En cierto modo, la vida es larga y las influencias que unx tiene comienzan a ser incontables. Pero hay un tipo de experiencias que te modifican para siempre y te marcan un cambio de rumbo. Me refiero a esas que están entre la influencia y la determinación. Estas son diferentes, son mucho más que influencias. Habría que inventar una palabra para poder nombrarlas como lo que son. En fin, hoy tengo la suerte de recordar la mía y poder compartirla:

Una vez, hace tiempo, fui fan. Muy fan, no lo pensaba en estos términos, pero ahora que escribo en este marco, tengo que admitir que así fue. Una actitud casi religiosa, diría yo, que me hermanaba con lxs otrxs creyentes, por el solo hecho de compartir nuestra pasión por algo. Esta me dió una familia de amigxs, que en parte conservo hasta hoy y cada vez que conozco a alguien con esta misma pasión, automáticamente se transforma en un aliado.

Podría parecer que hablo de fútbol, pero no, hablo de Spinetta. Sí, fui fan de Spinetta. En la adolescencia. Todas las otras músicas que me atravesaron, me encantaron, me emocionaron o me gustaron mucho y me influenciaron, pero fan, sólo fui de Spinetta.

Recuerdo el comienzo, tenía 13 años cuando vino a mi cabeza una melodía de flauta que no podía identificar de dónde era. Se trataba de algo que había escuchado hacía tiempo en mi casa, seguramente por mi hermano o mi mamá, pero no podía identificar ¿de dónde era?, ¿en qué canción estaba?, ¿de quién?, aunque tenía una leve sospecha. Se trataba seguramente de los inicios del rock, no era de mi época. El asunto es que por algún misterio del inconsciente, esa melodía quedó ahí resonando y esperó su momento para revelarse. Algunos años tal vez.

Podría haber convivido con esa duda el resto de mi vida, supongo, pero las circunstancias quisieron otra cosa. En ese tiempo cursaba primer año del secundario en el colegio J. A. Roca y daba la casualidad que compartía el curso con Valentino, uno de los hijos de Spinetta, del cual era amigo por entonces. Entonces saqué la melodía con la flauta y recuerdo que en la clase de música le dije,¨¿che, esta es de tu viejo?¨. Valentino pensó, hizo memoria y dijo ¨Si, de Almendra, me parece¨.

Ahí empezó todo.

Llegué a la casa en la que vivía con mis viejxs en Villa Pueyrredón y busqué el disco de la sopapa que estaba ahí. Así conocí a Almendra. Busqué la melodía de flauta en todo el disco y me di cuenta de que se trataba de la introducción de "Que el viento borró tus manos" de Emilio del Guercio. Primero escuché mil veces ese tema, pero luego fui descubriendo cada una de las piezas y me enamoré. De todo, no sólo de las canciones, sino también del audio y de esa tapa tremenda. Entonces, nada fue igual. La música era algo mucho más profundo de lo que pensaba hasta ese momento. En esas canciones sonaba algo que no había escuchado nunca.

En ese tiempo me gustaba mucho dibujar, recuerdo que me tomaba un tiempo largo para elegir el disco que iba a acompañar esa tarde de dibujo. Era una gran excusa para escuchar música. El tema es que, después de gastar el disco de Almendra y conocerme de memoria todo lo que pasaba, advertí que también habían cambiado esos dibujos. Esos trazos alargados y caricaturescos de la tapa de Almendra ya estaban también en los bocetos que solía hacer por las tardes en Solano López y Artigas.

Entonces me reconocí en esa sensibilidad y se convirtió en un lugar de pertenencia. En un refugio también. Hay algo en la música de Spinetta que suena más fuerte que las notas y esto mismo formó la idea que tengo ahora de lo que es el arte y lo que debe ser una experiencia artística. Eso que se escucha realmente fuerte en Spinetta, es un sentimiento profundo de libertad.

El uso de las metáforas, la forma de sus canciones, esa "irresponsabilidad armónica" que tiene por momentos, la relación de las melodías con las armonías y hasta su interpretación, hablan de una subjetividad libre, solo esclava de su intuición. Rebelde con causa, y su causa fue justamente esa, creo yo, la libertad. Por eso nunca pudo parar de crecer. Siempre exploró y salió de sus zonas de confort, por eso también disolvió Almendra.

Comencé a tocar mis primeras notas en la guitarra a los 8 años, componía melodías en una cuerda, luego a los 11, 12, ya con un par de acordes en la mano, lo que hacía era componer canciones, copiando un poco lo que me gustaba en esa época, Queen y The Beatles. Siempre me inquietó la composición, desde el comienzo prefería inventar algo con la guitarra, antes de sacar un solo rápido de alguna canción, por ejemplo. Recuerdo que en esa época sonaba mucho Rata Blanca, y los solos de Walter Giardino eran muy tentadores, pero mi sensibilidad iba hacia otro lado. Prefería jugar con los acordes que conocía, explorando las melodías posibles: junto al dibujo y al fútbol eran mis pasatiempos preferidos de esa etapa. Así fue mi relación con la música en esos años preadolescentes, sin mayor compromiso. Pero cuando escuché  "Que el viento borró tus manos" y descubrí lo que aún hoy sigue siendo un misterio, esa inquietud que tenía por la música se transformó en vocación.

Gabriel Lombardo es compositor, guitarrista y docente. Compuso para diferentes formaciones instrumentales, hizo música para películas y obras de teatro y lleva seis discos editados con obras de su autoría: Cuerpos de miel (2022) y La Estafa (2018) con el Gabriel Lombardo Quinteto, Respira (2020) como solista, El sonido de los durmientes (2010), Danza entre Todxs (2014) y Mancha arena (2016), con la Orquesta El Sonido de los Durmientes. El jueves 23 de marzo presentará en vivo el álbum Cuerpos de miel junto a Gabriel Lombardo Quinteto a las 20 en Pista Urbana, Chacabuco 874.