Tár             6 puntos

Estados Unidos, 2022.

Dirección y guion: Todd Field.

Fotografía: Florian Hoffmeister.

Duración: 158 minutos.

Intérpretes: Cate Blanchett, Noémie Merlant, Nina Hoss, Mark Strong, Julian Glover.

Estreno exclusivamente en salas.

“Lo que importa es el tempo”, dice Lydia Tár durante una entrevista con público, al estilo de las que en su momento hacía el conductor James Lipton con gente del mundo del cine. En su nueva película tras 16 años de ausencia (la anterior había sido Secretos íntimos/Little Children, de 2006), el realizador y guionista Todd Field hace honor al precepto de esta conductora de orquesta, famosa en el mundo entero y en condiciones, sin duda, de dar clases magistrales. Si un mérito tiene la puesta en escena de Field es la de mantener un tempo pausado, parejo y acompasado, incluso en los arrebatos pasionales de la protagonista sobre la tarima o durante su descomposición paulatina. Menos convincente resulta sin embargo el guion del propio Field (una de las seis nominaciones al Oscar de la película), que en lugar de concentrarse en una razón de la caída de Lydia se dispersa en varias, para derrumbarse definitivamente junto con la protagonista, a partir del momento en que tiene lugar un exabrupto dramático, que más que del personaje parece de la película en su conjunto.

Tratándose de una directora de orquesta (una maestro, como por lo visto se les dice), no es raro que durante esa entrevista Tár fascine con el cadencioso movimiento de sus manos, que parecen dibujar ideas en el aire. Sin embargo, el plano previo no la muestra precisamente relajada, sino obligada a aflojar su tensión con toda clase de gestos, algunos de ellos se diría que al punto de la psicosis. La de Tár, una eminencia en el mundo de la música, es una máscara de autoridad, que en los ensayos, sin embargo, no deviene en autoritarismo. La “maestro” no grita, amenaza o se violenta con sus dirigidos, aunque en un momento le haga saber a su pequeña hija que “una orquesta no es una democracia”.

El primer punto de quiebre, que a la larga tendrá una incidencia mayor que la que aparenta, es cuando Tár discute con un alumno (da clases en la meritocrática Juilliard) sobre cuestiones particularmente extremas de la política de identidad (el alumno, que se define como negro y pansexual, no simpatiza con Bach, compositor blanco que tuvo veinte hijos; Lydia es lesbiana asumida). Al mismo tiempo, una discípula de Tár toma una decisión trágica, motivada en buena medida por una intriga urdida por la protagonista, un hecho que la sume en la culpa. Hay otras intrigas, que de a poco irán minando su carácter de intocable, expulsándola del Olimpo. El problema de Tár es justamente que las intrigas (en ambos sentidos de la palabra) son muchas, lo cual genera desconcierto. ¿La caída de la (anti)heroína está motivada por sus conflictos con la política identitaria, por su sentimiento de culpa, por decisiones cuestionadas o por su discreta pero visible seducción de una joven chelista?

El desconcierto deriva en asombro cuando Tár pasa de la violencia psicológica a la física, con una brutalidad que recuerda a aquella escena de Whiplash en la que el también director de orquesta arrojaba un platillo por la cabeza a un alumno al que le costaba seguir el ritmo. De allí en más es un cuesta abajo dramático, que es de lamentar dada la elegancia de la puesta en escena, que se corresponde exactamente con la sofisticación del mundo que describe. Por supuesto que la actuación de Blanchett, nominada al Oscar por este papel, es lo suficientemente compenetrada y sutil como para que una mirada al sesgo sobre una nueva postulante deje en claro que la candidata ha hecho resonar una cuerda escondida en esta mujer-orquesta, aparentemente tan dueña de sí misma, tan compuesta, tan dominante.