La sonrisa de Anne Boyer contagia calidez y exorciza la precariedad de un pasado no tan lejano en el que estuvo al borde de la pobreza. Sus carcajadas parecen amplificar eso que escribió en su diario: “En el choque de civilizaciones (los vivos contra los muertos) sé de qué lado estoy”. Una semana después de cumplir 41 años le diagnosticaron un cáncer de mama triple negativo de pronóstico grave que requería un tratamiento muy agresivo. Como sobreviviente “escribió en vida desde el marco de lo póstumo”, según plantea su hija Hazel, un ensayo extraordinario, Desmorir (Sexto Piso), una reflexión sobre la enfermedad en el mundo capitalista, con el que ganó el Premio Pulitzer de No Ficción en 2020. La poeta y ensayista estadounidense, invitada al Festival Internacional Poesía Ya!, con el apoyo de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, presentó el libro de poemas Prendas contra las mujeres (Triana) en la Casa Patria Grande, dio un taller participativo sobre cuerpo y escritura en el Centro Cultural Borges y, finalmente, este domingo a las 19, tendrá un encuentro magistral con el público argentino en el Centro Cultural Kirchner.

Pobreza y precariedad

“La enfermedad nunca es neutra. El tratamiento nunca está libre de ideología. La mortalidad nunca está exenta de política”, precisa Boyer en Desmorir, un libro que mira el cáncer de frente, o sea que pone en un primerísimo plano cómo impacta la enfermedad en los cuerpos de las mujeres y cómo en el universo médico capitalista todos los cuerpos deben orbitar alrededor del beneficio.

-En “Prendas contra las mujeres” y en “Desmorir” hacés hincapié en tu condición y tu clase social: mujer blanca, pobre, sola y comprometida con la literatura. ¿Por qué te pensás como pobre y no como clase media?

-En el momento en que estaba escribiendo Prendas contra las mujeres mi hija y yo estábamos en la pobreza. Vivíamos con cupones de comida, nos declaramos en bancarrota y estábamos en deuda; cosas que sucedieron luego de la crisis financiera a fines de los 2000. Cuando escribí Desmorir, mi vida había mejorado un poco; tenía un trabajo, pero aun así no tenía ahorros, ni tenía ningún tipo de estructura de seguridad. Cuando estaba levantando cabeza, me diagnosticaron cáncer y otra vez tuve que caer en la precariedad de la que estaba tratando de salir.

-¿Por qué no se habla de la precariedad en la literatura? ¿Por qué los escritores no suelen poner en juego el tema del dinero, el trabajo, la sobrevivencia?

-Hay todo tipo de trampas cuando una intenta escribir sobre el dinero, en el sentido de que hay un riesgo de sonar muy melodramática o ser demasiado sentimental o que parezca que una está dando lástima, cuando en realidad estas cosas me desagradan muchísimo, no es lo que quiero hacer. Pero sí quise escribir sobre las condiciones de vida según las comprendía. Muchas personas viven en la precariedad, no solo los escritores o los artistas, casi el mundo entero vive en ese tipo de inseguridad económica. La sensación de que el lobo está en la puerta de nuestra casa es muy humana.

-Tuviste que volver a trabajar diez días después de una mastectomía doble y diste clases durante los meses que estabas transitando la quimioterapia. ¿Hay que producir y trabajar hasta la muerte?

-Sí, aunque parezca terrible decirlo así... En Estados Unidos no hay tiempo para tener cáncer; si uno quiere mantener su trabajo, tiene cierto número de días sin goce de sueldo y luego hay que ponerse a trabajar para pagar el alquiler. Me doy cuenta ahora de que probablemente debería haber dicho “no”, debería haberme quedado sin trabajo. Pero cuidar a mi hija y garantizar que ella tuviera lo que necesitaba era tan fuerte que me adapté a todo lo malo que tenía que hacer y trabajé en ese momento. Es una trampa que siga existiendo esta inseguridad, esta precariedad, y esta idea de que uno descansa solo cuando está muerto. Antes no.

-En “Desmorir” subrayás que el cáncer de mama está cerca de la huelga general. ¿Por qué la enfermedad pone en jaque la legibilidad como paciente?

-El cáncer es como una protesta sistemática del cuerpo ante el mundo; es como una crisis económica generalizada en la sociedad, pero es la crisis sucediendo adentro de la persona. Si uno mira al cáncer, ve las estructuras que gobiernan la vida y que nos esconden en el día a día. No queda otra opción que mirarlo porque el cáncer es extremo. La pregunta entonces es qué hace una persona cuando queda expuesta al cáncer. Muchas personas se esconden de eso que ven; pero para mí lo importante era mirar con más atención y más intensamente.

-En “Desmorir” señalás que mueren más mujeres negras con cáncer de mama que mujeres blancas. ¿Cómo impacta en el cuerpo de las mujeres las desigualdades?

-La desigualdad social en la sociedad estadounidense está reproducida en el cáncer de la misma manera. El cáncer de mama, particularmente ese cáncer que es el triple negativo que tuve yo, es el tipo de cáncer que las mujeres negras tienen más posibilidades de contraer; es una forma de cáncer de mama que ha tenido muy pocos avances y el tratamiento es el más violento y el más doloroso de todos. Esto ha cambiado un poco desde que escribí el libro porque la medicina estadounidense está comprendiendo la necesidad de ser más igualitarios en el tratamiento. Se está haciendo más investigación con respecto al cáncer triple negativo, están tratando de entender un poco su historia, una historia que tiene mucho de racismo.

Literatura victoriosa

Boyer (Topeka, Kansas, 1973), autora de Manual para destinos defraudados (Zindo & Gafuri) y profesora en el Kansas City Art Institute desde 2011, logra desdramatizar la experiencia personal del tratamiento. No pretende erigirse en una heroína de la narrativa de las sobrevivientes. Más bien su lucidez rabiosa apunta al blanco de lo que califica como la “autogestión neoliberal”: “la narrativa de las cosas bien hechas, la del individuo atomizado, autoexaminado y mamografiado, la de la enfermedad curada con sumisión, carreras de cinco kilómetros, verduras orgánicas licuadas y pensamiento positivo”.

-¿Por qué afirmás que los que están levemente enfermos pero sin diagnóstico, como los hipocondríacos, son “mejores narradores”?

-Es (Marcel) Proust escribiendo acerca de estar un poco enfermo, algo menos trágico que una persona que tiene cáncer y está tratando de escribir un libro. Eso es estar levemente enfermo; es como una belleza estar en esa situación. Yo no era el bello personaje, sino que era una persona que realmente tenía cáncer. Entonces estaba muy celosa de Proust en ese momento (risas).

-¿Intentaste escribir “Desmorir” para ser una “mejor narradora” diagnosticada con cáncer?

-Sí, yo soy demasiado ambiciosa y en cuanto me enfermé leí un libro de John Donne (Devociones para ocasiones emergentes) que escribió cuando él pensó que estaba en su lecho de muerte, que es uno de los libros más hermosos que leí, y dije: “Quiero escribir el libro más hermoso a partir de esta experiencia tan horrenda”. No sé si lo logré, no puedo afirmarlo, pero sí tenía esta ambición extremadamente fuerte de no dejar que la experiencia del cáncer dominara la literatura. Yo quería que la literatura saliera victoriosa y no la enfermedad.

-Hay en el tono narrativo de “Desmorir” mucha ironía, como si quisieras expulsar del libro a los lectores que buscan compasión: “Fuera de aquí”; “Este libro no es para ustedes”.

-(se ríe con ganas) Como escritora, una quiere atraer a los lectores correctos, pero aquellos que te van a juzgar, que se van a sentir horrorizados, que te van a censurar, a esos los querés cruzar lo menos posible y que se alejen completamente. ¿Quiénes están admitidos y quiénes no? Los que van a juzgar y sentimentalizar las cosas mejor que se vayan; esto no es para ustedes.

-En “Prendas contra las mujeres” establecés una analogía entre coser un vestido y escribir un poema. ¿Por qué te interesa comparar la escritura con la costura?

-Me había desalentado mucho la poesía y pensé que iba a dejarla y me puse a coser en vez de escribir poemas. Pero era terrible cosiendo, no me salía; era muy difícil. Lo difícil de coser era cómo crear una prenda que se adaptara al cuerpo humano, con todas sus diferencias y sus movimientos. Cosí y cosí, traté de aprender a hacer esta tarea tan difícil y les dije a mis amigos poetas que ya no era poeta. Y dije ahora voy a coser; pero ellos me dijeron: “coser es el poema”. Se me planteaba el problema de las formas que creamos y cómo podemos funcionar dentro de todo este movimiento de formas inusuales. Mis amigos tienen razón porque coser también es un poema y el trabajo de las mujeres que cosen y las mujeres que cuidan de otros; todo es un proyecto entrelazado que tiene que ver con la forma.

-En “Prendas contra las mujeres” mencionás a la anarquista Emma Goldman. Hay algo en tu escritura que pareciera querer recuperar lo disruptivo de las mujeres anarquistas, ¿no?

-Sí, absolutamente. Los poetas somos anarquistas por naturaleza. La anarquía como tradición poética se ha dado conjuntamente con lo político, como Emma Goldman, que también cosía y era feminista. Su influencia está presente en mi trabajo, sin duda.

-¿Qué otras influencias reconocés que han sido significativas en tu escritura?

-Están las influencias de mis pares inmediatos en Estados Unidos, poetas que publican en pequeñas editoriales y han dedicado sus vidas a escribir poesía, este arte poco apreciado en Estados Unidos, como CAConrad y Lyn Hejinian. El mundo de las editoriales pequeñas son las que me permitieron ser quien soy hoy. Conjuntamente, hay un gran mundo de la literatura y la filosofía, que es un poco el mundo de la “gran biblioteca”. En ese otro mundo que convive con el mundo de los poetas vivos están Emily Dickinson, John Donne y Simone Weil...pero es muy difícil delimitarlo porque tengo 50 años y vengo leyendo desde hace muchísimo tiempo.

Primavera en la escritura

-¿Por qué afirmás que el dolor no destruye el lenguaje sino que lo transforma?

-El dolor le plantea el mayor desafío al lenguaje: cómo compartir nuestras experiencias dentro del lenguaje sin hacerlo un cliché, sin bajarle el precio. Es como decirle al poeta: “esta es tu oportunidad, aquí es donde estás metiéndote en tu lenguaje y realmente estás haciendo significado en el mundo”.

-“Desmorir” lo terminaste en el 2019 y en ese libro se puede leer también una suerte de tratado sobre la importancia del cuidado. En 2020 la pandemia visibilizó como nunca la cuestión del cuidado...

-El cuidado adquirió un lugar más importante, pero las personas sintieron una profunda desesperación con respecto a lo que sucedió con la pandemia. Nadie pudo anticipar el poco valor que tenía la vida para las personas que estaban en el poder en Estados Unidos, en Brasil y en otros países que tenían gobiernos muy irresponsables a la hora de tener políticas de cuidado. Yo recuerdo esta sensación, habiendo sido paciente de una enfermedad grave, de ver cómo el mundo convivía con la crisis de la pandemia, pero en vez de usarla como una oportunidad para realmente entender cómo funcionaba la estructura del cuidado en la vida simplemente, una vez más, se distribuyó de manera desigual la muerte: los viejos, los débiles, los pobres, aquellos que tenían que ir a trabajar todos los días para poder mantenerse y comer son los que murieron. Lo que sucedió en Estados Unidos con la pandemia fue un horror.

-En tu poesía hay ideas y pequeños ensayos, en tus ensayos hay a la vez también pequeños poemas. ¿Cómo es la convivencia entre poesía y ensayo?

-Hay una relación natural y fácil una con otro; el ensayo tiene intentos de registrar lo que pasa con el pensamiento humano y una siempre piensa que el ensayo mira hacia afuera y el poema expresa más lo que sucede adentro. En mi trabajo estos dos modos están empujándose: a veces sale la poeta y otras veces el foco cambia y va hacia el ensayo. Fue muy difícil para mi escribir durante la pandemia. Me sentía muy desalentada y no terminaba de entender cómo escribir ni qué escribir cuando el mundo estaba atravesando un período tan oscuro. Ahora siento que ha llegado la primavera en la escritura.