La bióloga Sandra Díaz, una vez más, vuelve a ser reconocida en el plano internacional. En esta ocasión, fue galardonada con la medalla de la Sociedad Linneana de Londres: una de las máximas distinciones con que se suele distinguir los aportes de quienes se especializan en botánica, zoología y ecología. Las contribuciones de Díaz, vinculadas al análisis de la interrelación entre las características de las plantas, el ambiente y los seres humanos, son definidas como "cruciales".

“Es una Sociedad muy antigua que nuclea no solo a científicos sino también a personas interesadas en el mundo natural. Para mí constituye un honor muy grande, en la medida en que personas que admiro han sido medallistas. Además, tengo que decir que el llamado fue una sorpresa, porque no sabía que me habían postulado”, dice Díaz a Página 12. Y continúa: “Ha habido un reverdecimiento de interés en la historia natural; necesitamos un retorno y reconocer el contexto en el que viven los organismos y, sobre todo, el escenario donde la gente se pone en contacto con la naturaleza”.

La organización tiene tanta historia que hasta el propio Charles Darwin explicó los detalles de su célebre teoría de la evolución en el auditorio de la Linnean Society. Fue fundada en 1788 y recibió su nombre, un tiempo después, en referencia a Carlos Linneo, creador de la nomenclatura que clasifica a los seres vivos y que, además, fue distinguido como “uno de los padres de la ecología”.

A lo largo de su trayectoria, esta científica cordobesa recibió premios de todos los colores. De hecho, uno de los más importantes es ser miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, posición que comparte con unos pocos investigadores domésticos, entre los que destacan Alberto Kornblihtt y Gabriel Rabinovich. En 2018, fue destacada por la prestigiosa revista Nature como una de las cinco científicas “to watch” (para mirar) y seguir de cerca. Asimismo, en 2019, recibió el premio Princesa de Asturias de Investigación científica y Técnica. Año que cerró con un nuevo mimo que, otra vez, provino de Nature: fue reconocida, en esa ocasión, como una de las “diez personas que importan en la ciencia”.

En el último tiempo, Díaz alcanzó popularidad en la comunidad científica internacional por haber coordinado el Informe Global de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes), de Naciones Unidas. Un trabajo que constituye, probablemente, el abordaje más desafiante (que agrupa la mayor cantidad de enfoques, perspectivas y variables, nutrido con más de 15 mil fuentes de información) sobre los seres vivos que habitan el globo. En concreto, condujo un equipo integrado por investigadores de 51 países cuya misión fue relevar el estado de salud actual de la biodiversidad. Y lo plasmaron en nada menos que en 1500 páginas.

En 2007 integró el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático que fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz. Las medallas en el ámbito internacional (también forma parte de la Academia de Ciencias de Francia), vale destacar, se corresponden con una trayectoria igual de fructífera en el ámbito local, donde fue distinguida (2013) con el Premio Houssay Trayectoria en el área de Ciencias Biológicas por parte del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.

La guardiana de la naturaleza

Díaz nació en 1961 en la localidad de Bell Ville, una ciudad cordobesa reconocida tradicionalmente por fabricar pelotas de fútbol y que, de acuerdo al último censo, está poblada por 34 mil personas. Desde allí, con base en la Universidad Nacional de Córdoba, realizó una carrera sin techo: estudió y se doctoró en Biología en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En el presente, se desempeña como investigadora Superior del Conicet y como referente en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal.

Aunque muchas veces, por la mirada antropocéntrica, las plantas pasan desapercibidas, son seres fundamentales en la lucha contra el cambio climático. En este sentido, la defensa de la diversidad biológica que esta ecóloga lleva adelante será central de cara a los próximos años. Desde aquí, no solo se interesa por las características taxonómicas de las plantas, sino también se concentra en observar “sus estilos de vida”, que las hacen responder al ambiente de maneras específicas. Al respecto, Díaz comenta: “Aún sigo con mi línea de ecología funcional clásica donde estudio el vínculo entre los distintos estilos de las plantas y cómo reaccionan ante cambios ambientales y afectan a otros organismos de manera negativa o positiva”.

En su momento, fue la voz cantante que denunció, con datos fehacientes y evidencia científica, la aceleración de los procesos de extinción (más de un millón de especies se encuentran amenazadas y en riesgo), la pérdida sin precedentes de la biodiversidad y la destrucción de los ecosistemas.

Frenar el extractivismo

Gracias a sus contribuciones en el marco de la ciencia básica, en el último tiempo avanzó junto a su equipo de trabajo en el rediseño de una metodología con el propósito de cuantificar los efectos y beneficios de la biodiversidad de las plantas y la ecología vegetal de los ecosistemas y su aprovechamiento humano. Con ello, brinda nuevos conocimientos con el horizonte en rediscutir los usos futuros de la tierra junto a los tomadores de decisiones.

“Desde hace más de 10 años me interesa avanzar en una línea interdisciplinaria, examinar la interfase entre la ecología con la sociología y la antropología. Quiero entender cómo los diferentes actores sociales encuentran diferentes significados en diversos aspectos de la biodiversidad. Y de acuerdo a esos significados, cómo la manipulan. Es lo que se conoce como modelado social del mundo biológico”, detalla Díaz.

Visibilizar, de esta manera, el rol de la naturaleza y la importancia de los ecosistemas en la vida social de los humanos. “Todavía rige el paradigma iluminista que plantea una separación absoluta entre las personas y la naturaleza. Una partición que favorece el argumento en pos de cuidarla, o bien, de explotarla. La evidencia científica muestra algo muy interesante: estemos o no de acuerdo, estamos muy conectados”, apunta.

Una naturaleza que --como Díaz refiere-- el positivismo intentó desplazar de la vista y definió como un escenario supeditado a todas las formas de extractivisimo operados por la humanidad.

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