Una película fundacional del cine argentino Los tres berretines (1933, Enrique Susini) define nuestras perennes obsesiones: el tango, el cine y... el fútbol. Quien la vea se dará cuenta de que, desde ese momento, el deporte más popular dejará fuera del juego al homosexual (pero no a la homosexualidad, que lo atravesará como fantasma, pánico y vigilancia). A la loca Pocholo, uno de los actores secundarios, no le queda en el film otro destino que acompañar a las señoras amigas al cine, con el permiso irritado del hombre de la casa.

Años más tarde, Armando Bó protagonizará Pelota de trapo y El Hijo del crack. Dos escenas, ahí, que podrían inspirar la ironía o el enojo de cualquier gay pero, sobre todo, sirven al análisis sobre el vínculo de la masculinidad y el fútbol:

En la primera película un niño pobre tiene casi una epifanía en presencia de la pelota. Algo así como una esfera divina que irá construyendo en el chico una identidad masculina. Enseguida le pregunta a otro "¿tocaste la pelota, es linda?" Lo dice con un respeto religioso que presagia su futuro como crack, o al menos como hincha mimético de un crack.

La otra escena que refiero no conmueve pero es tajante. El astro Balazo (Bó, y no hay sarcasmo en el apodo) lo injuria a su suegro sentenciando que el fútbol "es una vida muy dura que prepara hombres. No maricones. Usted es un viejo verde que no quiere que lo llamen abuelo porque coquetea con las coristas del Maipo".

El fútbol es rito, quizá el mayor de este tiempo. Y hasta mitad del siglo pasado no estaba inmerso en el mercado de compraventa transnacional de piernas valuadas en dólares. Aquellas escenas de la cultura de masas reflejaban todavía su perturbadora inocencia.

La ley secreta del fútbol es una especie de catolicismo homosocial que señala al réprobo (marica y viejo verde acá confluyen) y lo mantiene alejado de su campo santificador. Imagínense hasta qué punto será así con un referí gay, que debe hacer cumplir con rigor de macho clásico el reglamento en el campo de juego, y soportar una tribuna que le grite "puto". La tribuna solo pudo alguna vez asociar ese epíteto con la alegría y la victoria cuando Islas era arquero de Newells´s Old Boys.

Posición de fuera de juego

En Fuera de juego (Tren en movimiento 2023), Gonzalo Beladrich cuenta que, a poco de cumplir los veinte años, abandonó una promisoria carrera de árbitro de fútbol para poder vivir con cierta autonomía, y con cierta alegría, la experiencia de su homosexualidad. "Sin temor a los veredictos sociales y a las tribunas que, como a Fabián Madorrán –que reinaba entre los referis en los tardíos 90- hacían tronar la cancha con el epíteto puto. Para un gay fuera del closet le está destinada la extranjería permanente", anuncia la contratapa.

Una primera autobiografía, la de Gonzalo, en la que recorre el esfuerzo por llegar al lugar de donde enseguida tuvo que salirse. No porque se fueran a dar cuenta de su identidad y lógicos apetitos, sino porque quiso vivirlos con libertad y desde joven. En esa toma de conciencia, que es a la vez la memoria de una renuncia, circulan la AFA y también la familia. La AFA como un padre tiránico. La familia evocada con dolor. Y luego el descubrimiento de Javier Castrilli como el guía consejero, que percibe como compensación de afectos familiares perdidos o brumosos. Castrilli, el maestro.

Javier Castrilli, en tu voz, es quien te salva de la boca de la AFA, esa entidad caníbal que ya se había devorado a Fabián Madorrán como árbitro.

Gonzalo Beladrich: Es la figura decisiva que me lleva a elegir el camino de la libertad. Yo lo venía buscando desde mi época de referí porque lo admiraba. Cómo se plantaba frente a la AFA, justo en un momento en que yo estaba tomando conciencia de que tendría que ocultar mi sexualidad si quería vivir sin escándalo mediático. Con Javier uno se imagina a un tipo estructurado en todo sentido. Pero cuando le conté mi dilema no me miró con cara de veredicto. Al contrario, me contó algo que él consideraba una intimidad, que se había enterado que iba a ser padre justo antes de dirigir un partido, el más importante de su carrera. Supongo que fue una manera de instalar la confianza entre los dos. Me dijo que no entregase mi libertad a la AFA, porque ellos se adueñan de uno y no vale la pena entonces renunciar a la propia vida de ninguna manera. Mirá lo que pasó con Fabián Madorrán. Le hicieron una cama porque, a pesar de que era un árbitro excelente, no se bancaron al personaje. Mucho menos que le sacase la roja a Riquelme después de que un rival le metiera el dedo en el culo.

En el momento en que tomaste la decisión de cortar de cuajo el arbitraje, Madorrán ya era "el homosexual" de la AFA. Y se lo hacían pagar. El espejo tan temido para tu futuro...

G.B.: Veía programas de deportes donde el tema era menos el modo en que había actuado en la cancha que las sospechas sobre su sexualidad. Lo sufrió. Se quejó. Y creo que su respuesta terminó siendo, de alguna manera "y sí, soy eso, puto y quilombero". Porque no dejó de ir a los boliches y de asumir un personaje, hasta de manera provocativa, que lo llevó al destino que los otros habían elegido para él. Fue un apostador empedernido. En la cancha se convirtió en el espectáculo dentro del espectáculo. Su libertad la pagó en las tribunas que lo agredían, y la perdió en la AFA. Cada hinchada utilizaba el no secreto de su sexualidad para llenarlo de insultos. Y él continuaba como si le resbalara, y a veces como si les hiciera frente. Cuando la AFA decide no renovarle el contrato con toda la hipocresía de la que es capaz, con la excusa de una falta de idoneidad profesional que era a todas luces falsa, Fabián se lamenta con la misma frase de Maradona: me cortaron las piernas. Es decir, empezaba a morirse.

En el libro es determinante el momento en que te enterás de su suicidio, tan relevante como la muerte de una parte tuya.

G.B.: Yo había ya abandonado la carrera, porque Madorrán se pega un tiro en Córdoba en 2004. Me entero en el laburo y me puse a llorar. Su velatorio estaba despoblado de árbitros. Cuando se mató ya era un muerto civil. Lo sentí como una pedagogía. Un tiro de gracia, por las dudas. Una lección para aquellos árbitros que se atreviesen a vivir por fuera de los códigos clandestinos del fútbol. Porque ser gay, y no sentir por eso vergüenza, no está permitido. Más bien, ahí reside el núcleo traumático de un deporte muy homosocial pero represivo, en el que la marica siempre está presente como chiste, como fantasma. Es el exceso que hay que silenciar. Como decía un compañero gay en la AFA, el fútbol nunca fue para todos. El buscaba pasar desapercibido, como yo. Pero el costo es inmenso.

La decisión con la que buscaste a Castrilli para que te aconseje me recuerda a un chico huérfano...

GB: Mi admiración por él era total. La firmeza, los principios a los que no renuncia. Su pelea permanente con la burocracia funesta de la AFA. Yo pensé antes de abandonar: necesito saber qué piensa sobre la cuestión. Y llegué a cruzar el Río de la Plata para ver si podía entablar un diálogo. Él estaba en Uruguay, había ido a dirigir un partido allá. Me dio bola, y fue mi confidente. Tomé la determinación porque me dijo "no vas a regalarle a la AFA veinte años de tu vida si ni siquiera te garantiza nada". Es verdad de que, en cierta forma, hubo un reemplazo del padre, que yo sentía muy ausente. Un hombre conservador, religioso, algo distante. Mi familia no era un refugio.

Sin ánimo de ejercer la vulgata psicoanalítica, si estás de acuerdo, podríamos hablar del efecto que produjo la muerte de tu madre, tan melancólica, que para mí es muy importante dentro de tu relato.

G.B.: Me interesa que me preguntes sobre la muerte de mi madre, porque las entrevistas que me hicieron hacen solo hincapié en el fútbol. Es que yo pienso que Fuera de juego es un libro sobre los duelos. El duelo de la adolescencia, el de la pérdida de mi madre, la renuncia al arbitraje. Recién pude hablar de la muerte de mi madre en 2018, veinte años después de que muriera. No fue un proceso consciente. Enlazar la historia de su muerte con la del arbitraje no tiene que ver con una cuestión de cronología. Sino sobre lo que uno quiere y pierde. Yo no tenía una relación apegada con mi madre típica del gay, ella era melancólica y muy autoritaria. En mi casa era la ley, el Estado. Mientras que mi padre era algo así como la madre iglesia, muy conciliador. Mi segundo nombre es María por la Virgen. Ahí ser puto era impensable. Mi vieja se fue apagando porque los hijos no le salieron como planificó. Su muerte fue un parteaguas. Recién en estos años pude reconstruir partes de ese pasado, a través del libro. En la madrugada de su muerte soñé con ella, la estaba siguiendo y no se detenía. Pensaba "la estoy siguiendo, pero está muerta". A la mañana siguiente, me fui a un supermercado y compré el disco Al despertar, de Mercedes Sosa. Había terminado una etapa de mi vida.

Revista El Gráfico número 4.150, martes 20 de abril de 1999, páginas 90 a 93. Entrevista a Fabián Madorrán, por Alfredo Alegre y Rodolfo Cedeira.Crédito de fotos Maximiliano Didari. 

 

Traición al macho

Conversar con Gonzalo es, para una loca como esta cronista, fraguar un chongo imaginario. Pero su parca masculinidad esconde las huellas de todo gay que padeció el closet y el aturdimiento de la injuria remanida del universo futbolero contra la homosexualidad. Que, en realidad es para ellos un devenir mujer. La traición a toda la especie machorra, tan competitiva, tan suspicazmente endogámica. Con Gonzalo uno aprende que, como Pasolini, hay que elegir a veces el fracaso si el precio del éxito es convertirte en un ser abominable, con vos mismo o con los demás.

La contratapa define los contornos de una transformación: tras las sucesivas pérdidas hay parición. El pibe gay descubre el yire callejero sobre Santa Fe, la febril nocturnidad, el chateo, las primeras alcobas. Más tarde, el arbitraje en un partido de “Gays apasionados por el fútbol”, grupo al que se acercó, y el mayor sentimiento de autonomía que un exreferí homosexual, en flor, hurtó a la AFA. Sobre las cicatrices, Gonzalo Beladrich ha incrustado perlas, se escribió. Deseoso es aquel que huye de la madre, es el clásico verso de Lezama Lima. Deseoso es aquel pibe gay que huyó de la AFA es el núcleo de Fuera de juego.

 

Fuera de juego se presentará el miércoles19 de abril a las 20.30 en Centro Cultural Nuestra América (Perón 3390 Ciudad de Buenos Aires)