Quiero referirme a un infaltable que nos falta desde la semana pasada: Beinusz Szmukler. No quiero dejar pasar la oportunidad de referirme a Beinusz, porque hay muchos héroes, si noson anónimos, al menos poco conocidos, porque no ocupan carteleras ni los medios hegemónicos los consultan con ese respeto reverencial que suelen deparar a los pavos reales que ponen cara seria para decir banalidades y disparates ante las cámaras.

Beinusz no era uno de esos tipos de juristas engominados. Pero siempre estaba donde debía estar, con su buen humor, su sonrisa pícara, nunca agresivo, hasta el último de sus días de sus 91 años. Donde había una protesta justa, siempre estaba Beinusz. Hasta días antes de su inesperada partida estuvo en la Plaza Lavalle frente a Tribunales.

La historia de Beinusz Szmukler

Este abogado del pueblo, comprometido con los Derechos Humanos, había nacido en una pequeñísima aldea polaca y llegó a Argentina a los seis años con sus padres que venían huyendo del nazismo. En la primaria se agarraba a golpes con los que le decían que era un ruso de mierda. En la secundaria, ya se perfilaba como líder entre sus compañeros.

Infatigable luchador contra las dictaduras. En todas ellas fue defensor de presos políticos. Miembro de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Fue miembro fundador de la Asociación Americana de Juristas. Entre el 2002 y 2006 fue consejero en el Consejo de la Magistratura en representación de los abogados. Presidió la asociación de abogados y fue miembro participante del movimiento judío argentino.

Su lucha por los Derechos Humanos

Integró el Espacio para la Memoria, la comisión para agilizar los juicios contra los genocidas y, en verdad, estuvo en todo espacio que se le ofrecía para luchar por la dignidad del ser humano. El entusiasmo de Beinusz era mucho más que juvenil. Parecía adolescente. Cuando se le proponía meterse en alguna empresa en favor de la humanidad era un enstusiasta increíble.

Así fue cuando asumió la defensa de Osvaldo Bayer y de Felipe Pigna, querellados por la familia de Martínez de Hoz, quienes sostenían que habían ofendido el honor de sus ascendientes con argumentos monárquicos.

Nunca voy a olvidar el entusiasmo con el que tomó la iniciativa de investigar en los tribunales argentinos los crímenes del franquismo en España. Invocando, por supuesto, el principio del derecho universal. Una vez que nuestra justicia había destrabado el juicio contra los genocidas de la última dictadura, los requerimientos que llegaban de España nos habían servido para destrabar las acciones penales contra nuestros genocidas.

Pero una vez que esto pasó quedamos encuadrados dentro del derecho internacional y nada nos impedía invocar nosotros el principio de humanidad en nuestros tribunales para emprender las acciones contra los crímenes de la dictadura franquista. Especialmente los posteriores a la guerra en España.

Cuando se lo propusimos a Beinusz aceptó hacerse cargo de la cuestión de inmediato. A Beinusz le brillaban los ojos como a niño con juguete nuevo. Seguramente recordaría el paso de la nave que lo traía al país de pequeño, el paso por España en la mal llamada Guerra Civil.

Beinuzs y el arte de existir

Hasta último momento estuvo atento a lo que pasaba en nuestra región. En la última reunión de diciembre de la asociación de abogados funcionó para que se prestasen especial atención a las violaciones de Derechos Humanos que se vienen cometiendo en Perú desde el derrocamiento del Presidente Castillo.

Alguna vez, cuando se le preguntó qué era lo que lo movía, respondió que era la acción contra el imperialismo, el fascismo, el colonialismo, la discriminación racial, de la mujer, de los aborígenes y de la minoría. Siempre actuó como pensaba.

Hay golpes que a veces hacen volar trozos importantes y deforman la imagen, pero hay personas que manejan el cincel de su existencia con un particular arte de existir hasta el final. Y dejan una perfecta imagen de coherencia que asombran.

El último adiós

Al asistir a su despedida no tuve la sensación de una auténtica despedida, sino de descubrir el monumento que nos dejaba su existencia. Monumento finamente cincelado por todas sus coherentes acciones.

Tampoco sé si se ha marchado de nosotros. No es una cuestión de memoria. Esto es algo que está más allá. Nos queda adentro. Y cada vez que es necesario tomar una decisión, nos preguntamos qué hubiese hecho.

Queda en cada uno de los que lo tratamos como una de las figuras que nos marca el fácil camino de las racionalizaciones que nos tientan a apartarnos del camino. Por eso no lo despedimos, sino que lo recibimos en su nueva función.