La actriz, bailaora y cantante Julieta Cancelli es, desde muy chica, una admiradora de Federico García Lorca, a quien dedicó un unipersonal que permaneció en la cartelera durante cinco temporadas. Lorca, poeta de tierra era un homenaje que recorría textos de personajes femeninos del dramaturgo granadino. “El año pasado fue un momento muy fructífero del unipersonal, y se me presentó el universo de Yerma desde un lugar que me abrió la necesidad de hacer la obra completa”, explica Cancelli a PáginaI12. Yerma o la cuadratura del círculo es, entonces, el nuevo espectáculo que ideó, dirige y protagoniza. Un “musical en clave flamenca”; una versión de un clásico que, para ella, mucho dice sobre los tiempos actuales.

  Yerma o la cuadratura del círculo entrelaza teatro, canto, danza y música. “La musicalidad está puesta al servicio de contar la historia”, aclara la actriz. Un ensamble de bailaores acompaña la acción. “Conocí la obra de Lorca cuando era estudiante en la escuela de Alejandra Boero, hace muchísimos años. Siempre estuve indagando en su trabajo. Y hace 20 años me fui a estudiar a España, conocí el flamenco y tuve un largo aprendizaje y búsqueda en la parte musical y estética”, relata Cancelli, quien actúo, además, en Bodas de sangre, dirigida por Marcelo Caballero, y fue coreógrafa de HAB. 704, Lorca en Buenos Aires.

  Tradicional en cuanto a la forma y fiel al texto original, esta versión de Yerma (sábados a las 19.30 en El Cubo, Zelaya 3053) pone el acento en los mandatos, la represión sexual y la violencia de género que atraviesa la protagonista. “Yerma no habla de la maternidad sino de la sexualidad, y la maternidad es una manera de la sexualidad. Tuve esta visión el año pasado… será que fui madre, la experiencia de la vida, no lo sé. Sentí que se me clarificó el relato y me puse a indagar en la obra entera, a pensar cómo la haría y comencé a armar el equipo”, cuenta la actriz. En escena la acompañan Fernando Atias, Carla Liguori, Maxi Trento, Pepa Luna, Ana María Santiago, Mónica Romero, Anabella Ablanedo y Daniel Corres. Los músicos son Nicolás del Cid, Daniel Lifschitz y el compositor Sebastián Espeche. Los arreglos vocales son de Gerardo Flores y las coreografías, de Ablanedo.

–¿Qué aspectos del clásico quería resaltar desde el punto de vista temático?

–Los clásicos por algo son clásicos. No pasan de moda, trascienden épocas. Si bien Yerma remite a una determinada, el arquetipo es alguien predestinado a vivir de una forma porque está preso de mandatos sociales. Llegan a internalizarse tanto en la vida de las personas que el propio ser se vuelve su propio opresor: cuando la represión está bien instalada, tenemos al represor adentro. Me interesaba destacar esto, que Yerma misma es su propia opresora, sin darse cuenta, por supuesto. Y cómo ese deseo fortísimo que tiene le genera una pulseada que termina en tragedia. Ella no es sumisa. Tiene un fuerte deseo, al que no le puede poner nombre. Nombra que desea hijos pero se deja ver, a lo largo de las escenas, que no es ése su profundo deseo. Este deseo que tiene no puede funcionar en la pequeña prisión en la que vive.

–¿Le interesaba imprimirle a la obra una mirada de género, y que conectara con la actualidad?

–Creo que lo hace, me interesa, es mi búsqueda. Pero no mediante estéticas contemporáneas, sino haciendo un trabajo responsable de profundizar en el texto escrito. No se dice nada que Lorca no haya escrito. Los intérpretes nos metimos a fondo, para poder tomar la acción que lleva a decir esas palabras. Y sí, me interesó poner de relieve la acción, el conflicto, de manera que nos toque en el hoy. Que se vean reflejadas la opresión y la violencia de género, que no es nueva. Somos una consecuencia de décadas. El pasado se puede ver como una postal o una foto antigua, podemos decir “le sucedió a mi abuela o a la abuela de mi abuela”, o darnos cuenta de que hay cosas que tenemos en el ADN. El teatro tiene la misión de ser lupa, de ponernos el foco.

–¿Qué es lo que más admira de Lorca?

–Su riqueza. Porque es poeta, dramaturgo, músico, artista plástico. Su profundidad en el contar, tanto en lo poético como en el teatro. Además, yo tengo una manera de contar, un estilo, una forma musical. Y él era muy musical. Me atrevo a decir que Yerma es un musical, que él la escribió como tal. El formato es texto, escena, canción. Le faltaba la partitura, por supuesto, pero la pensó como musical. Me gusta eso, que siempre fue un amante de unificar las artes. No sé si fue el huevo o la gallina: cuando conocí el flamenco me enamoré muchísimo, también, de esa expresión. Es un lindo lenguaje para poder contar en escena. Así que Lorca me capta por todos lados.

–¿Cómo fue dirigir y, a la vez, interpretar a Yerma?

–Dirigir la obra surgió como una necesidad coherente. Primero me pensé como Yerma. Pero tenía claro lo que quería hacer. Y venía de un circuito que me ponía, naturalmente, en un lugar de dirección. Se fueron dando las cosas. A priori no me imaginé en ambos roles, pero fue la manera más coherente y responsable de encararlo. También tengo la fortuna, en esta experiencia, de contar con grandes intérpretes. Es algo que se agradece, porque el director se nutre de la capacidad y la riqueza que traen, sus preguntas, razonamientos y propuestas. Yo tenía la mirada global y la última decisión, pero tomé muchísimo las opiniones de los actores. Son muchas áreas trabajando al unísono para dar un mismo resultado. Mi lugar más importante fue el de abrir mi corazón y mi oreja, y tener una convicción profunda de lo que quería mostrar.