La muerte del iraní Abbas Kiarostami hace poco más de un año dejó al arte cinematográfico huérfano de uno de los más grandes realizadores del último medio siglo. La buena noticia es que su extenso legado creativo podrá ser apreciado por las generaciones presentes y venideras, incluida su obra póstuma, presentada hace apenas un par de meses en el Festival de Cannes y terminada por su hijo, Ahmad Kiarostami, y su productor, Charles Gillibert. 24 Frames, proyecto experimental integrado por 24 planos de cuatro minutos y medio -basados en fotografías, pinturas e imágenes cinematográficas- es la película elegida para abrir la nueva edición del Fidba, el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires, que arranca hoy y se desarrollará hasta el próximo miércoles 2 de agosto. Dirigido desde sus inicios por Mario Durrieu y Walter Tiepelmann, el evento ofrecerá este año cuatro secciones competitivas (la internacional, otra local, una tercera de cortometrajes y, finalmente, una dedicada a las óperas primas), además de una serie de focos y proyecciones especiales que recorrerán la Sala Gaumont, el cine Cosmos y la pantalla de la Universidad UMET –en funciones abiertas y gratuitas–, a las que se suman una serie de conferencias y charlas dedicadas tanto a la forma y contenido de los documentales como a otros aspectos más ligados a la producción y distribución del material.

No resulta para nada inapropiado que una película como 24 Frames haya sido la elegida para descorrer el cortinado del Fidba versión 2017: las fronteras entre el cine documental y el de ficción han sido desde siempre un elemento central en la filmografía del director de El sabor de la cereza y Ten. Para Mario Durrieu, el Fidba tiene como uno de sus objetivos “ser un espacio de encuentro para autores que ensanchan tanto la percepción de la realidad como las maneras de expresarla y pensarla a través del cine, sin olvidar las intersecciones entre lo real y la ficción. El Festival está abierto, en definitiva, a todas las obras que suponen una reflexión y un esfuerzo de comprensión de lo real”. Parece también pertinente que una película como 66 kinos forme parte de la competencia insignia del evento: a lo largo de 100 minutos, el realizador alemán Philipp Hartmann recorre sesenta y seis salas de cine de su país que se encuentran –como muchos de los viejos templos cinematográficos en plena era del dominio digital– en peligro de extinción.

A diferencia de otros festivales documentales de temática específica que se desarrollan localmente, el Fidba parece haber hecho de la diversidad de temáticas y formas uno de sus principales lemas. ¿Es posible imaginar y crear un film documental cuyo tema es el traslado de un cadáver a través de 1600 kilómetros de rutas europeas, entre Suiza e Italia, y cuya estructura general recuerda inexorablemente a la de una road movie? Eso es precisamente Calabria, el largometraje del suizo Pierre-François Sauter que también forma parte de la Competencia Internacional, en el cual el cuerpo de un inmigrante de un pueblo del sur italiano debe llegar en tiempo y forma al encuentro de su familia (y a su propio entierro). Que los funebreros sobre ruedas sean a su vez oriundos de diversos países, a pesar de sus cartas de ciudadanía suiza, no es un detalle menor: en las charlas amables y, por momentos, melancólicas entre Jovan, un gitano nacido en Belgrado, y José, un portugués de pura cepa, descansa la esperanza del amor del hombre por sus pares, y en el profesionalismo con el que se toman su agotadora tarea late un orgullo a prueba de prejuicios. Que Calabria, a pesar de su mortuorio tema, sea además una película ligera y plena de humor, es una de las demostraciones de la enorme capacidad del cine documental para hallar la emoción entre los pliegues de la realidad.

El jurado integrado por el documentalista español Ricardo Íscar –quien, a su vez, dictará un seminario de tres días acerca de los principales estilos del documental creativo–, la docente e investigadora Alejandra Portela y el realizador Daniel Rosenfeld deberá juzgar otros nueve títulos de diversos orígenes, entre ellos la veterana de varios festivales El futuro perfecto, de la directora germano-argentina Nele Wohlatz, y Actriz, largometraje de Fabián Fattore con la intérprete Analía Couceyro, que se exhibirá en calidad de estreno mundial. Vangelo, de Pippo Delbono, Los niños de la señorita Kiet, de los holandeses Petra Lataster-Czisch y Peter Lataster y El color del camaleón, del belga Andrés Lübbert son otras de las películas que conforman esa sección competitiva. El caso testigo de este último film resulta de particular interés. A partir del encuentro de Lippert con cierta información reservada de la Stasi (el temible Ministerio para la Seguridad del Estado de la ex Alemania Democrática) respecto de su padre Jorge, exiliado chileno durante los duros años del gobierno de Pinochet, el realizador inicia junto a su progenitor un viaje de descubrimiento mutuo que los lleva de regreso al sur del continente americano. ¿Fue Jorge empujado a transformarse en una herramienta de los servicios secretos y la represión del estado por miedo a perder su vida y la de los suyos?

Casualmente o no, otra potente película de la sección de óperas primas posee varios puntos de contacto con la de Lippert, aunque el caso haya sido –y continúe siéndolo– mucho más sonado y visitado por los medios de comunicación. En El pacto de Adriana –que ya tuvo algunas proyecciones durante el último Bafici–, la documentalista Lissette Orozco encara un proyecto extremadamente personal cuya protagonista no es otra que ella misma y su relación con una tía, Adriana Rivas, de quien todas las informaciones y un extenso proceso judicial indican que fue una estrecha colaboradora del régimen de Pinochet durante sus años como secretaria del militar Manuel Contreras, director durante un tiempo de la temible Dirección Nacional de Informaciones. “De niña tuve una ídola: mi tía Adriana. En el 2007 la tomaron detenida y me enteré de que, en su juventud, trabajó para la DINA, policía secreta del dictador Pinochet”, afirma la realizadora en su carta de intenciones. 

Además de las competencias, que suman unos cincuenta títulos entre largos y cortometrajes, y algunas proyecciones especiales, el Fidba presentará este año un foco dedicado al cine documental polaco, divido a su vez en tres bloques, y para la ocasión estará de visita presentando algunos de sus trabajos el director de fotografía Wojciech Staroñ. “Frente a un mercado que impone y convierte a todas las relaciones en parte de un gran espectáculo, el cine documental mantiene y reafirma su carácter”, afirma Mario Durrieu a pocos días de dar por iniciada esta nueva edición del festival, “pues haciéndose a cada momento y dejándose gobernar por realidades que no se pueden controlar fácilmente, debe necesariamente inventar formas sobre cuestiones siempre irresueltas: el documental es incapaz de reducir el mundo a un dispositivo previo o apriorístico. Y aunque sus procedimientos son siempre, y por naturaleza, precarios, inestables y frágiles, esa es exactamente su potencia y su estímulo mayúsculo: estar allí para permitir la construcción de nuevos mapas, explorar sobre aquellos que no nos son enteramente conocidos aún”.