“Fontanarrosa, inusualmente para los dibujantes, tenía todo ordenado”. Quien lo afirma es Judith Gociol, co-coordinadora del Archivo de Historieta y Humor Gráfico Argentinos de la Biblioteca Nacional y responsable de la exposición dedicada al Negro en el Museo de la Lengua (Av. Las Heras 2555). Archivos clasificados tuvo su ceremonia de apertura ayer –el Correo Argentino aprovechó para presentar unas estampillas en su honor– y estará disponible para el público a partir de hoy y hasta octubre.

  “La muestra nació porque logramos que los dos herederos de Fontanarrosa, que son su segunda esposa y su hijo Franco, aceptaran hacer una donación al Archivo”, cuenta Gociol. A la exposición llegó una buena selección del material que se incorporó al archivo (que incluye sobre todo humor gráfico, algunas cosas de Boogie el aceitoso y de Inodoro Pereyra, unos cuadernos y algo de correspondencia). Además, desde a producción de la muestra contactaron a las contrapartes profesionales más memorables del humorista, como Ediciones de la Flor y Les Luthiers. De la Flor aportó películas de impresión, folletos, catálogos editoriales y cantidad de otro material de trabajo y promoción de las décadas en que sus chistes y personajes revistaron en el sello.

Pero además, a medida que la muestra tomaba forma fueron entrecruzando posibilidades y surgieron algunas rarezas encantadoras. Por ejemplo, como parte de otra donación que en paralelo está realizando Quino, aparecieron cartas que intercambiaron el rosarino y su colega mendocino. Un par de ellas forman parte de la exposición. “En la correspondencia de Quino había algunas cartas divinas de Fontanarrosa dirigidas a él”, se entusiasma la curadora y revela que los anaqueles de la Biblioteca Nacional también arrojaron otra sorpresa.

  “Acá hay un archivo que es el de Colecciones, que recibe colecciones particulares, ahí está el de Cipe Lincovsky, que hizo la hija”, cuenta. Y lo que se descubrió en esa colección es que el Negro guionó al menos un espectáculo de Lincovsky e intercambiaron bastante correspondencia. Eso también estará en la muestra, junto con algunos archivos de video. “Era público que hacía eso con Les Luthiers, entonces también los contacté y me pasaron la correspondencia con sus guionistas, que también está en la muestra”, explica.

Archivos clasificados está montada por segmentos temáticos. Un poco como el propio Fontanarrosa ordenaba sus propios chistes, señala Gociol. Entonces así como hay un segmento dedicado a su correspondencia con Quino, y otra vitrina para la de Cipe, hay un espacio de presentación (que incluye, faltaba más, chistes que aluden a su pasión eterna por Rosario Central), el sector De la Flor y más, cada uno intentando reflejar el modo de conservación original. “Él ponía todo en cajas de radiografías como esas”, apunta la coordinadora del Archivo, y cada caja iba nomenclada por temas. “En realidad creo que su archivo respondía a una necesidad práctica, de que si le pedían un tema lo encontraba rápido, entonces decidimos mantener ese criterio, también en línea con las ideas bibliotecológicas o de archivos más modernas que sostienen que hay que mantener las cosas tal como la gente las tenía y entonces si él guardaba todos sus chistes así, hay que recuperarlos organizándolo así”. En el caso de De la Flor, por ejemplo, estarán las cajas y los biblioratos donde se conservaba el material.

“De cualquier modo después nos dimos cuenta que Fontanarrosa cruza formatos todo el tiempo: en lo de Les luthiers ves que hay chistes de gráfico que los pasó a texto para meterlos en el guión, que hay cuentos que se volvieron guión o cuentos que se volvieron chistes”, reflexiona Gociol. Los juegos de palabra, su oído para el lenguaje, pone como ejemplo, atraviesan toda su obra. “Eso hace fracasar toda estructura de muestra. O sea, lo que no podés agarrar de él es la palabra. La palabra no es clasificable. O por ejemplo, él no tenía una caja que dijera ‘bares’. Y sin embargo el bar o el café es su lugar por excelencia. Lo que está en todos lados es lo que no podés clasificar”.

La muestra tiene un complemento ideal que es su catálogo, uno de los mejores surgidos a partir de las exposiciones del Archivo de Historieta y Humor Gráfico. El libro incluye numerosos artículos que exploran su obra. Además de la propia Gociol y la investigadora de la Biblioteca Nacional Fernanda Olivera, también ponen la firma Carlos Ulanovsky, Daniel Samper, Elvio Gandolfo y Laura Vazquez Hutnik. Pero sobre todo es posible atesorar en sus páginas la mayoría del material en exposición. El Negro tenía una caligrafía clarísima que permite disfrutar sus cartas, sus apuntes y comentarios para editar (o las correcciones a su ayudante, hacia finales de su carrera) sin perder nada en la reproducción. Y ahí constatar que, además de ser un tipo que hacía reír, conocía profundamente el idioma y los mecanismos del humor. Si, como uno de sus personajes sostenía, “el mundo ha vivido equivocado”, con el Negro sigue siendo imposible pifiarla.