En algún momento de mediados de la década de 1860, en la pequeña pero floreciente colonia suiza de Baradero, alguien escribe en soledad un manual de gramática. Mira alrededor y esboza explicaciones o planifica ejercicios: “Buscad para los siguientes sujetos, predicados convenientes: la lluvia, el terutero, la abeja, el gato, el toro, la iglesia, la calandria, la oveja”. Es Robert Heinrich Wernicke, un maestro alemán que, a poco de cumplir sus 30 años, en 1867, publicará un manual de enseñanza de lengua pensado para sus alumnos, pero desde algunos de los conocimientos con que sus alumnos, criados en ese paraje rural, pudieran contar.

Ese manual repleto de referencias al entorno pampeano de mediados del siglo XIX se titulará "El pensamiento base de la gramática. Método gramatical, práctico y racional, para enseñar y aprender a expresar el discípulo sus pensamientos (Imprenta Alemana)". Tal vez, dados el sentido de la propuesta y la peculiar disposición tipográfica de la portada, habría que añadirle dos puntos al título: El pensamiento: base de la gramática.

Wernicke había llegado a ese punto del norte de la Provincia de Buenos Aires en 1864, luego de que problemas de salud lo convencieran de abandonar la capital. Había nacido en 1826 en la ciudad sajona de Kelbra, que entonces pertenecía al estado prusiano, y había llegado al país en 1848 para ser maestro de los hijos de Carlos Augusto y Hugo Bunge, cónsules holandeses en el país. En sus 16 años en la Argentina había cosechado un prestigio considerable como educador entre las élites porteñas.

Luego de su trabajo como institutor de los Bunge, Germán Frers, que era el director de la Gemeinde Schule (la primera escuela alemana de Buenos Aires, que se convirtió en la Germania y luego la Goethe), convocó a Wernicke como organista y maestro en esa institución, de la que finalmente asumió la dirección en 1853. No duró mucho en el puesto: apenas un año después fundó el Colegio Central de Buenos Aires, al que, entre otros, concurrieron Bartolito Mitre, el hijo del futuro presidente, y Dardo Rocha.

Para cuando, una década después, la salud de Wernicke había desmejorado, Frers administraba la estancia Rincón Viejo en Baradero, que pertenecía a su suegro, Patricio Lynch, y era juez de Paz en ese partido. Él había sido uno de los impulsores, en 1856, de la radicación allí de los primeros inmigrantes suizos, alentando que el municipio les donara a cada una de ellos 8,5 hectáreas. En los años siguientes, nuevos colonos continuaron llegando para dedicarse, casi en su totalidad, a las labores agropecuarias.

La colonia ya superaba largamente las cien personas a principios de los años ’60, lo que motivó la creación de la escuela de la que se haría cargo Wernicke. Sarmiento dejó constancia en la revista Ambas Américas de que, en 1867, unos 61 hijos (e hijas) de colonos “franceses, suizos y alemanes” estudiaban “bajo la hábil dirección del profesor Wernicke”. Para las primeras letras, el maestro alemán decidió utilizar el Anagnosia que Marcos Sastre había publicado en 1849. Pero, para la enseñanza de Lengua, a partir de la formación que traía de Alemania y de la experiencia que había adquirido en la Argentina en casi dos décadas de ejercicio, tenía la convicción de que era necesario producir un texto que armonizara con el contexto de enseñanza.

Lo explica así en el prólogo de su trabajo: “el método que se ha seguido hasta ahora en la mayor parte de los establecimientos de educación es un método hueco y no lleva al objeto que toda instrucción en la lengua patria debe tener. Es hueco aquel método porque no enriquece el espíritu del niño; no lleva al objeto, pues el objeto de la gramática es y debe ser siempre de dar al discípulo la facultad y facilidad de expresar y coordinar sus pensamientos por medio de la palabra, hablada o escrita”.

Uno de los aspectos novedosos del manual era hasta qué punto ponía al “discípulo” en el centro de su propuesta pedagógica: partía de su habla y, en lo posible, de su contexto cotidiano y buscaba como objetivo permitirle expresar sus ideas cada vez con mayor complejidad. No se trataba de enseñar gramática para aprender a hablar sino enseñarla a partir del habla como expresión del pensamiento. De lo que se trata, entonces, es “despertar y llamar la atención a todo lo que le rodea y obligar a que ponga por escrito lo que piensa”.

“Después de varios años de enseñanza de esta manera –continuaba Wernicke– entonces permitiré que vengan las clasificaciones y los sistemas y aquellos términos técnicos (que de otro modo no entienden los niños) y si algún niño saliera de la escuela antes de llegar a estas clasificaciones, no importa; aunque no sepa lo que es apócope o sinalefa o hipérbaton; a lo menos ha aprendido a reflexionar en su idioma y a expresar sus pensamientos”.

En un artículo que le dedicaron Guillermo Toscano y García (investigador de la UBA, especializado en los inicios de la gramática escolar en la Argentina) y María José García Folgado (especialista en Didáctica de la Lengua de la Universidad de Valencia) se analizan varios aspectos teóricos del trabajo, como sus fuentes en “la nueva concepción de los estudios gramaticales que surge en Alemania a partir de la obra de K. F. Becker”. Esa perspectiva que estaba poco presente en la Argentina, donde proliferaban las gramáticas españolas o inspiradas en la corriente francesa, de carácter mucho más especulativo y reglamentario que práctico.

En cambio, por su construcción, la gramática de Wernicke termina ofreciendo casi un álbum del paisaje de la pampa en 1867. Sus ejemplos y consignas se nutren de calandrias, golondrinas, carpinchos, gansos, vacas, zorros, dorados, bagres, cuernos, crines, montes, ombúes, cardos, espinas y “polillas que perjudican la lana”. Propone, por ejemplo: “Ensanchad las frases siguientes: El cura predica. El enfermo toma medicina. El árbol se ha secado. El sol luce. Los días son contados. El trigo está limpio. Las heladas perjudican. La tormenta seguía. ¿Han sido perjudicados los sembrados?”.

Es también un espontáneo cuadro social: “Escribid lo que hacen las siguientes personas: el labrador, el carpintero, el maestro, el discípulo, el soldado”, propone en un ejercicio. Hay también herreros, curtidores, comerciantes, sastres, tintoreros, pastores, sombrereros, tejedores, molineros, panaderos, ovejeros, carniceros, ensambladores, jardineros, peones, criadas, cazadores, cerveceros, “salvajes”…

El localismo no es un programa estricto, de todas maneras. Puede haber lobos, elefantes o camellos; imperios, auroras boreales, batallas antiguas o profetas bíblicos, porque el aprendizaje de lengua puede ser también una oportunidad para ir más allá del horizonte de la llanura.

Tampoco carece de algunas contradicciones teóricas internas e incluso de algunas faltas ortográficas tal vez derivadas del origen extranjero del maestro. Lejos está El pensamiento base de la gramática de proponerse como un gran tratado de gramática general: es apenas un cuadernillo pequeño, con una tapa de poco más de 15 centímetros de alto y 48 páginas. Es más bien una orientación, una voluntad, un modo de trabajo en el aula volcado a una cartilla. Y, a su vez, un valioso registro de ese modo de trabajo.

Aunque volvió por un tiempo a Alemania, Wernicke retorna a la Argentina en 1878 para morir tan solo tres años después en Buenos Aires. Dejó una familia en la que abundaron los educadores, los científicos y los escritores. Solo entre sus hijos se contaron dos médicos muy destacados, el patólogo y bacteriólogo Roberto Wernicke (1854-1922) y el oftalmólogo Otto Wernicke (1868-1942), la pintora Julia Wernicke (1860-1932), el escritor Edmundo Wernicke (1867-1949), autor de varios libros sobre la vida y la cultura del campo bonaerense, y la notable Berta Wernicke (1871-1962), escritora, pedagoga, pionera de la Educación Física y el deporte femenino, activista feminista, promotora de la ciencia y rectora del famoso Liceo Nacional de Señoritas. También era bisnieto suyo el escritor Enrique Wernicke (1915-1968), autor de La ribera, entre muchas otras figuras del mundo cultural y científico con ese apellido.

Pese a su carácter poco ambicioso, en su época, El pensamiento base de la gramática fue muy bien recibido en el Río de la Plata. En Uruguay, cuando en 1877 Francisco Berra analizó nueve textos de gramática, algunos de ellos muy renombrados, para un informe para la Comisión de Instrucción Pública que preparaba una reforma educativa, concluyó que el de Wernicke era el “más acertado” y recomendó estudiarlo. Cuatro años después, quien había sido uno de los mayores impulsores de la educación pública en la Provincia de Buenos Aires, Miguel Navarro Viola, equiparaba el texto de Wernicke con el del francés Girard, al que citaba para reivindicarlo: “Esto es lo que debe ser en nuestra época la gramática: «las palabras sólo para los pensamientos: los pensamientos para el corazón y la vida»”.

En un punto, destacan Toscano y García Folgado, la propuesta tenía que ver con formar hombres “útiles y prácticos”, como promovía el influyente docente francés radicado en la Argentina Amadeo Jacques, saludado por Wernicke con un epígrafe de su obra. Pero la metodología –interpretan los investigadores– también puede ser leída en un sentido más profundo: “No se trata, únicamente, de posicionar al alumno en su contexto próximo con fines didácticos, sino que subyace una concepción en la que la lengua no es un constructo individual sino una manifestación de lo colectivo”.