A 65 años de su muerte, la figura de Evita sigue motivando homenajes y recuerdos que evocan su acción política, pero poco se dice sobre su vida más allá del mito construido. Es en esta raíz casi desconocida en la que indaga la puesta teatral Bastarda sin nombre, que transcurre su séptima temporada. Con dirección de Javier Margulis, texto de Cristina Escofet, y protagonizada por Roxana Randón, la obra condensa en sesenta minutos la historia de Eva Duarte, desde el momento en que su vida se gesta en el vientre de su madre, hasta su temprana muerte a causa de un cáncer fulminante. Sobre el escenario, y con la compañía del músico Mateo Margulis, quien puso melodía a las bellas canciones de Escofet, la actuación de Randón es sólida, fresca, y sin estridencias, posiblemente producto de un trabajo interpretativo que sostiene y perfecciona desde 2011, cuando aceptó el desafío de interpretar a Evita. 

“Estaba haciendo La bámbola, una obra que fue un éxito, en la cual componía un personaje de una italiana que vivía en un pueblo, durante los años treinta, y vino a verme Cristina Escofet”, recuerda la actriz. “me ofreció ocho obras suyas y cuando nos volvimos a encontrar le dije que había elegido para interpretar una que se titulaba Diosas y mitos, pero que la obra que me había atraído por su dramaturgia, su poesía, y por la manera en la que estaba escrita, había sido Bastarda sin nombre. Aun así, le dije: ‘No la puedo hacer´. Consideraba que no tenía la edad que tenía Eva cuando murió y tampoco tenía su físico, pero Cristina me contestó: ‘¿Cómo no vas a poder hacer de Eva si sos actriz?´”. 

No hubo más que embarcarse, entonces, en el montaje de la obra que fue pensada, en principio, para estar sólo tres meses en cartel, pero llegó para quedarse. Con múltiples funciones y reposiciones en toda la Argentina, en Perú y en España, la obra llegó a representarse en el Salón Blanco de la Casa Rosada, en 2012, con motivo del 60º aniversario de la muerte de Evita. Luego, aparecieron las nominaciones (cuatro a los premios ACE), los numerosos premios (Estrella de Mar 2013 a Mejor Espectáculo; Florencio Sánchez 2012 a Mejor Unipersonal y Autora Nacional y María Guerrero 2012 a Mejor Autora argentina), y hasta una declaración de Interés Cultural por la entonces Secretaría de Cultura de la Nación. 

Durante estos siete años, tiempo que supera cualquier expectativa de un teatro alternativo, Randón trabajó en la composición, sostenida en la poética de Escofet, pero echando mano también a otros recursos. “Leí el texto de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, que me atrapó mucho, y vi su discurso final, para acercarme al desgaste que ya tenía, a causa de su enfermedad. De esa manera, empecé a enriquecer y a complementar el texto con pequeñas cosas, movimientos y aspectos expresivos cuidados y no tan ampulosos”, revela, al mismo tiempo que confiesa no haber sentido el peso que podría generar la interpretación de un personaje que cuenta con una dimensión simbólica tan potente. 

“La encaro con la misma seriedad con la que encaro otros personajes, pero lo que no podía hacer, de ninguna manera, era imitarla, porque mi anclaje fue emocional. En la obra me creo que soy Eva. No lo dudo en ningún momento, nunca, y muchas veces sucede que cuando salgo de la función me siguen llamando con su nombre”, asegura Randón. La puesta aborda pasajes íntimos de la vida de Evita, poniendo el acento en su condición de hija bastarda, fruto de una relación clandestina entre el estanciero Juan Duarte y Juana Ibarguren, de la cual nacieron cuatro hijos más. Y desde ese lugar de origen ilegítimo se teje una trama, mezcla de realidad e hipótesis creadas por la autora, que juega con la paradoja de una mujer que desde la periferia se inventó a sí misma para llegar a ocupar una centralidad en el poder impensada. 

“Siento una admiración enorme por lo que hizo –sostiene la intérprete–, y por lo inexplicable de cómo una mujer, en esa época, que nace en un lugar tan paupérrimo, desolado, sin ninguna posibilidad de progreso a la vista, termina siendo un fenómeno universal”. Es esa admiración de la que habla Randón la que le sirve de motor, sin duda, para afrontar la tarea nada sencilla de encarnar a una Evita más terrenal, un desafío por el que piensa seguir apostando. “Fue una mujer batalladora, y la sigo haciendo porque me da mucho placer convencer al público, en algún momento, de que soy Eva, y poder transitar todas las emociones por las que atraviesa, desde que está dentro de la panza de su madre, hasta que termina muriendo. El teatro es un transmisor de ideas, y hoy me parece necesario el discurso de Evita que pide dignidad. Por eso, quiero seguir haciendo esta obra por mucho tiempo más, y que sirva de semilla para sembrar”. 

* Bastarda sin nombre puede verse en el Teatro Espacio Abierto (Pasaje Carabelas 255, 1º piso, entre Perón y Sarmiento), todos los viernes a las 21.