Una adolescente se lastima el cuerpo para calmar los demonios interiores y eclipsar la insoportable angustia de hablar como su madre. De oír la voz materna en su voz. No está sola en esta “campaña” de autolesionarse. La acompaña su novio. “Había tardes en que nos tirábamos debajo de autos civiles. Las espaldas siempre rotas. No quiero hablar del después, cuando hacíamos reposo para curarnos. El después casi no existía. Duraba poco, y al instante después, estábamos otra vez accionando. Estar de novia para mí era eso: el estado de alerta”. Del monólogo de un padre con un hijo aparentemente mudo, en un natatorio de noche, puede brillar la inversión de roles: “Cuando me clavás la mirada fija me dan ganas de golpearte, Agostinho. De chiquito hacías lo mismo. Esa mirada dura y rígida como de quien nace adulto. En vos es un atributo haber nacido mudo, ¿te imaginás si esos ojos encima hablaran?”. Alejandro, el menor de tres hermanos, recuerda las circunstancias en las que “casi” se ahoga y se pregunta: ¿Cómo es eso de que nadar es una actividad innata que al momento de ver la luz se olvida? ¿De qué otras cosas me había olvidado?”. Los extraordinarios cuentos de Camila Fabbri “miran” distinto porque enfocan en un primer plano, con una precisión monstruosa, el desvío o la anomalía, aquello que está como borroneado por las apariencias o las convenciones de la vida cotidiana. Los accidentes, el primer libro que publicó a fines de 2015, cuando ya había escrito y dirigido las obras de teatro Brick y Mi primer Hiroshima y había actuado en Dos disparos, la película de Martín Rejtman, se acaba de reeditar en una edición conjunta entre Notanpüan, el primer sello que lo publicó, y Emecé.

   “El registro engañosamente infantil de estos relatos, con sus metáforas y diminutivos, construye una apariencia de candidez que hiere, que, en lugar de atemperar el espanto, lo recorta, resaltándolo. Como seres con hipertrofia, todo eso chiquito no hace más que doler”, plantea Romina Paula en el texto de contratapa de Los accidentes. Hasta ahora Fabbri no se animó a publicar Trinidad, primera novela que escribió antes de los cuentos, con la que resultó finalista del Concurso de Novela de Editorial Dakota. “Esa novela la escribí hace unos años. Yo hice taller con Oliverio Coelho y él fue uno de los jurados de ese concurso. La novela la seguí trabajando con él. Oliverio me decía que la sensación que tenía respecto de ese material es que eran cuentos que unificados hacían una novela. Mi sensación es que escribo cuentos, al menos por ahora”, dice la escritora, dramaturga y directora en la entrevista con PáginaI12.

–¿Cómo funciona la cabeza de una cuentista que además escribe teatro?

–El recorrido del cuento en su brevedad tiene cierta contundencia que me atrae mucho. La historia llega como un ápice y después baja y ahí termina. Hay algo que me pasa con lo extenso y es que siento que no puedo ser consecuente con una misma historia por tanto tiempo. La escritura para el teatro guarda cierta relación con el cuento. Una obra de teatro tiene una duración concreta, no es algo que se extienda en el tiempo. El teatro es aquí y ahora. Aunque haya elipsis de tiempo, me parece que hay una suerte de aquí y ahora en el cuento. Fernanda García Lao tiene una relación con el cuento y con la dramaturgia, y también escribe novelas. “René de Tacuarembó” es el primer cuento que escribí cuando iba al taller de Romina Paula, a los 18 años. Ese cuento surgió de una consigna de escritura que nos dio Romina a partir de una foto. Después pasó por muchos procesos de corrección. Es un cuento super antiguo porque tiene casi diez años ya. Y aun así lo releo y me veo en él, no tanto así como con la novela.

–¿Cómo surgió el cuento “Nacimiento” una pareja de jóvenes se inflingen heridas y van perdiendo dientes o pelo también?

–Trabajo lo que podría estar sucediendo como lo que no, lo que podría ser una metáfora de algo, pero que no está pasando realmente. Hay una línea muy delgada entre un cuento fantástico y un cuento realista. La intención es que sea un cuento realista, pero aun así el cuento está poniendo en juego un romance contundente y breve, como algo peligroso y dañino. En ese sentido, está el extremo en el que el cuerpo se lastima, y me parece que uno se puede lastimar mucho en una relación con esas particularidades del daño autoinflingido, pero en compañía: lo hacen juntos, es algo que une a esa pareja extraña. La imagen de gente que se tira debajo de los autos me atrajo. Alguien me recordó Crash, la película de (David) Cronenberg. Quizá pueda tener cierta relación con la película, sobre todo porque les divierte chocar, pero no va tanto con el fetiche de sangrar. El cuento es más un punto de vista de lo que puede llegar a ser una relación de amor.

–En el caso de “Condición de buenos nadadores”, ¿qué estuvo primero: la obra de teatro o el cuento?

–La obra de teatro. Fue un trabajo que nos pidieron en la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático); el proyecto era una obra-monólogo y yo elegí un personaje que le habla a otro y que por algún motivo no responde. Y pensé en un espacio para realizar la obra. Me atrae mucho qué tan vacío puede estar un espacio. Me parecía que un natatorio de noche es lo más vacío que se me ocurrió. Y están ellos dos ahí, más solos que solos. El hijo no responde porque decide ser mudo con el padre. Monté la obra en un natatorio y tuve el problema de la acústica porque las paredes hacían eco por el agua. Y eso fue un problemón.

–Resulta muy poético que ese hijo que aparentemente es mudo al final canta. ¿Fue intencional pasar de la mudez al canto?

–Sí, cantar es como una suerte de superlativo de hablar. En el texto hay un juego con los animales. Me gusta mucho cómo aparecen los animales en los cuentos, como metáfora de algo humano. Por ejemplo, en El cielo de los animales, un libro de cuentos de James Poissant que me parece maravilloso, el autor hace mucho eso: pone un animal en lugar de algo. En este cuento, él le cuenta algo al hijo que le llamó particularmente la atención, que es el cruce que se da una vez al año, supongo que por la temperatura del agua en el océano Pacífico, que el cocodrilo de agua salada y el tiburón blanco se encuentran y hay uno de los dos que no sobrevive. Me parecía también una linda manera de entender el vínculo entre padre e hijo. Parecería que todo el tiempo el padre se lo está comiendo al hijo, pero cuando el hijo canta, el hijo se lo está comiendo al padre. En su mutismo, el hijo va mucho más allá.

–En al menos dos cuentos aparece la expresión que tiene “los ojos como mantarrayas”. ¿Por qué le gusta “animalizar” el mundo de las personas?

–No estoy tan segura de por qué lo hago, pero en los cuentos que estoy escribiendo ahora hay un perro, un gato o un caballo. Hay algo de la presencia silenciosa que por omisión aparece más y me llama mucho la atención. Siempre conviví con animales. Cuando era chica, pasaba mucho tiempo sola y tenía una relación con mi soledad bastante buena. Y tenía un perro, Cyrano, un ovejero alemán que tenía una fidelidad total. Después tuvimos mudanzas, separaciones, y en un momento lo tuvimos que regalar porque nos habíamos mudado a un departamento pequeño y el perro se tuvo que ir. Yo era muy chica y hoy lo recuerdo como algo muy difícil, seguramente traumático… Ahora estoy escribiendo un cuento que tiene que ver con la relación del autismo con los animales. Que sólo con los animales hay conexión. Hay una línea de psicólogos y psiquiatras que trabaja especialmente con caballos y perros. 

–En “Carretera plena” trabaja con lo que todavía no es: un embarazo y un nacimiento que no se produce: “los abuelos que no son esperan la noticia”. Al igual que en “Nacimiento”, los dos cuentos terminan con algo que va a suceder, pero todavía no sucede, ¿no?

–En los dos casos refiere al embarazo. Tiene que ver con la gestación de un embarazo. Me llama particularmente la atención que una mujer no es madre hasta que el bebé no nace. Parecería que durante el embarazo todavía no se es madre. El otro día pasé por un lugar y vi un eslogan: “conozca a su bebé antes de que nazca”. Era una ecografía 4D o 5D… una frase imbricada para lo que quería comunicar. Es la ansiedad sobre la ansiedad total. Ahora ya no es solo saber el sexo: es saberlo todo de antemano. Lo que todavía no sucedió guarda relación con la idea de los accidentes. Aunque no pasó, la posibilidad está. Eso a veces me quita el sueño (risas). Mi imaginación está muy nutrida y tiendo a inclinarme mucho hacia la catástrofe. Mi pensamiento empieza así: “y si ahora tal cosa…” “estamos todos acá, pero en realidad podría pasar…” El germen de eso nace de que tenía 15 años cuando sucedió lo de Cromañón. Yo había estado la noche anterior porque Callejeros tenía programadas tres fechas. La noción de la catástrofe creo que irrumpió demasiado pronto. A esa edad y en esa circunstancia de alegría ir a ver una banda de rock con tus amigos era algo muy lindo y de pertenencia y en ningún lugar de tu cabeza se cruzaba que algo podía suceder. Cuando eso irrumpe tan temprano, empieza a ser después como una forma de pensar. Como un daño colateral. Ahora lo pienso a favor porque eso me ayuda a escribir. 

–¿Está la posibilidad de escribir algo sobre Cromañón?

–Sí, quiero escribir algo más en el formato crónica, pero también con ficción. Aunque ella se reconozca periodista, el trabajo de Leila Guerriero me atrae muchísimo. Estoy empezando a trabajar, pero no sé en qué va a devenir. Seguramente sea algo más largo, no va a ser un cuento. Es algo que siento que quiero escribir. Yo iba al Normal 1 y todo mi grupo de pertenencia éramos de ir a ver bandas de rock. Íbamos a ver a Los Piojos, Los Gardelitos, Callejeros… Tenía amigos que iban a donde tocaran, yo a tanto no llegaba (risas). 

– “Nunca me gustó escribir, pero lo que más hago desde que llegué acá es escribir. Estar volviéndome escritor. Convertirme en escritor durante un viaje, o algo parecido. Como si fuese una religión. Algo que tuviera que militar, o defender con un poco de delirio”, dice uno de los personajes del cuento “Perros muertos”. ¿Qué es volverse escritor?

–Hay algo de la tirantez con la escritura en esa frase “nunca me gustó escribir”. Como si te dijera que cuando está hecha, la escritura es muy provechosa porque sentís que estás en eso, pero en el momento previo es conflictiva. Escribir es tener una relación con el conflicto. Escribir también es encontrarse con ciertos fantasmas y escarbar. La narrativa es relatar un conflicto, más allá de que también se hable de la escritura en la que no hay conflicto. El hecho de sentarse a escribir o decidirlo como oficio te pone en un lugar donde tenés que trabajar con el pensamiento. A veces siento que hay personas que pensamos por triplicado, cuando en general mucha gente te recomienda: “no pienses tanto”… o “no pienses más en eso”, ese tipo de máximas o frases que no conducen a nada. No planteo la escritura en términos de curación o de remedio.

–¿Qué fantasmas aparecen en el momento de escribir?

–En relación al cuerpo aparece un no saber. El cuerpo es uno, pero se separa cuerpo y pensamiento. Y ahí aparece lo silencioso en relación al animal. Está ese fantasma de no saber qué hay ahí y qué está tramando. Otro fantasma es el no saber lo que puede ocurrir. ¿Qué viene después? Hay más fantasmas, pero estos son los que se me ocurren ahora… En el cuento “Matrimonio” hay algo de la pareja, de una pareja estable, que está  bien, y aun así hay un pequeño conflicto entre ellos. Él la encuentra durmiendo en la cama y la da vuelta y ella es una tabla rasa, que es como una forma de hablar de algo dentro de la pareja. 

–En el cuento “Mi primer Hiroshima”, la aviadora repite: “yo siempre fui una persona estable”. ¿Qué es una persona “estable”?

–Es un guiño chistoso en relación a que todo lo que está narrando  habla de la inestabilidad. Siempre todo estuvo en orden, hasta que apareció una persona y la desequilibró. Hay un desequilibrio exacerbado; ella antes volaba en aviones sola y de repente empezó a volar mal y se le fue de las manos. La estabilidad no existe. Me cuesta entender que uno quiera ir a la estabilidad, cuando quizá sea lo que más desespera.

–Los cuentos de “Los accidentes” parecen ir a contrapelo de la idea de lo que es “normal”, ¿no?

–¿Qué es lo normal? Hay una pareja que hace estallar una bomba en un bar, lo que es la inestabilidad al cuadrado. Esa búsqueda del equilibro es lo que más desequilibra. No sé quién decía –si Freud o Lacan– que todos somos neuróticos y el neurótico no tiene más de un día de sol. O algo así. Hay un día de equilibrio y al segundo el pensamiento se va a un lugar de desequilibrio. Me gusta ver el desequilibrio, por más pequeño que sea. Las personas que aparentan demasiado equilibrio me asustan un poco.