Mientras algunas celebrarán hitos institucionales como si fueran conquistas colectivas, desde una perspectiva crítica proponemos otra lectura. A treinta y tres años del primer Encuentro de Mujeres Afrolatinoamericanas y Afrocaribeñas, realizado en República Dominicana en 1992, vale la pena preguntarse: ¿a qué mujeres se intenta representar hoy? ¿Quiénes definen las agendas? ¿Cuáles son los horizontes, los objetivos? ¿Quiénes se han apropiado del 25 de julio? ¿Este día sigue teniendo que ver con el feminismo negro antirracista?
El significado del 25 de julio ha ido mutando con el tiempo. Como todo proceso social, el movimiento de mujeres negras de la región ha atravesado transformaciones: en sus diagnósticos, en sus lenguajes, en sus estrategias. Hemos sumado reflexiones, aciertos y errores; combinamos la experiencia de nuestras pioneras con la potencia crítica y creativa de las más jóvenes. Pero también hemos presenciado cómo esa agenda, nacida desde las bases, fue siendo progresivamente absorbida por la maquinaria institucional, hasta el punto de volverse funcional a las lógicas que alguna vez combatimos.
Aquel primer encuentro de 1992 fue un acto de ruptura. Una respuesta política frente a un feminismo blanco, burgués y eurocentrado que históricamente había marginado a las mujeres no blancas y a las mujeres trabajadoras. En esa genealogía se inscribe la voz de Sojourner Truth, que en 1851, en la Convención de Mujeres de Akron, Ohio, se plantó ante quienes hablaban de los “derechos de las mujeres” sin incluir a las esclavizadas. “¿Acaso no soy una mujer?”, preguntó. Pero su pregunta no era sólo una interpelación al feminismo blanco. Era una demanda radical de justicia y libertad para todas las personas esclavizadas. Sojourner Truth no reclamaba una inclusión parcial ni una emancipación individual: reclamaba la transformación del sistema.
De la radicalidad a la obediencia institucional: la desviación neoliberal del feminismo negro
Ese es el corazón del feminismo negro: una práctica política que no separa lucha antirracista de lucha antipatriarcal ni de lucha anticapitalista. Sin embargo, en los últimos años hemos visto cómo se consolidó una versión despolitizada de ese legado, alineada con las agendas de organismos internacionales que promueven la equidad racial y de género en abstracto, mientras sostienen las bases materiales de la desigualdad. Un feminismo negro domesticado, que se acomoda a los marcos del multiculturalismo neoliberal, incapaz de cuestionar las estructuras que reproducen la pobreza, la violencia policial, la precarización y el genocidio negro.
El caso de Epsy Campbell resulta paradigmático. Abanderada de las políticas identitarias y de empoderamiento, fue presentada como la “primera mujer afrodescendiente en convertirse en vicepresidenta” de su país. Desde ese cargo impulsó restricciones al derecho a huelga, políticas neoliberales de ajuste que perjudicaron directamente a las mujeres costarricenses. Campbell también fue la “primera mujer afrodescendiente canciller” de su país. Como tal, promovió un discurso de #FronterasSeguras para contener la inmigración centroamericana y con una agenda alineada con el Grupo de Lima, atentó contra la soberanía de los pueblos de la región. En Naciones Unidas lideró el Foro Permanente de Afrodescendientes, un espacio consultivo no vinculante con enfoque emprendedorista y perfil tecnocrático. Hoy preside un organismo internacional sobre deporte y derechos humanos, financiado por la ONU y la OIT. Su trayectoria, alineada con proyectos neoliberales que se agotan en la identidad y la visibilidad, demuestra cómo la representación sin compromiso ideológico puede convertirse en una herramienta de legitimación del sistema. Así como no existe una mujer universal tampoco existe una mujer negra universal. Así como no toda mujer negra en el poder representa las luchas históricas de los pueblos afrodescendientes, no todo activismo institucional es sinónimo de compromiso real.
Hoy, por ejemplo, se celebra en Cali el Encuentro Internacional “Juntas por la restauración de nuestra dignidad”, organizado por la Vicepresidencia de Colombia, en cabeza de Francia Márquez Mina, en alianza con ONU Mujeres, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y la Fundación Open Society entre otras, en el marco del “Día Internacional de las Mujeres y las Niñas Afrodescendientes”. En medio de funcionarias y exfuncionarias de gobierno, representantes de organismos multilaterales y referentas del afroemprendedorismo, estará presente Angela Davis, una de las voces más potentes del feminismo negro radical y una referente mundial en la lucha por una Palestina Libre y lo que ha definido como un “genocidio desarrollándose de una manera que jamás habíamos imaginado” en Gaza. Y como si se tratara del tango de Discépolo, “Cambalache”, complementa la postal de la biblia junto al calefón la ya mencionada Epsy Campbell, quien ha guardado un calculado y cómplice silencio al respecto.
Con respecto a las invitadas locales, aunque se han incluido liderazgos comunitarios y de procesos colectivos como por ejemplo Lina Lugo, directora de la Asociación Casa Cultural El Chontaduro, impresiona la sobrerrepresentación de individualidades. Por otro lado, una notable ausencia en el evento en cuestión es la intelectual dominicana, residente en Colombia, Ochy Curiel, una voz ineludible del feminismo antirracista latinoamericano y pionera del Encuentro del '92. Ya a comienzos de los años 2000 nos advertía sobre los riesgos del protagonismo de la ONU, la institucionalización del movimiento y la pérdida de su autonomía: “¿Cómo se explica que los movimientos sociales, como es el caso del de mujeres afrodescendientes, sigan en esta lógica de la ONU, a sabiendas de que el antagonismo y los conflictos se dan en otras esferas políticas y otras relaciones sociales? Esto solo se explica a través de los niveles de cooptación que este tipo de instituciones hace de los movimientos, y que estos últimos, por ganar privilegios de representación y protagonismo, continúan haciéndose cómplices.”
El caso argentino: cuando la corrección politica le allana el camino a la ultraderecha
Este modelo de liderazgo y cooptación también se expresó en Argentina. Al interior del gobierno de Alberto Fernández convivieron funcionarios y funcionarias afines al multiculturalismo neoliberal. Un ejemplo claro fue la gestión de Greta Pena al frente del ahora extinto INADI. Su intervención no dudó en alinearse con la agenda de organismos financieros internacionales como el Banco Mundial o la CAF, que impusieron recetas de representación vacía, incongruentes con el trabajo comunitario real.
Durante su gestión, en lugar de fortalecer políticas públicas con reconocimiento internacional —como la Comisión para el Reconocimiento Histórico de la Comunidad Afroargentina y el Encuentro Nacional de la Comunidad Afroargentina—, se impulsó la llamada “Asamblea Nacional de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Trans y No Binaries Afrodescendientes de Argentina”. Esta iniciativa no solo implicó la discontinuidad de una política estatal orientada al fortalecimiento de las organizaciones de base de la comunidad afroargentina, sino que además representó una estrategia típica de los organismos internacionales: un formato enlatado que reproduce la lógica del multiculturalismo neoliberal, más preocupado por la representación identitaria simbólica que por la transformación estructural de las desigualdades. No por casualidad, el evento fue financiado por el CAF (Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe), y la única figura internacional invitada y destacada fue —nuevamente— Epsy Campbell.
La desconexión entre estas políticas y las demandas reales del movimiento negro local evidencia una tendencia cada vez más extendida: la imposición de una agenda de derechos fragmentada, institucionalizada y estéril, promovida desde la retórica de la corrección política, que en los hechos resulta funcional al avance de la ultraderecha. Porque cuando los discursos sobre diversidad y género se vacían de contenido emancipador y se reducen a eventos, etiquetas y cupos despolitizados, lo que se fortalece no es la capacidad de desmantelar desigualdades estructurales, sino el cinismo reaccionario. Es precisamente esa caricatura de lo “políticamente correcto” la que hoy la ultraderecha utiliza como chivo expiatorio para perseguir, cancelar y desmantelar políticas públicas de derechos humanos, bajo el pretexto de combatir un supuesto “wokismo” que nunca existió como fuerza real, pero que les sirve como enemigo imaginario para justificar su cruzada autoritaria.
Desde el feminismo negro antirracista, decolonial y antipunitivista que habitamos, reivindicamos la lucha colectiva como forma de existencia. Queremos construir un mundo donde la vida de las personas negras deje de ser negociable, y utilizamos el 25 de julio como fecha para pensar lo que nos demanda la crueldad de la actualidad y no una postal institucional. Es trinchera, no marketing.
Nosotras, las mujeres negras organizadas junto a nuestros hermanos de lucha, lo habitamos como una oportunidad para seguir denunciando, nombrando, desmontando y para imaginar futuros donde nuestras vidas no tengan que ser justificadas. Con reunirnos no alcanza si no hay una praxis crítica que denuncie las lógicas del poder blanco, patriarcal, heterosexista y capitalista que aún atraviesan nuestras vidas, incluso desde dentro de los propios espacios racializados. Porque la visibilidad no es poder, porque el rejunte no es organización política y porque el antirracismo lo construimos en comunidad.
*Afroargentinas, activistas antirracistas.