Por estos días ha llamado mi atención la frecuencia altísima con que algunos hechos delictivos han salido a la luz a través de registros de videos capturados por los mismos delincuentes.

Desde “pibes chorros” --y no tan pibes-- que roban ropa, una moto o un auto y suben imágenes a Facebook, Instagram o TikTok, hasta la filmación del asesinato en patota del joven Fernando Báez Sosa por parte de uno de los partícipes, por ejemplo.

Por otra parte, las comunicaciones durante la pandemia con su proliferación de aplicaciones para conectarnos en vivo y en directo nos han mostrado todo tipo de anomalías, dicho esto desde un punto de vista prepandémico: una amante desnuda caminando cual gata sigilosa detrás del presentador del noticiero; señores de camisa y corbata parándose de sus asientos en medio de una reunión vía Zoom para mostrar sus calzoncillos; un “diputeta” en el Congreso; etc.

Estos últimos casos obedecen a personas que, inmigrantes digitales --es decir: no tan jóvenes--, parecen haber sido captados por el ojo atento de la cámara simplemente por torpeza. Aun así, esta situación ilustra algo del contexto ya no panóptico en el sentido benthamiano y foucaultiano del término, sino más bien una multiplicidad de ojos Leviatanes que constituyen la ubicuidad de un control generalizado. No el panóptico de Vigilar y castigar sino la “sociedad de control” planteada por Deleuze en su famosa adenda.

Esta inspección generalizada, todas auditoras, todos jueces, no solo se diferencia del ojo centralizado del panóptico sino que además democratiza las cargas del control. “Cargas”, en plural: la de controlar a los otros y la de ser controlado.

Pero también se diferencia de un panóptico raro que ha comandado las comunicaciones de al menos la segunda mitad del siglo pasado: el célebre broadcasting, la televisión centralizada y unidireccional que suponía un sujeto pasivo. Por eso McLuhan la caracterizaba como un medio caliente que con su efervescencia fomentaba la pasividad de un telespectador frío. Cabe pensar entonces que cuando despectivamente se la tildaba de “caja boba”, lo que se quería decir, más bien, era que volvía bobos a quienes sucumbían a su hechizo.

Todxs productores de contenidos

El mundo “selfie”, “estados” de cualquier red “social”, teletransmisión permanente, todo ello --me parece-- incurre en una inflación de la virtualidad con efectos cada vez más reales. Así como existen juegos de “realidad aumentada” y aplicaciones de “virtualidad aumentada”, me parece que la mezcla de las lógicas de la televisión y el cine condensadas en la instantaneidad de las redes a la mano en cualquier celular produce una “virtualidad real-performática”. Me doy cuenta que voy a tener que explicar cómo estoy pensando esto.

Pienso que por un lado lo específico de la TV ha sido la transmisión en vivo y en directo. De hecho, es sabido que en nuestro país los pioneros de la década del ’50 --Pinky, Brizuela Méndez, Marconi, etc.-- transmitían “en vivo” muchísimas horas por día, ¡incluso las tandas publicitarias! Dicho de otra manera, lo que introdujo la TV como novedoso era la posibilidad de ver lo que otras personas hacían al mismo tiempo en otros lugares que no eran accesibles por razones de distancia y/o de la obstaculización de cuerpos opacos (paredes, por ejemplo). Pero lo específico era el vivo de la teletransmisión. Recordemos los grandes éxitos históricos: “Sábados circulares”, “Domingos para la juventud”, “Videoshow”, todos ellos en vivo y en directo.

El cine, en cambio, nos encerró en salas oscuras adecuadas para ver una pantalla gigante en la que se reproducían películas obviamente filmadas con anterioridad. Si bien la TV también transmite “cine”, es decir, producciones “enlatadas”, esto ya es una condensación entre la TV y el cine (las telenovelas son el mejor ejemplo). La “pantalla chica” puede condensar su especificidad del vivo con lo enlatado del cine y de otras producciones pregrabadas. Sin embargo, entiendo que lo específico del fenómeno televisivo es el vivo. Algo de esto persiste en los noticieros, en algunos programas tipo talk shows con panelistas y en los realities (“Gran Hermano” es el paradigma).

En marzo de 2019, Brenton Trant, un australiano de 28 años, asesinó a 49 personas en una Mezquita de Nueva Zelanda y, muñido de una cámara sobre su cabeza, transmitió la masacre en vivo a través de Facebook Live.

Más recientemente, en mayo de 2022, un adolescente autoproclamado “supremacista blanco y antisemita”, en lo que fue calificado como “crimen de odio” asesinó a 10 personas afroamericanas en un supermercado de Buffalo, en el estado de Nueva York. Él también transmitió en vivo su masacre a través de la plataforma Twitch.

Ya sea que como en el grupo de asesinos de Fernando Báez Sosa, la multiplicidad de cuerpos permite que la función-camarógrafo recaiga principalmente sobre uno --tal el caso de Lucas Pertossi, apodado “Croniquita” según él mismo revelara a algunos medios de prensa--; o bien, como en el caso de los atentados de Nueva Zelanda y Buffalo, sea un perpetrador único quien desempeñe las funciones de verdugo y cameraman, queda suficientemente ejemplificado, creo, lo siguiente: en estos tres casos los asesinos son productores de contenidos multimedia.

Considero que a estos tres casos cabría hacerles la siguiente pregunta: ¿qué es lo que prima: las ganas de matar o la necesidad de producir contenido para que otros lo vean?

La virtualidad real-performática

Para ser coherente con mi propuesta de diferenciación entre cine y TV, diría que los asesinos de Buffalo y Nueva Zelanda han hecho uso del formato televisivo, el vivo, a través de Facebook y Twitch. En cambio, “Croniquita” habría realizado un registro más bien “cinematográfico”, con todas las comillas del caso. Con esto último quiero señalar que no me refiero al cuidado ni a la propuesta artística de la producción, sino a la lógica de transmisión: en vivo la TV, diferida el cine.

En cuanto al uso “televisivo” de Facebook Live y Twitch que han hecho los perpetradores de los atentados masivos, y al uso “cinematográfico” detectado en el grupo asesino de Fernando Báez Sosa, a este tipo de fenómenos me refiero como “virtualidad real-performática”. Seguramente se pueda pensar alguna denominación más adecuada. Por el momento se me ocurre llamar así a la condensación en una producción de contenidos multimedia de lo específico del cine o de la TV vehiculizado a través de plataformas digitales.

Como sabemos, las redes plantean una lógica interactiva, horizontal, descentralizada y multívoca. En este marco, cualquier vivo “televisivo” transmitido a través de ellas se puede viralizar. De este modo, una transmisión puede imponerse a miles y millones de espectadores y a la retransmisión por parte de los otros medios: noticieros televisivos, otras redes sociales, etc. El virus, precisamente, metaforiza la lógica de la difusión por redes.

Este panorama al que me refiero constituye un paisaje exterior al de mi área de incumbencia. No me dedico a la televisión ni soy periodista, simplemente un psicoanalista y, como tal, comparto aquí mis reflexiones acerca de ciertas características particulares de la subjetividad de nuestra época. He comenzado por describir el exterior de los límites de mi campo de trabajo, lo que veo al otro lado de mis ventanas.

Una subjetividad afín a lo inmediato, receptora y productora de enormes cantidades de información, generadora de contenidos multimedia, hiperconectada. Estas características parecen sugerir que cualquiera está con el arma cargada en cualquier momento, para bien o para mal, y que todo el mundo podría llegar a enterarse de los alcances de la singularidad de cualquier acto (o acting).

También hay armas en apariencia menos letales: cotejar los datos de cualquier conferenciante o profesor en tiempo real a través de un buscador y exponer sus inconsistencias; compartir en un estado una foto sin autorización del fotografiado; “escrachar” a alguien en vivo; etc.

Como lo muestra la serie “Desde adentro” (Netflix) en su primer capítulo, una transmisión en vivo también puede servir de aviso para que otros sepan que hay un atacante en el subte agrediendo a una mujer. Gracias a esta intervención, al tipo lo espera la policía en la próxima estación. Esto demuestra que cualquiera puede producir su propio noticiero prime time.

Me parece que esto último se ve reflejado en el tratamiento que los programas informativos de la TV hacen de las pequeñas producciones más o menos espontáneas de cualquier persona: ellos se dedican a “levantarlas”, a reproducirlas, a “darles aire” y, de este modo, se han multiplicado exponencialmente productores y “noteros”.

El título de este artículo tal vez sea exagerado. En todo caso lo modularía: “Adiós a la televisión autónoma y hegemónica, bienvenida la televisión --y el cine-- embebida en plataformas digitales”. O para ser más breve: “Bienvenida la virtualidad real-performática”.

Dejo para otro artículo el análisis de los efectos que este panorama impone sobre la subjetividad de la época.

Martín Alomo es psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis de la UBA. Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES).