tanto, la oposición es contundente: su manera de acabar con la preocupación inflacionaria es prometer cosas tales que, si lograran cumplirlas, la inflación pasaría a ser el menor de nuestros problemas. Pero además nos “tranquilizan” explicando que, en caso de que nos quejemos por los altos precios, ellos sabrán cómo… reprimirnos.

Si les parece impropio, sepan que ellos defienden la propiedad a rajatabla.

Si les parece injusto, miren cómo anda la Justicia.

Si les parece grave, piensen que la gravedad es una ley y, como tantas otras, puede ser declarada nula por la Corte Suprema.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Zambita de los vulgares” de RS+ (Rudy-Sanz), primero porque ahí, por una vez, no se dio la ley de Murphy; y segundo, Francia: