El panorama geopolítico se transforma y la balanza parece inclinarse a favor de oriente. Una China con tasas de crecimiento y un desarrollo tecnológico civil y militar sin precedentes amenaza la posición hegemónica norteamericana. Frente a esto Estados Unidos reacciona imponiendo barreras arancelarias, acusando a las empresas y a funcionarios chinos de espionaje y quebrando todos los acuerdos sobre “libremercado” sobre los que se supone que descansa el propio sistema capitalista.

Hace unos años el politólogo norteamericano Graham T. Allison utilizaba la metáfora “la trampa de Tucídides” para explicar el panorama geopolítico actual. Tucídides fue un historiador y soldado griego que narra la Guerra del Peloponeso en la que Atenas amenaza con opacar la hegemonía espartana y su conclusión es que no hay traspaso de poder entre potencias que no acabe con una guerra. Sin embargo, la aparición de “little boy” y sus gemelos a nivel global hacen que un enfrentamiento directo resulte catastrófico y si bien algunas naciones coquetean y amenazan con su utilización, conocen sus limitaciones. Por este motivo, desde la Segunda Guerra, estas contiendas necesitan librarse en territorios periféricos y usar a terceros países para medirse, como lo fueron Corea o Vietnam.

El actual conflicto en Ucrania se enmarca en esta lógica. La prensa dominante construye el acontecimiento como la simple avanzada de una potencia con rémoras imperiales sobre una nación indefensa. El caso es mucho más complejo y para comprenderlo se debe analizar, por un lado, una situación coyuntural que va desde la desintegración de la URSS y los acuerdos del 1991 y 1994; hasta la intervención norteamericana en las naciones post soviéticas, el golpe del 2014 en Ucrania, los bombardeos sobre la población pro rusa de Donetsk y Lugansk y, finalmente, la posibilidad del ingreso de Ucrania a la Otan. 

No es necesario hacer el ejercicio de imaginar qué sucedería si otra potencia colocara misiles en la frontera entre México y Estados Unidos, para eso ya existió la “crisis de los misiles” de 1962. Por otro lado está la disputa de los mercados entre el bloque occidental liderado por Estados Unidos y el oriental que intenta liderar China, de la que Rusia es uno de los principales aliados y, precisamente, el límite que separa Europa de oriente.

“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, expresó Karl Marx alguna vez, intentando explicar lo débiles que son los principios en los que se funda el capitalismo cuando están presionados por necesidades económicas. Hoy en Europa los medios de comunicación que no emitan un mensaje oficial pro occidental se encuentran censurados, nadie habla del periodista Pablo González, preso sin justificación en Polonia desde hace más de un año y las instituciones que regulan la libertad de expresión brillan por su ausencia. Desde la mirada occidentalista estos no serían medios de comunicación ni periodistas, sino “activistas” y aparatos de “propaganda política”. ¡Hasta Tik-tok se ha transformado en un problema geopolítico!

La institucionalidad y los derechos universales surgidos con la Revolución Francesa dejan lugar a derechos parciales, que dependen a quiénes afecten y en qué lugar del hemisferio se encuentren. El representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y política de seguridad, Josep Borrel, lo expresó claramente: “Europa es un jardín y el resto del mundo una jungla”. Es decir, hay un mundo civilizado y uno bárbaro, poblado por casi humanos a los que toda presunción de inocencia les es negada, más cuando cuestionan o no aceptan un reparto del mundo que, bajo excusa de la división internacional del trabajo, comenzó junto al colonialismo. En este sentido, occidente encuentra la posibilidad de construir una historia a su medida y transformar víctimas en victimarios a su antojo.

Con esto no se pretende pasar por alto el sufrimiento del pueblo ucraniano, única víctima de este desastre y moneda de cambio de ambos bandos, ni justificar una avanzada de ninguna nación por sobre otra, pero sí comprender el problema en su totalidad, teniendo en cuenta sus dimensiones geopolíticas y económicas.

“Debemos cuidarnos del complejo militar-industrial estadounidense”, expresó Dwight Eisenhower en su discurso de despedida en 1961. Su alerta llegaba demasiado tarde. Sesenta años después éste creció exponencialmente junto a las compañías energéticas y su poder de lobby en el Congreso norteamericano. Gracias a la guerra, en un año, las compañías armamentísticas norteamericanas casi duplicaron sus ingresos –de 35.800 millones de dólares en 2121 a 51.900 en 2022- y Exxon y Chevron sumaban más de 30 mil. “Exxon ha hecho más dinero que Dios este año” expresó el mismo Joe Biden en junio pasado, intentando ponerles un freno.

Frente a esto resulta inexplicable la mediocridad de líderes europeos que han decidido secundar las incursiones de un imperio que los lleva de las orejas, vendiéndoles armas y energía y, para peor, poniendo en riesgo todo un complejo industrial desarrollado a fuerza de gas ruso barato que hoy siente las consecuencias de comprárselo envasado a EEUU. Para contener la potencial “ola de quiebras” Alemania ha recurrido a una batería de medidas proteccionistas y subvenciones a la energía, siempre comprensibles para los países centrales, aunque calificadas de criminales cuando las toma un país del tercer mundo.

Se podría pensar que la situación hemisférica aleja a Argentina de este conflicto. Sin embargo, en un mundo globalizado las distancias se achican y, en forma directa o indirecta, los problemas se sienten en todas partes. El ejemplo más directo es la suba de los commodities –algo que, siendo un país con gran desarrollo agropecuario debería favorecernos pero,  dado el estado de las relaciones de fuerzas internas, nos perjudica- potenciando una inflación que ya toma formas endémicas. Laura Richardson –jefa del comando sur- y Marc Stanley -embajador norteamericano en Argentina- han dejado en claro que el litio producido en Sudamérica no puede caer en manos Chinas y la Congresista norteamericana María Elvira Salazar hace amenazas directas hacia nuestro país, señalando a nuestra vicepresidenta y sus potenciales negocios “turbios” en relación a la filtración de la noticia de que Argentina fabricaría aviones de caza chinos (aunque luego fue desmentido por el gobierno).

Ucrania es la punta del iceberg de un reacomodamiento económico global, como podría serlo Taiwán mañana mismo. En el plano estrictamente económico –luego de una pausa producto de la política de Covid cero- China toma nuevo envión y Estados Unidos necesita desencadenar un conflicto armado para frenarla. De este modo, provoca a naciones amigas y no tan amigas y demuestra su desesperación al encontrarse dispuesta a sacrificar hasta el consenso internacional respecto al dólar como patrón de intercambios, utilizándolo como método extorsivo para aplicar sanciones, alimentando el recelo de naciones que, ante el temor a ser las próximas señaladas, comienzan a buscar monedas alternativas en su comercio bilateral.

El panorama geopolítico se encuentra en plena reorganización. Los BRICs comienzan a posicionarse como un actor fundamental mientras el Grupo de los Siete prueba manotazos al aire como un Sansón que aún no toma consciencia que le han cortado el pelo. Para peor, la liquidez se esfuma y el consenso occidental respecto a la suba de tasas para controlar la inflación genera complicaciones de deuda, inversiones y potenciales quiebras en instituciones financieras.

“Los chinos estamos dotados de algunas instituciones sociales y políticas cuya claridad es incomparable, y también de otras cuya oscuridad es desmesurada” escribió Kafka en La muralla china. Veremos cuáles priman y qué pueden hacer las flechas negras contra el emperador.

* Docente UBA y Universidad de Palermo