Fuaaa… esta calor me dio unas ganas locas de cancelar media historia de la humanidad. Cuadros de pintores mujeriegos, fuera. Películas con gordos caricaturizados, fuera. Libros con chistes sobre judíos y rengos, fuera. Siempre es mejor que cancele uno, que es de buena familia y se baña seguido, a que cancele cualquier gil que anda por ahí y que lo hace de idiota útil, ¿vieron?

¿Por qué no puedo? Porque no tengo poder. La cancelación es un ejercicio de poder. El que lo tiene (redes, instituciones, colectivos) le dice al que no cómo “ser mejor”, cómo evitar el peligro de volverse salame con una película donde alguien maltrata a un “afroamericano”. ¿Quiere ser feliz, doña? No lea Blancanieves (o la otra tonta, las confundo) porque el príncipe la besa sin el consentimiento de ella. No sea que venga el sodero y la quiera besar de prepo y usted se crea que eso está bien. ¡Cancelado!

A mí me gustaría ser cancelador serial. Como a casi todos, supongo. Un censor, bah… Porque, parafraseando a Mel Brooks, “es bueno ser censor”. Es dejar salir a pastorear al enano fascista que tenemos adentro. Por eso, un día de calor como este yo te agarro la Biblia y te la dejo como folleto de evangelista. Guerra entre hermanos (mal ejemplo para los chicos), cancelado. Personas que hablan con seres imaginarios (todos en ese libro), cancelado. Víboras que dan consejos (¡las víboras no hablan!), cancelado.

No es nada nuevo. Lo hizo la iglesia durante siglos. Y los milicos golpistas. La iglesia cancelaba a Copérnico o a Rabelais (si podía los quemaba), y los milicos a Silvio Rodríguez y a Pedro y Pablo. Siempre era por nuestro bien, por nuestra salud mental. Y tiene su lado bueno. Cancelás a Marx por pito largo porque tuvo (dicen) un hijo con la empleada doméstica, y te salvás de leerlo y de tener que entenderlo. Negoción.

De paso, los canceladores seriales de hoy se la agarran con artistas muertos, con cuadros viejísimos o con giles que decimos algo “subido de tono”, pero no con la(s) iglesia(s) donde nacen la mayoría de las taras que hay que combatir: machismo, abuso de poder y abusos de todo tipo. Debe ser que entre bueyes no hay cornadas. Siempre es más fácil decirme a mí que no tengo que leer a Road Dahl para no volverme pavote.

Sigamos cancelando, que se puso bueno. Yo cancelaría el ochenta por ciento de la música de Spotify. Es música mala que puede herir sus cerebritos inocentes. Lo hago por ustedes, ¿eh? Para cuidarlos de la música berreta y de las letras imbéciles. ¿Por qué es música mala, Chiabrando? Porque lo digo yo en mi carácter de presidente de la Asociación del Buen Gusto en Música y Afines, la ABGMA, que acabo de crear.

Pero ojo, a este juego hay que saber jugarlo. Es así: “Yo cancelo, tú cancelas, él cancela, nosotros cancelamos, vosotros canceláis, ellos te cancelan”. Y si yo cancelo una canción de Tini por horrible y ellos una mía porque una metáfora no les gusta, a no quejarse. Y hay que saber aguantarse las cosas raras. Por ejemplo que gente que de tan joven apenas leyó libros y nunca trabajó ni viajó te diga que no podés disfrutar de Picasso porque era malo y mano larga. Ay, ay, ay, Picasso… esa manito.

Lo curioso es que se cancela un chiste de suegras, pero nadie cancela algo por caro. Claro, con el capitalismo es mejor no meterse, no sea cosa que te suba los intereses. Y nadie dice “hay que cancelar tal espectáculo porque la entrada es cara”. Y nadie habla de cancelar libros con precios ofensivos. Se ve que esta moral tiene plata, es de clase media, burguesa. Por eso nunca habla de cancelar el hambre o la pobreza.

Yo sí cancelaría los libros que valen más de tres mil pesos (se ajusta según inflación) y todos los libros que ya fueron hecho películas. Así ahorramos espacio en las bibliotecas y tiempo, porque ves la película (en una plataforma gratis) y además ahorrás plata. ¡Riñones!

E instauraría el “Día de la cancelación”, donde desde una app podamos cancelar algo a piacere. Los fachos cancelarían a los progres, los progres a los fachos, los cancelados a los canceladores y los cobardes de siempre cancelarían por miedo o vergüenza a no ser “cool”. El mundo sería un páramo, vea.

Igual, el tema de la cancelación viene rengueando. Los canceladores ya no son confiables. Antes reaccionaban inmediatamente, pero engordaron de tanto cancelar. A División Palermo la hubieran cancelado al instante, por ejemplo, pero, se volvió popular y la gente se lo tomó a risa, y ya no hubo caso. Entonces tuvieron que salir a hablar de las ventajas de reírnos de nosotros mismos y de nuestros defectos, o algo así. Yo, en cambio, la cancelaría sin dudar porque se ríe de los canceladores y eso me ofende.

Al fin esta modita no debe ser tan mala, porque si uno se está ocupando de esas pavadas debe ser porque el mundo anda fenómeno y no hay que pensar en guerras, inflación, bancos ladrones, empresas usurarias, la carestía de la vida, y que además haga un calor espantoso que dan ganas de cancelar todo.

 

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