Gran Hermano (GH) se ha convertido en un impresionante laboratorio comunicacional, permitiéndole a la televisión abierta resistir -en tiempo real- a la aparición de redes y plataformas. Porque si bien las marcas y conflictos que se despligan en la casa dan cuenta de la coexistencia siempre compleja entre como percibe cada integrante del juego su inscripción en lo grupal y al mismo tiempo cómo convive con su temor a perderse en ese colectivo, ahí mismo parecería surgir un plus difícil de precisar.

Hay rasgos que caracterizan a las sociedades urbanas y que funcionan como facilitantes los que permiten que GH sea asimilado por audiencias y participantes que ya tienen previamente internalizados esos significantes. Ya no es el panóptico foucaultiano lo que predomina sino una trama en la cual –vía la incorporación tecnológica- cada uno puede entrar en la casa en el momento que quiera con solo bajarse (gratis) una aplicación en el celular. Y esta es una diferencia sustancial con otros GH.

¿Cómo puede ser atractivo un programa que busca tener encerradas a personas a lo largo de aproximadamente cuatro meses, después de haber padecido casi dos años de pandemia? En realidad, estos nuevos contextos culturales y subjetivos en que las audiencias recepcionan esos contenidos diluyen el adentro y el afuera, lo publico y lo privado y funcionan en lógicas híbridas habladas por las nuevas tecnologías.

Así, la tele –si quiere posicionarse como un actor relevante en este nuevo modelo- debe dejar de formar parte solo de lo familiar para impactar en forma solitaria y desigual en las prácticas individuales que realizamos cotidianamente. Incoporada a nuestro teléfono móvil y en igualdad de condiciones que los portales de noticias o spotify.

Uno de los momentos en que lo epocal prevalece y por lo cual este Gran Hermano no debe leerselo solo desde Vigilar y castigar se puede observar mejor si nos detenemos en las palabras que eligieron los distintos conductores que estuvieron al frente del ciclo para referirse a los participantes.

Quizás los tres más recordados y emblemáticos hayan sido, Soledad Silveira (2001-2003), Jorge Rial (2004) y el actual, Santiago del Moro (2022-2023).

Mientras que Soledad Silveira apelaba a su adelante mis valientes invocando a construir un discurso épico, Rial usaba el hermanitos, paternal, amigable y polémico. Ambos discursos tenían la impronta de la modernidad. Del Moro los denomina simplemente jugadores (players), marcando la distancia real y simbólica entre los afectos y los relatos analizados como estrategias del juego.

Donde la audiencia, (el supremo, como le gusta decir al conductor) navega en sus elecciones entre los sedimentos de la cultura del capitalismo industrial que aun pervive y los nuevos tiempos neoliberales.

Lo que sí permite Gran Hermano es analizar cómo opera el clima de época en su articulación con las nuevas subjetividades. No es que Gran Hermano no tenga un afuera sino que ese afuera funciona en la medida que está adentro. Por eso, las voces que alertan a los participantes desde el exterior pueden aparecer tanto como disruptivas como ordenadoras del juego.

Opera un poco más alejado de esa matrix que era juez y parte. Aunque este nuevo lugar -asentado más sobre las estrategias (a veces construidas desde los recortes audiovisuales que circulan por las redes en el día) y no sobre las historias de vida- mire peligrosamente para otro lado frente a situaciones de bulling o violencias verbales o simbólicas que son sancionadas -o no- según como se ubiquen en la trama (y en el rating).

Pero eso, ya forma parte de otra historia.

* Psicólogo. Magister en Planificación y gestión de la comunicación UNLP