El amor no es un concepto, será un fenómeno o una experiencia, si se quiere. Lo que llamamos amor queda siempre como algo de un orden inefable. Nadie sabe por qué sucede, por qué termina o, lo que es peor, por qué no puede darse por terminado.

La idea del amor como repetición, tal como se piensa a veces el amor de transferencia, se choca con la pregunta por lo de nuevo y azaroso que hay en el encuentro y en los desarreglos comunes que rompen con el equilibrio del soltero. El amor no es ni bueno ni malo, pero desde ya no puede ser sólo bueno. Siempre toca algo que roza la angustia y un dolor anticipado.

Habrá que replantearse si el amor es tan solo reedición, o sea un modo de intentar, una y otra vez, reformular la historia familiar, sea con la madre o con el padre, o si el amor es novedad y descubrimiento en una dimensión más del lado de la tyché, de la sorpresa de encuentro y no del Automathon que, en la física de Aristóteles se ejemplifica con el caballo que va siempre por el mismo camino al Agora.

Sobre la “teoría del amor” hay, en Freud, varios momentos en los que por lo menos recortamos un cierto balbuceo. El amor de transferencia descolocó al maestro, en especial parece ser que fue el caso de Elfriede Hirschfeld que se puso muy insistente con sus reclamos de “lógica de sopas y albóndigas”[1] que no se conformaban con meros sustitutos. Que lógica de sopas y albóndigas no es lo que requiere del amor si se trata de una histeria (o si se trata de cualquiera). ¿Qué busca el amor? Y sorpresa, no necesariamente la satisfacción del deseo, al punto que muchas veces, explícitamente, renuncia a la satisfacción. Lo que busca más allá de lo que diga Diótima[2] en el Banquete de Platón, (que el que ama busca lo que le falta) me adelanto y afirmo que busca signos, signos de amor, llámenla erotomanía, si quieren, a esa búsqueda. Tal vez es por eso que los regalos más efímeros y perecederos son los más apreciados entre los amantes, en ese espacio que el amor suspende de los valores del mercado.

Valores como el dinero por una parte y el rendimiento sexual por la otra no son los más adecuados al mensurar el amor strictu sensu.

En todo caso la sábana servirá apenas como fallida metáfora del signo de amor. Los novatos no saben cuánto aprecia una mujer una cierta impotencia en el primer encuentro. “Me importás demasiado como para que algo se consuma tan pronto, que el momento se degrade a una mera cuestión sexual”, porque lo que cuenta, en verdad, es "otra cosa".

Esa cosa un poco inefable, como decía al principio, siempre queda del lado de un objeto que es la mirada. Lo que se juega en el amor es algo de la mirada (“¿me miró?”, “¿me está mirando?”, “yo te miraba”) y a la vez, de una visión cegada. Un amor siempre ciego, el dios Eros que con ojos vendados y en lo oscuro, equivoca el blanco aquí y allá (¿Qué le vio? dicen las amigas de ella).

Volvamos a Freud cuando, después de los escritos técnicos, introduce el narcisismo para hablar otra vez de amor. Es un fenómeno que atañe a hombres y mujeres que pueden estar en una relación de amor “en tanto hombre o en tanto mujer”, no depende aquí que se esté o no dotado del atributo fálico. Se ama como hombre empobrecido en su yo, o se ama (¿se ama?) como mujer paseando la belleza como indiferente felino. Algo hace ruido, el hombre al menos en el 1915 ama desde su castración y la mujer desde su condición de fetiche.

Hay que estar incompleto para amar, todos los que de un modo aristofanesco creen en la vulgar media naranja procuran que, mediante el amor, haya una naranja entera. Es cierto que ese animal hecho de dos que hacen uno constituye una buena ilusión para emprender el camino, aunque a poco de andar quede claro que la media naranja casi siempre es otra media pero de cualquier otra fruta. Porque hay en el amor (y en la transferencia) una disparidad subjetiva. Amante y amado llevan su relación de modo dispar. Uno ama más, el otro... participa. Sin dar tips (los analistas no están para eso) cuando las cosas funcionan más o menos, como suele suceder, que esos roles no sean fijos y puedan mutar resulta mucho más llevadero.

Alicia Killner es médica psicoanalista (UBA). Miembro de Apa y de Ipa. Coautora del libro “Psicoanálisis, ficción y clínica”. Coordinadora de la Comisión de Cultura de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Notas:

[1] Traduzco al argentino: Lógica de bifes.

[2] Hetaira, mujer sabia, a quien Sócrates convoca para dar su discurso sobre el amor.