Las impactantes imágenes de la despedida de Pepe Mujica rodeado del amor de su pueblo y los principales líderes del continente repuso el debate sobre la situación político-cultural de nuestra américa. No se trata entonces de realizar un repaso biográfico ni un homenaje. Ya se realizaron muchos valiosísimos; sino de reflexionar desde su ejemplo y su acción pública, de cara a un futuro tan incierto como desafiante para nuestros pueblos. Tanto en el transcurrir de su vida apasionante, como su conducta política, el Pepe siempre se sintió integrado al proyecto y al destino de los pueblos americanos. Desde esa convicción, comprometió en todas las circunstancias su actitud solidaria asumiendo los riesgos políticos y los esfuerzos económicos para hacer realidad esa definición ideológica tan trascendente.
Su vida recorrió una parte importante de la historia trágica del continente y también aquel tiempo en que en América Latina y el Caribe se vivió la oleada de principios del siglo de gobiernos nacionales, populares, progresistas y revolucionarios. En esta revisión, chocamos con la esperada interpretación del siempre vivo “partido de la moderación”, quien salió con todo su poder a intentar transformar a un luchador revolucionario y humanista en un “viejo sabio, bueno y austero” que vivió en su chacra con su compañera amada y la perra de tres patas. Como siempre, se proponen limar el filo de su ideología y su lucha, cuyo propósito y norte fue siempre transformar la sociedad para que la tortilla se vuelva para el lado de su pueblo. Lo hizo empuñando las armas, soportando torturas y cárcel en épocas de idearios y sueños socialistas inspirados en la revolución cubana; o por la vía electoral interpelando a las masas, según cada circunstancia histórica, asumiendo el reto de los militantes del pueblo: militar y crear conciencia dando el ejemplo, con abnegación y valentía política.
Otro tema crucial que emerge al repasar sus acciones de gobierno son los resultados logrados para la vida del pueblo. El gobierno del Frente Amplio en Uruguay, con el Pepe, como diputado, senador, ministro de Agricultura o presidente, inclusive desde el llano, redujo la pobreza del 32 por ciento (2006) al 12 (2012) y 8,1 (2018). Durante su presidencia la desigualdad tocó el nivel más bajo en la historia del Uruguay, diversificó la matriz energética y fue líder en América Latina en energías renovables; despenalizó el aborto, legalizó el cannabis con una orientación de salud pública y de producción industrial, legitimó el matrimonio igualitario, construyó más de 15 mil viviendas y logró bajar la tasa de desempleo a niveles récord. Con datos parecidos podríamos abundar sobre los gobiernos que protagonizaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina en términos de superación de la pobreza, salarios, empleo, producción industrial, índice Gini, las medidas que posibilitaron el desendeudamiento externo, una clara y firme política de integración latinoamericana, aumentos de los presupuestos en educación, salud, ciencia y tecnología, reestatización, parcial o total, de empresas como YPF y las de fondos jubilatorios y la ampliación de derechos en materia cultural.
Para una necesaria revisión no deberíamos trasladar la ponderación del caso argentino al conjunto, ya que a partir del advenimiento del gobierno de ultraderecha liderado por un extremista thatcheriano, ahora incondicional de D. Trump, se generó un alineamiento irrestricto con el imperialismo y sus políticas neocoloniales, en asociación con la burguesía local fugadora, obnubilada por la tentación del saqueo que le ofrece su Presidente. Sin embargo, el mapa político de nuestra América es incontrastable: gobiernos progresistas en México, Honduras, Guatemala y Cuba. Más hacia el sur, en Chile, Colombia, Bolivia y Venezuela. Fronterizos con nosotros Brasil, el gigante latinoamericano, desarrolla su notable influencia con Lula en la presidencia, y ahora el Uruguay del Pepe, y el reciente triunfo del Frente Amplio con Yamandú Orsi al frente del gobierno progresista. Más allá de las tácticas de manipulación libertarias de la opinión pública basadas en la instalación del odio, miedo, y descalificación de todo lo diferente, en esta parte del planeta existe un claro predominio de los proyectos populares y de izquierda, votados por sus pueblos.
No hay que soslayar las visitas del Secretario de Estado, Scott Bessent, para sellar el nuevo empréstito con el FMI, con el que el presidente consiguió aire hasta octubre para sostener una devaluación, un dólar ficticio y su plan de ajuste perpetuo. Nos “visitó” también el jefe del Comando Sur, Alvin Holsey quien continúa con su política de instalarse en nuestro extremo sur fueguino y la Antártida con el propósito de afirmar su asociación estratégica con Gran Bretaña y su ocupación colonial de nuestras islas y mares circundantes. EE.UU a pesar de su enorme poder político y económico se sabe deslegitimado en lo que considera su patio trasero, por lo tanto reacciona agresivamente ante las reuniones de la CELAC (integrado por los Estados de América Latina y el Caribe), su aproximación a China y la viva conciencia centro y latinoamericana de que la potencia imperial nunca vio a nuestros países como socios, sino como peones en el tablero de su geopolítica.
Se trata entonces, siguiendo la huella del Pepe, de elaborar programas con ideas y propuestas que vuelvan a interpelar al pueblo, asumiendo la imperiosa necesidad de distribuir la riqueza, para lo cual habrá que establecer políticas de transferencia de ingresos desde las minorías a favor de las mayorías. En tal sentido, García Linera, exvicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia y uno de los grandes pensadores políticos de nuestro tiempo, viene señalando que el triunfo de los gobiernos progresistas se sustenta en la confianza que generan los representantes populares, sus proyectos patrióticos y sus ideas. Pero estas condiciones se potencian por el fracaso de los proyectos de derecha que no resuelven la vida de los pueblos, sino que las empeora. También advierte que si los gobiernos progresistas no cumplen con sus propósitos de satisfacer las demandas sociales, se produce un efecto similar.
Por allí pasa el reto de estos tiempos para los proyectos populares y progresistas en nuestra América: convocar al pueblo democrático, dando el ejemplo de unidad y programa para el futuro.
*secretario General del Partido Solidario y presidente del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.